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Javier Echeverría EUCARISTÍA Y VIDA CRISTIANA<br />
ciones (cfr. Le 22, 28); y recibieron el testamento divino: su<br />
Cuerpo y su Sangre, envueltos en Amor.<br />
¡ Que os améisl Aquella noche Juan apoyó su cabeza sobre<br />
el pecho del Maestro, oyó sus vibrantes latidos, fuertes por la<br />
emoción de la despedida y de los desamores de los hombres.<br />
Las palabras de Jesús le llegaban directamente al corazón,<br />
porque tan graves y hondos vocablos resonaban en su alma<br />
joven, plena de entusiasmo por su Maestro. Y allí quedaron<br />
grabadas para siempre, como fuentes de comprensión de la<br />
vida y de la muerte de su Señor, como criterio de interpreta-<br />
ción de nuestra existencia y del mundo. Dios es amor, nos<br />
repetirá al final de sus días (cfr. 1 Jn 4, 8 y 16). Toda la vida<br />
de Cristo se resume en esto: en su amor, que le lleva a la<br />
Cruz, a la Eucaristía, a lavarnos los pies. Y toda la vida cris-<br />
tiana se recapitula en ese último mandamiento que Juan con-<br />
servará, ya para siempre, clavado en el alma y repetirá sin tre-<br />
gua: ¡Que os améis! El, el hijo del trueno; el que pidió que<br />
lloviera fuego del cielo y abrasara aquel pueblito de samarita-<br />
nos (cfr. Le 9, 54); el que prohibió realizar milagros a unos<br />
que no iban con Jesús (cfr. Me 9, 38); el que ansiaba prevale-<br />
cer sobre los demás (cfr. Me 10, 37), no se cansó de repetir<br />
hasta su muerte: \hijitos míos, que os améis unos a otrosí Por<br />
eso, también nos ha hablado tanto del Espíritu Santo.<br />
El don de la filiación divina y el don del Amor avanzan<br />
juntos, pues el Amor personal infinito —la Tercera Persona<br />
de la Santísima Trinidad— es «quien nos hace exclamar:<br />
¡Abba, Padre!» (Rm 8, 15). Estos dones no se pueden sepa-<br />
rar; y la grandeza del uno ayuda a vislumbrar la grandeza del<br />
otro. Cristo trataba de hacerlo entender a sus Apóstoles; y,<br />
para convencerles de la importancia de su muerte y resurrec-<br />
ción y de su ascensión al cielo, de la necesidad de sustraerse a<br />
su inmediata percepción sensible, les razonaba así: «Os con-<br />
Cfr. San Jerónimo, Comentario a la epístola a los Calatas 3, 6.<br />
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