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Javier Echeverría EUCARISTÍA Y VIDA CRISTIANA<br />
Iglesia. Comiendo todos un mismo cuerpo, nos hacemos<br />
un solo cuerpo (cfr. 1 Cor 10, 17).<br />
Ese efecto último, que el Santísimo Sacramento produce<br />
en el alma del que comulga dignamente, contiene la gozosa y<br />
maravillosa realidad que busca Jesús al darse en la Comu-<br />
nión. Por eso, los antiguos teólogos decían que el cuerpo eu-<br />
carístico de Cristo «producía» en los cristianos el cuerpo mís-<br />
tico de Cristo, en concreto, la donación del Espíritu a la<br />
Iglesia. En efecto, cuando termina la duración en nuestro<br />
cuerpo de la presencia sacramental de Jesús, parece como si<br />
se verificaran de nuevo sus palabras en la última Cena: «Os<br />
conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a<br />
vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré» (Jn 16, 7);<br />
y llegará una nueva efusión del Santificador al alma del fiel<br />
que ha recibido al Señor Sacramentado, efusión que causará<br />
en él un especial incendio de amor, un afán más intenso de<br />
imitar a Cristo y de anunciarlo a los demás.<br />
La Eucaristía trae al alma, como fruto, la presencia del<br />
Espíritu Santo, que anima y empuja a pregonar la Palabra del<br />
Padre, después de asimilarla más y más. «Por la comunión de<br />
su cuerpo y de su sangre —recordaba Juan Pablo II—, Cristo<br />
nos comunica también su Espíritu (...). Así, con el don de su<br />
cuerpo y su sangre, Cristo acrecienta en nosotros el don de<br />
su Espíritu, infundido ya en el Bautismo e impreso como<br />
"sello" en el sacramento de la Confirmación» 16 .<br />
La devoción eucarística, por tanto, significa frecuencia de<br />
trato no sólo con el Hijo, sino también con el Espíritu Santo.<br />
A fuerza de recibirlo con piedad, el alma se va familiarizando<br />
con Él, aprende a distinguir y a seguir sus inspiraciones, a re-<br />
conocerlas como le sucedió a Samuel, cuando Dios le lla-<br />
maba. Tres veces en la noche se dirigió el Señor al profeta,<br />
16 Juan Pablo II, Carta encíclica Ecdesia de Eucharistia, 17-IV-2003,<br />
n. 17.<br />
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