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José Lois Estévez
b) Las listas de candidatos serían tres por cada partido, con ordenación
alfabética y sin prelaciones apriorísticas. Cada elector quedaría facultado
para depositar en la urna una conformada por él, según su criterio y
orden de preferencia. Podrá, si así lo quiere, adherirse a las candidaturas
de un partido, poniendo a cada persona escogida el número en que la
sitúa. Cabe formar la papeleta de voto con aspirantes presentados en cualquier
lista, aunque procedan de partidos distintos. El escrutinio será más
lento; pero esta pequeña desventaja quedará contrapesada con creces por
el mayor acierto en la selección. Además, al ser triple el número de los
propuestos por partido, también así entrará en juego la ley de los grandes
números, con más probable compensación del error.
Por último, publicando el curriculum comprobado (por la Junta
Electoral respectiva) de cada candidato, la elección podrá efectuarse de
acuerdo con criterios valorativos, a saber, a ciencia y conciencia de los
votantes. Además, en cuanto se habitúen al nuevo sistema de sufragio, los
electores votarán cada vez con más tino. Cada elección será una lección.
2. LA ELECCIÓN COMO AUTOSELECCIÓN
Como hemos visto, el concepto de representación, en cualquiera de
sus modalidades, al no conciliarse con los hechos, no sirve para explicar
la reglamentación moderna del sufragio.
En efecto: es incompatible con el mandato imperativo, porque los
electores ni dan instrucciones a los electos, ni podrían darlas, al ser secreta
la votación; ni les cabe a los presuntos representantes cumplir las consignas
de comitentes incógnitos. De ahí, que se haya llegado a prohibir los
mandatos imperativos, únicos que la lógica jurídica permitiría reconocer,
pues mandato y ausencia de vinculación son supuestos contradictorios.