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Justa distribución del sufragio como poder
La Ciencia del Derecho, como cualquier otra, se afana únicamente por la
verdad. ¿Cómo la logra? ¡Siendo fiel al fin que persigue! Es decir, respetando,
con la más absoluta exactitud, los datos suministrados por sus fuentes
originarias de información.
Un planteamiento como éste, que invoca la verdad ¡en el Derecho!,
exige, antes de nada, demostrar que las normas jurídicas, contra lo que se
afirma casi por unanimidad entre los juristas, son auténticas proposiciones,
que contienen enunciados sobre algunos hechos de la experiencia y
no mandatos o imperativos con que un legislador parece conminar a los
súbditos. Aquello que afirmaba Modestino: “Legis virtus id est: imperare,
vetare, permitere, punire” (D. I, III, 7); se atiene a la versión oficial
de un pensamiento muy difundido, gracias a la propaganda política, que,
malcomprendiendo el papel del Derecho, pretende justificar el poder desnudo
y conseguir el ciego acatamiento de cuantos se quiere así predestinados
a la obediencia pasiva y a no ser más que súbditos. Pero lo cierto es
otra cosa: Que sin vivir previamente el Derecho, no puede existir sociedad,
ni diferenciarse poder político de ninguna especie (3) .
El poder social se origina legítimamente por comisión y se otorga por
la confianza que han granjeado a los capaces los merecimientos de un
pater (4) . A veces -quizá demasiadas veces-, el poder arranca, ilegítimamente,
de la fuerza, si bien luego los hábitos y el buen uso acaben conva-
3) La familia, que tiene que ser indudablemente la primera comunidad histórica, encuentra en el
poder paterno un absolutismo refrenado por el amor. Su ley única es la voluntad del pater; la
medida de sus éxitos o sus fracasos son el bienestar o malestar, la supervivencia o la extinción.
La familia no se rige por normas jurídicas ni por reglas de reciprocidad: se rige y alienta por el
amor, que, cuando se pierde, la pierde. La sociedad, en cambio, es un acuerdo entre familias. Y
precisamente por serlo y por surgir entre familias que pactan en pié de igualdad, necesita normas,
incluso para deferir el poder en lo sucesivo.
4) En sus vidas paralelas nos cuenta Plutarco cómo se formó la polis ateniense. Sea el relato historia
o legendario, tiene franca verosimilitud y describe ciertamente el origen previsible de las
agrupaciones políticas primitivas. Plutarco: Vidas, Teseo, XXIV.
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