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Justa distribución del sufragio como poder
fiesto y debatirá los diversos temas consciente de las aspiraciones populares;
otra, más cualificada en principio, aportará un filtro de ecuanimidad,
practicabilidad y previsibles efectos de cada ley, al tiempo que mejorará los
textos legales según aconseja la integración científica del Derecho.
A nadie se oculta que para esto la elección de las Cámaras debe programarse
desde la Ley Electoral. Bien está la división española entre Congreso
y Senado. Incluso no habría ningún inconveniente en elegir democráticamente
la primera Cámara, sea como se hace hoy, sea con las leves
modificaciones sugeridas antes. Propugnaremos cierto retoque en la forma
de la elección para que la España del exterior no resulte discriminada y
para que los abstencionistas de fuera encuentren alicientes para inscribirse
en el censo y luego votar. Pero el Senado, concebido en la Constitución
como Cámara de representación territorial; aun cuando su propósito
se haya cumplido a medias, debe transformarse realmente en un concilio
de grandes juristas y personalidades eminentes de cada Comunidad Autónoma
para que puedan llevar a cabo la delicada misión que, en cualquier
caso, les compete. No debe ser, en adelante, el Senado el resultado exclusivo
de una eleción popular (79) , sino una verdadera Cámara alta, asiento de
sabios, expertos, expresidentes y viejas glorias de la Política.
79) Con ser actualmente el Senado la Cámara diseñada con mayor espíritu democrático, ya que
podría no deberse exclusivamente al dictado de los partidos; se ha reducido a un mero apéndice
del Congreso en sus trabajos.
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