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Javier Echeverría EUCARISTÍA Y VIDA CRISTIANA<br />
con amor. Una tarea así es camino eficaz para dar paz a cada<br />
persona y a la comunidad humana; en realidad, podríamos<br />
decir que abre el único camino, la vía necesaria para vivificar<br />
la existencia personal y los ambientes. En este sentido dice el<br />
profeta que «la paz es fruto de la justicia» (Is 32, 17), del tra-<br />
bajo realizado con perfección humana y sobrenatural.<br />
La paz, don de Dios<br />
La paz es un don divino; siempre y en todas las religiones<br />
se han elevado rogativas a la divinidad para que otorgara este<br />
bien. Y, al repasar la Historia, fácilmente se comprende que<br />
la paz se queda en una mera utopía, si la hacemos depender<br />
de nuestra conducta y de nuestras fuerzas. Cuando no se per-<br />
mite la intervención de Dios, no se alcanza ni personal ni so-<br />
cialmente la verdadera «relativa» paz que se puede gozar en<br />
este mundo, preparatoria de la que se nos reserva en el «más<br />
allá», cuando el Señor, por su misericordia, nos introducirá<br />
en su eterno reposo.<br />
Todo esto nos consta por la revelación divina. Pero Jesús<br />
no se ha limitado a decirnos dónde podemos encontrar el<br />
descanso y cómo; ya ahora nos concede participar de su paz<br />
con su Filiación divina, que nos ha ganado con su sacrificio<br />
redentor, identificándose con la voluntad de su Padre. Nos la<br />
entregó —en los Apóstoles— la última noche antes de morir<br />
en la Cruz, cuando señaló: «La paz os dejo, mi paz os doy;<br />
no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro cora-<br />
zón ni se acobarde» (Jn 14, 27). Y en la línea de la explica-<br />
ción de san Agustín, podemos entender en estas palabras que<br />
el Señor nos deja la paz, porque permanece con nosotros en el<br />
mundo —sobre todo, en la Eucaristía— pues «Él es nuestra<br />
paz» (Ef 2, 14). Permanece con nosotros, como paz nuestra,<br />
para fortalecernos en la pelea contra los enemigos y dificultades<br />
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