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Javier Echeverría EUCARISTÍA Y VIDA CRISTIANA<br />
a Cristo, de trabajar por El, de darle a conocer, de andar a su<br />
lado y permanecer siempre con Él, terminan en la desconcer-<br />
tante experiencia de la infidelidad pequeña o grande! El sen-<br />
tido de la propia filiación divina, la vitalidad de la propia fe,<br />
la delicadeza en el amor..., se vienen en ocasiones abajo,<br />
cuando surge la contradicción, la persecución violenta o tai-<br />
mada, o simplemente la dificultad, el cansancio.<br />
Como aquellos primeros, también nosotros con frecuen-<br />
cia nos comportamos como personas de intenciones grandes,<br />
a la hora de prometer la propia fidelidad hasta la muerte; y<br />
como ellos en esas horas, tampoco nos decidimos a amar a<br />
Cristo «hasta el fin, hasta el extremo». Él, en cambio, sí nos<br />
quiere, hasta dar la vida por el amigo (cfr. Jn 15, 13); y, al<br />
contacto con nuestro defecto de amor, instituye la Eucaristía<br />
para enseñarnos a corresponder, al paso que nos envía al<br />
Consolador que necesitamos, para que comprendamos que<br />
podemos refugiarnos y adherirnos a su Sacratísimo Corazón,<br />
ejemplo de donación.<br />
Es preciso que miremos con sinceridad nuestro propio in-<br />
terior, ir al fondo de las situaciones o reacciones, y reconocer<br />
que el problema se reduce en definitiva a un problema de co-<br />
rrespondencia. El amor constituye la sustancia de la felicidad:<br />
amar y saberse amados componen la única respuesta verda-<br />
dera a las ansias últimas del corazón humano. Y, en definitiva,<br />
buscamos esta finalidad en todo cuanto nos ocupa: un «que-<br />
rer» que no muera, que no pase, que no traicione, que sacie el<br />
alma. Agustín de Hipona lo dejó escrito con frase brevísima:<br />
«Pondus meus, amor meus» 17 . Mi amor es mi peso, lo que me<br />
confiere solidez, lo que me atrae y me exalta, me transmite al-<br />
tura y profundidad, el origen de mi paz. También lo propuso<br />
con la consideración de que nuestro corazón está inquieto<br />
hasta que descansa en Dios: porque sólo en Él se encuentra la<br />
17 San Agustín, Confesiones LIII, 9, 10.<br />
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