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José Lois Estévez
individuos y los entes públicos. Más aún: ¿no deben, por serlo, los funcionarios
administrativos ponerse en el lugar de quien recurre a ellos y darle
el trato que quisieran para sí mismos? Si “aproximarse” a uno equivale a
convertirlo en prójimo, y si “acercar” es llegar más cerca, el papel de las
administraciones públicas tiene que consistir, sobre todo, en eliminar
cuantos vanos impedimentos odiosos alejen de su tuición al administrado.
No hay que olvidar que la emigración es también un síntoma. Quien
emigra, no lo hace, por lo general, movido por un espíritu de aventura:
cede a una dura necesidad, con dolor de su alma. La causa de tantas despedidas
acongojadas está en esas tremendas cifras de desempleo que aquejan
a España, de las cuales -hay que decirlo crudamente- son responsables
primerísimos los tropiezos que opone la Administración a las nuevas
empresas: licencias fiscales para abrir un negocio, para hacer una obra,
pago anticipado del iva ... confiscación inconstitucional de terrenos por
los Ayuntamientos para otorgar licencias de edificación, incautación -esta
vez retroactiva- por el Estado o Comunidades Autónomas de fincas privadas
que se hacen pasar al dominio público; servidumbres impuestas sin
indemnización a beneficio forzoso de vías públicas; afecciones (que también
son servidumbres con nombre flamante) para lo mismo... Todo esto,
que desalienta o entorpece la iniciativa particular, mengua el nuevo trabajo
productivo y deja tras de sí una sementera de paro.
No hacen falta intensas cavilaciones para ver en este fenómeno un
efecto más de la fiscalidad desmandada. Es doctrina económica manida que
la inversión proviene del ahorro. Pero el ahorro social, como un todo, ha
de repartirse entre la inversión pública y la privada. Si la inversión pública,
como el león de Esopo, se reserva la mayor parte, los flacos recursos que
restan a la privada no permitirán una movilización suficiente de las energías
laborales ociosas, cuyo sostenimiento, acarreando aún una carga paralizadora
más, limitará cualquier innovación económica y asímismo la
expansión industrial. Un verdadero ciclo dia bólico arremete, así, contra el
corazón mismo de toda economía. Crecerá, en consecuencia, su coeficiente
de disipación, la entropía del sistema político y el propio desempleo
ascendente, autoalimentándose, dará lugar a un paro aun mayor.