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Javier Echeverría EUCARISTÍA Y VIDA CRISTIANA<br />
invenciones de su amor, con la generosidad de su cariño; adi-<br />
vina las ansias y las aspiraciones más hondas y puras de nues-<br />
tro corazón y se adelanta a satisfacerlas. Ha nacido para no-<br />
sotros y por nosotros; gasta toda su vida para salvarnos y<br />
hacernos felices, para conseguir nuestra glorificación, nues-<br />
tro endiosamiento de hijos del Padre en Él, gracias al Amor.<br />
Jesús lavó los pies a sus discípulos porque los amaba con<br />
locura, apasionadamente. Encontró resistencia en la ingenua<br />
devoción de Pedro, que al comienzo no aceptó esa prestación<br />
de su Maestro y Señor. Sólo consintió cuando oyó la ame-<br />
naza amable de que la falta de ese lavado podría impedirle<br />
permanecer con su Jesús (cfr. Jn 13, 6-9). Quiso atenderles<br />
con aquel servicio, para que les entrara por los ojos que les<br />
amaba con toda el alma, «hasta el extremo». Pocas horas des-<br />
pués morirá por ellos, entregará su vida por sus amigos, de-<br />
mostrando así el mayor amor posible; pero quien todo sabía,<br />
conocía también que su muerte ignominiosa no iba a ser in-<br />
terpretada al principio como una victoria de amor, sino<br />
como un desastre. Lavarles los pies era, en aquel momento,<br />
la prueba más eficaz de un cariño que no conoce barreras,<br />
que no se detiene en circunspecciones por salvar la propia<br />
imagen, por custodiar la propia excelencia.<br />
Les limpió los pies como un siervo. Sólo en apariencia<br />
como un siervo; de modo algo parecido a como el pan ya no<br />
es pan después de las palabras consacratorias. Lavó los pies a<br />
sus discípulos con el señorío del amor que se entrega libre-<br />
mente para hacer felices —eternamente felices— a los que<br />
ama. A los discípulos les pareció un gesto de inmensa humil-<br />
dad, y la misma reacción provoca también en nosotros, que<br />
con no poca frecuencia estamos movidos por la soberbia, por<br />
los humos o humillos del propio valer y de la propia gran-<br />
deza. Cristo no se sentía humillado al cumplir aquel gesto<br />
con los Doce; sencillamente, los estaba amando y les estaba<br />
enseñando a amar. Porque le constaba que la gran miseria, la<br />
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