Bar-Matrioshka-y-otras-historias_ebook
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BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
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Jamás me hubiera imaginado a un pintor renacentista como<br />
un titulado en Cosmetología empleado en una funeraria aunque, en<br />
cierta medida, el señor Llorens tenía algo de razón. Pasé los días<br />
siguientes visitando exposiciones, galerías de arte e incluso regateando<br />
alguna que otra pintura al espray de un artista callejero. En la mayoría<br />
de ellas llegué a apreciar algún tipo de dignidad secreta, algo que por<br />
algún motivo me había pasado desapercibido hasta entonces.<br />
Aquellos cuadros, como la imagen del difunto en un velatorio,<br />
constituían la postrera instantánea del retratado, o del fallecido.<br />
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La última oportunidad de demostrar si era o no poseedora de<br />
la sensibilidad propia del embellecimiento de difuntos se llamaba<br />
Isabel Castanys y era una mujer de mediana edad cuya única falta fue<br />
cruzar con descuido un cruce de avenidas. Recorté sus cabellos y los<br />
peiné, no como creí mejor sino como imaginé que ella se hubiera visto<br />
más hermosa. La maquillé sin demasiados artificios, pero tratando de<br />
naturalizar lo máximo posible el rictus que se reflejaba en el rostro. Al<br />
acabar, no sé exactamente cuándo, pero en algún momento, me<br />
pareció que Isabel Castanys proyectaba un aura distinta; emanaba<br />
algo más trascendente que el aturdimiento previo a ser arrollada por<br />
una furgoneta de reparto de pan.<br />
El señor Llorens me reclamó de nuevo por lo que antes de<br />
acudir a su cita con el majestuoso escritorio de madera lacada preferí<br />
recoger mis cepillos, peines y tijeras, mis pinceles y maquillajes; tenerlo<br />
todo dispuesto para afrontar con dignidad mi despido.<br />
Cuando entré en el despacho del señor Llorens no estaba<br />
solo. Acomodado en una de las sillas aguardaba un hombre maduro,<br />
vestido con un elegante traje negro y en cuyos ojos se leía con nitidez<br />
el dolor de la pérdida.<br />
- El señor Castanys quiere hablarle, señorita Claramunt – dijo<br />
el señor Llorens por más saludo.<br />
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