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José Lois Estévez
Sus más nocivos efectos son: 1) La oligarquización antidemocrática en
el propio partido; es decir, conformación centro-expansiva del poder, en
lugar de la estatutaria organización, referida a la base. 2) Lucha por la hegemonía
en el seno del partido mismo, con secuelas de demagogia y fuertes
tendencias a la escisión. 3) Reacción diferenciadora que impone una disciplina
de partido, votaciones en bloque, no en conciencia, y riesgo de supeditación
al interés gregario del interés nacional. 4) Descalificación política
de los no encuadrados, de los *independientes*, y satelitización o anulación
de las agrupaciones minoritarias. 5) La manipulación del electorado en función
de la propaganda posible y medios económicos con que cuente el partido.
O sea: se prima la riqueza sobre el interés público. 6) Desenlace fatal
en el multipartidismo, con crisis de autoridad, anarquía creciente, desgobierno;
o al monopartidismo de facto, que genera constante propensión a
los abusos de poder y desemboca en una autocracia pragmática (41)
La democracia *orgánica*, tampoco inmune a ciertos vicios del sistema
anterior, tiene como deficiencia capital el sensibilizarse más a los
intereses que a las grandes finalidades de la Política, a las que, a menudo,
se ciega. Pospone, así, fácilmente las más perentorias necesidades de la
humanidad a los prejuicios de la capillita o la clase; prefiere lo local a lo
regional; lo regional a lo nacional; lo nacional a lo Universal (42) .
41) Una vez que los partidos son, en parte al menos, sustentados con dinero público y brindan
grandes oportunidades de poder, incluso económico; se convierten en expectativa de medro para
muchos ambiciosos, que, si no encuentran ocasión de prosperar en uno consagrado, experimentarán
la tentación de formar otro, a la medida de sus planes. La proliferación de los partidos no
tiene, pues, otro límite que el coste que lleva consigo el organizarlo.
42) Los partidarios de la democracia orgánica son muy numerosos y no se adscriben únicamente a
ideologías de derechas, pues, como lo demuestra el libro de Fernández de la Mora (Los teóricos
izquierdistas de la democracia orgánica, Madrid, 1985), no faltan numerosos tratadistas que
propugnan la representación orgánica desde las posiciones políticas más diversas. En su Tratado
de Derecho Político según los principios de la Filosofía y el Dereho cristianos, I, Salamanca
1899, II, Salamanca, 1902, Enrique Gil y Robles exponía vigorosamente y con visión original
(como que rechazaba la idea de que el D. Político fuese el Derecho del Estado -pág. 5) una teoría
que habrá, esencialmente, de asimilarse a la orgánica. Gil y Robles se manifestaba, en efecto,
como un partidario nostálgico de los gremios; creía que las personas no eran para la sociedad,