Artículos 2009 en El Mundo de Eduardo del Campo

26
ANDALUCÍA
EL MUNDO. MARTES 3 DE NOVIEMBRE DE 2009
Jornaleros en huelga reclaman salarios dignos en la cosecha de la naranja, el viernes en el municipio cordobés de Palma del Río. / FERNANDO RUSO
Exprimidos como peones de naranja
Los jornaleros luchan en Palma del Río, capital del cítrico, contra los abusos en el tajo
«Quieren esclavos
como los de antes»,
clama indignado un
temporero español
EDUARDO DEL CAMPO / Palma del Río
La capital española de la naranja está
en el municipio cordobés de Palma
del Río, en la Vega Media del
Guadalquivir y pegado a la provincia
de Sevilla. Alrededor se extienden
grandes naranjales que continúan
por Hornachuelos, Posadas, Lora del
Río, Peñaflor... En los árboles cuelga
la fruta: verde aún la de zumo, que
se empezará a recoger en diciembre,
pero coloreada ya de naranja y lista
para la recolección la de mesa.
Por estas fechas, cada año, los naranjales
de Andalucía (65.000 hectáreas
de cítricos; sólo las 10.000 de
Córdoba generan un millón de peonadas)
se llenan de jornaleros que,
macaco al cuello y tijera en mano,
recogen toneladas de naranjas cada
día para alimentar la demanda de
esta reina de la vitamina A. Pero estos
días los tajos están desiertos y los
almacenes de envasado que han
convertido a Palma del Río en la meca
de esta industria agrícola (agrupada
en la patronal Palmanaranja y
con referentes tan destacados como
la fábrica de zumos del grupo Pascual,
Zumosol) aparecen cerrados.
Una huelga convocada por el Sindicato
Andaluz de Trabajadores, el
SAT (que engloba al histórico Sindicato
de Obreros del Campo, SOC),
mantiene paralizada la campaña desde
el 26 de octubre para denunciar,
con más fuerza que nunca, los abusos
que se producen a la sombra de
estos naranjos. El secretario del SAT
en Córdoba, Javier Ballesteros, dice
que numerosos agricultores, intermediarios
y empresarios usan como
excusa la crisis económica para hacer
retroceder las condiciones de trabajo
a la explotación «del siglo XIX».
La situación es potencialmente explosiva:
debido al aumento del paro,
hay mayor demanda de trabajo que
oferta disponible, lo que aumenta la
competencia entre los trabajadores,
crea tensiones (aún latentes y leves,
pero fácilmente inflamables) entre
españoles y extranjeros y provoca
que se deteriore aún más un trabajo
ya de por sí precario, tirando los precios
de la mano de obra a la baja con
un lema tácito o expreso: esto es lo
que hay, quien quiere lo toma y
quien no, lo deja. Los jornaleros españoles
acusan a los patrones de
preferir contratar a temporeros rumanos,
ucranianos, polacos, búlgaros
o senegaleses porque, dicen,
aceptan trabajar por menos. Sindicatos
y alcaldes coinciden en pedir a
los empresarios que den prioridad a
los censados en los pueblos.
Decenas de jornaleros y miembros
de los piquetes del SAT se concentran
todos los días en el aparcamiento
del supermercado Lidl, en la
travesía de Palma del Río. El viernes,
a los manifestantes españoles se les
había sumado también un grupo de
jornaleros rumanos, lo que algunos
de los locales señalaban como prueba
de que en esta causa están juntos
y de que ellos no son xenófobos ni
racistas, como afirmó la semana pasada
la patronal agrícola Asaja. El
enemigo, insisten, no son los inmigrantes
sino los que explotan a ambos,
españoles y extranjeros. Sin
embargo, se nota que esa aparente
Naranjas en una fábrica local, en 2004.
hermandad entre peones está teñida
también de recelo mutuo.
Domingo Maraver, que tiene 42
años y recoge naranjas desde que tenía
16, explica las matemáticas de la
explotación en la naranja andaluza.
El convenio del campo dice que se
deben pagar 42,47 euros por una jornada
de seis horas y veinte minutos.
