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Javier Echeverría EUCARISTÍA Y VIDA CRISTIANA<br />
atrae a Sí (cfr. Jn 12, 32) y con la fuerza del Espíritu Santo<br />
los vuelve realmente hijos del Padre.<br />
Suele suceder que, en las familias que usan el pan como<br />
alimento, sea la madre quien lo guarda y lo reparte a los hi-<br />
jos: ella lo divide, lo acomoda a la necesidad de cada uno.<br />
Cristo se ha entregado personalmente a su Iglesia concedién-<br />
dole —en el sacerdocio ministerial de los presbíteros—- el po-<br />
der de consagrar su Cuerpo y su Sangre, y de distribuir el Ali-<br />
mento eucarístico a sus hermanos. La Iglesia es Madre<br />
nuestra porque nos engendra a la fe y a la vida de la gracia,<br />
con la predicación de la Palabra y con los sacramentos que<br />
Cristo le ha confiado. La Iglesia distribuye a los fieles el Pan<br />
eucarístico, ordena y dispone esa distribución del modo que<br />
juzga más conveniente para la necesidad de las almas, salva-<br />
guardando siempre la reverencia a su Esposo y a las disposi-<br />
ciones recibidas de Él.<br />
Como en todas las comparaciones, también aquí la refe-<br />
rencia a lo que sucede en las familias humanas presenta cla-<br />
ros límites. La distribución del alimento en una familia nor-<br />
mal constituye un acción importante, pero no define la<br />
sustancia de la familia, que se encuentra en las personas que<br />
la componen y en los vínculos que las relacionan. No sucede<br />
así en la Iglesia, porque el Alimento eucarístico, el mismo<br />
Cristo, es a la vez todo el bien de la Esposa, la Iglesia, que<br />
vive en El y de Él y por Él: Jesús es la vid, nosotros los sar-<br />
mientos; sin Él, no podemos nada (cfr. Jn 15, 1-5).<br />
Comprendemos, pues, que cuanto se refiera a la celebra-<br />
ción del Santísimo Sacramento en la Santa Misa, su distri-<br />
bución en la Sagrada Comunión y su conservación en los<br />
sagrarios, sea objeto de grandísima atención y reverencia,<br />
porque se trata de la sustancia misma de la vida de la Iglesia<br />
y de los hijos de Dios. «Esta presencia real y oculta —decía<br />
Pablo VI en el Congreso eucarístico de Pisa—, lleva con-<br />
sigo tales implicaciones religiosas, espirituales, morales y ri-<br />
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