Pero la realidad es que, para cobrar
ese dinero, muchos agricultores o intermediarios
obligan a trabajar más
horas de las estipuladas, hasta alcanzar
una cuota determinada de
cajas de naranjas. La medida principal
es el tráiler de un camión. Caben
«Tenemos que estar
juntos», dice una
jornalera rumana tras
unirse a la huelga
en él 1.230 cajas de naranjas, que pesa
cada una entre 20 y 25 kilos: alrededor
de 25 toneladas de fruta. Dicen
que para poder recoger esa
enorme cantidad en las seis horas y
veinte minutos que establece el convenio
hace falta una cuadrilla de 24
personas, de la que una es el manijero,
el encargado de reunir a la cuadrilla,
que no coge naranjas.
El problema está, añaden, en que
los intermediarios han recortado las
cuadrillas, dejándolas en unos 18 integrantes,
a los que se exige que recojan
la misma cantidad que cuando
eran 24, pero sin pagarles más. De
esta manera, deben trabajar «de sol
a sol» para llenar el camión.
«¿A quién prefiere el patrón, a mí
que estoy hasta las dos o a ellos que
están hasta las siete?», dice Domingo
señalando hacia los cuatro o cinco
jornaleros rumanos que se apoyan
en una pared, un poco a la defensiva.
Entre ellos están Marian
Duna y Marian Galicean, vecinos
rumanos de Palma del Río. Dicen
que ellos no aceptan trabajar más
por menos, pero admiten que otros
inmigrantes recién llegados o muy
necesitados no lo dudarán. El representante
del SAT afirma que el trabajo
a destajo, ilegal, está a la orden
deldíayqueseestápagandoa0,45
euros cada caja recogida, una tarifa
que hace muy difícil ganar más de
20 euros en una jornada normal.
«Quieren esclavos como los de
antes», clama indignado otro jornalero
español. «Nos tratan como inmigrantes
porque pedimos el convenio»,
protesta otro. Se refieren
tanto a los agricultores como a los
intermediarios, porque a menudo el
dueño no recolecta sino que vende
la cosecha directamente en el árbol
–0,37 euros el kilo este año, que llega
a la frutería multiplicado por tres
o cuatro– a un corredor que se encargará
de contratar a la cuadrilla
para recolectar las naranjas y venderlas
a mayoristas como los de Palma
del Río.
Ballesteros critica que la Inspección
de Trabajo no ha detenido estos
abusos sistemáticos, pero aclara
que es difícil detectarlos porque los
empresarios y las empresas de trabajo
temporal (ETT) que los cometen
enmascaran la explotación bajo
nóminas legales: en el papel figura
lo justo, pero en realidad han trabajado
muchas horas más que nadie
les paga, o les han pagado menos.
Es lo que les pasó, cuenta, a tres
españolas cuyas nóminas decían
que habían cobrado los 127 euros y
pico correspondientes a tres jornadas,
pero a las que dieron un cheque
de sólo 80. «Cuando hablé con la
ETT, decían que había sido un
error», dice irónico el sindicalista.
Un ucraniano le pidió ayuda porque
a él y sus paisanos les estaban pagando
30 euros en una finca de Posadas.
También consiguió que la empresa
denunciada les diera lo suyo.
Pero, por ignorancia o miedo, son
más los que callan. «Hay mucha
gente parada y se aprovechan». El
rumano Iulian Genica, de 36 años,
dice que empieza a notar miradas
hostiles. Su mujer, Georgeta Cioropan,
de 24 años y con seis en España,
añade que no son ellos quienes
aceptaron primero la precariedad.
«En las cuadrillas trabajamos españoles
y extranjeros. El día que nos
dijeron que había que quedarse más
horas para llenar un camión, nadie
dijo nada. Si ellos, como españoles,
callaron, yo como extranjera, ¿cómo
voy a hablar? La culpa es mía, ¿no?
Porque soy extranjera».
A Georgeta le asustó ver en la tele
cómo hablaban de los rumanos
como competidores. Por eso dice
que hoy se ha unido a la protesta,
para que no los vean como rivales
sino como compañeros. «No queremos
trabajar por camión, sino por
jornada. Tenemos que estar juntos».
DELMUNDO .es
Z Vídeo: elmundo.es/andalucia
Vea testimonios de los jornaleros.
Impreso por Eduardo Delcampo Cortés. Prohibida su reproducción.