Artículos 2009 en El Mundo de Eduardo del Campo

Impreso por Eduardo Delcampo Cortés. Prohibida su reproducción.
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ANDALUCÍA
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EL MUNDO. JUEVES 5 DE NOVIEMBRE DE 2009
El progreso no es un piloto automático
Fernando Savater recuerda que «retrocesos sociales» como la legitimación de la tortura o
los recortes de las religiones a las libertades prueban que los avances no son irreversibles
EDUARDO DEL CAMPO / Sevilla
Hubo un tiempo, explica Fernando
Savater, en que el Progreso, con mayúscula,
se convirtió «en el sustituto
laico de la Divina Providencia», una
especie de «piloto automático» que
hacía pensar a los pobres mortales
que toda transformación y cambio
de la sociedad es irreversiblemente
hacia delante, hacia mejor, y que si
el tiempo, cuando se trata del hombre
individual, siempre juega en su
contra, condenándolo al deterioro
y a la muerte, al menos visto desde
lejos empuja hacia delante a la Humanidad,
lo que nos sirve de alivio
y consuelo.
No cree el filósofo en ese progreso
automático, ante el que el libre
albedrío de la acción humana poco
importa y que iguala a los «muy desesperados
y a los muy esperanzados»
porque ambos dicen que las
cosas o no tienen arreglo o se arreglan
por sí solas, pero sí confía en
ese otro progreso, con minúsculas,
que deliberadamente la sociedad se
propone conseguir con su acción.
Mientras enfrente decenas de
miles de almas llenaban el estadio
del Sevilla para ver el partido de la
Champions, en esta orilla, en el hotel
Meliá Lebreros, Savater recordaba
a otro nutrido auditorio de forofos
del pensamiento quién dio
alas al concepto de progreso en la
cultura occidental moderna. Fue,
dijo, un discípulo de Voltaire en el
siglo XVIII, el marqués de Condorcet,
el único ilustrado colaborador
de la Enciclopedia que participó
también en la Convención de la Revolución
Francesa, un adelantado
que defendía el voto femenino y
que, enemigo de la pena de muerte,
votó en contra de ejecutar al derrocado
Luis XVI.
Caído en desgracia e incluido en
la lista negra de jacobinos y fieles
de Robespierre, se escondió huyendo
de la guillotina y, en esa huida
por París, escribió su Esbozo de
un estudio sobre el progreso humano.
A pesar de que lo perseguían (y
moriría, de hecho, en un calabozo),
Recordó al ilustrado
Condorcet, que escribió
de la fe en el Progreso
mientras lo perseguían
Dando la razón a
Popper, dijo que esta
época es, pese a todo,
muy poco violenta
afirmaba el desarrollo del hombre,
un progreso científico, sí, pero sobre
todo moral y político.
En el siglo XIX, dice Savater, la
idea de que la civilización blanca
occidental era el culmen de la historia
fue esgrimida por las potencias
para «conquistar y explotar a
El filósofo Fernando Savater (i), junto al columnista de EL MUNDO y coordinador de Las Charlas, José Antonio Gómez Marín. / REPORTAJE GRÁFICO: CARLOS MÁRQUEZ
Savater y Gómez Marín, junto a Alfonso Lazo.
otros países en nombre de la Humanidad
y del Progreso». «Nadie
duda», continúa, de que el progreso
científico y técnico es objetivo y
existe, pero las guerras mundiales
y el exterminio industrial del ser
humano, o las hambrunas, o la explotación
infantil, o la miseria, convirtieron
el siglo XX en el del derrumbe
de la fe en el progreso moral
del hombre.
Pero llegó Karl Popper a finales
de los 70 y dijo que, pese a todo,
«vivimos en la mejor época de la
Humanidad». Y, aunque indignó a
muchos (¿el mejor mundo entre
tantas desgracias?), Savater cree
que alguna razón tiene. A fin de
cuentas, dice, es un progreso moral
en sí mismo que seamos conscientes
de las deficiencias del mundo
hasta el punto de pensar que no ha
progresado. A pesar de lo que parezca,
«nuestra época es extraordinariamente
no violenta», y lo dice
un hombre amenazado de muerte
por ETA. Muchos ya han nacido,
han crecido y han muerto sin vivir
una guerra, señala. Otro signo de
progreso objetivo, no voluntarista,
es la existencia de la Seguridad Social:
el sistema por el que la sociedad
garantiza el cuidado de sus
miembros, un avance «que ni es de
izquierdad ni de derechas».
Y no hay que dar ningún avance
por sentado, por irreversible, como,
critica, ha quedado en evidencia
con la legitimación de la tortura a
raíz de la guerra contra el terrorismo
de los Estados Unidos de Bush
o los recortes a las libertades que
las religiones (se refirió primero a
la católica, luego sobre todo al islam)
quieren imponer en nombre
de su moral. «Retrocesos sociales»
que indican que ni el progreso es
automático ni carece de marcha
atrás. El progreso se hace, se intenta,
se mantiene. «Las personas libres
nunca se preguntan ‘qué va a
pasar’ sino ‘qué vamos a hacer’».
Dio en el clavo cuando describió
el miedo de una gran parte de los
hombres y mujeres de hoy que, ante
los vertiginosos cambios tecnológicos,
se sienten rezagados, como
«a punto de caer de un tren en
marcha», sin pie. «Sentimos que
no podemos seguir el ritmo de la
realidad». Pero quitó gravedad enseguida
a este aparente drama universal
al señalar que tantas muestras
de rechazo al cambio, simbolizado
por ejemplo en internet o el
móvil, son tan ridículas como las
advertencias de la Academia de
Psiquiatría británica que en los orígenes
del tren advertía que viajar
«Las personas libres
nunca se preguntan
‘qué va a pasar’ sino
‘qué vamos a hacer’»
Describió el miedo de
la sociedad actual a
quedar rezagada ante
el cambio tecnológico
mucho en ferrocarril a más de 30
kilómetros por hora producía graves
trastornos mentales. Se progresó
ayer en la charla de Savater.
Quien llegara cejijunto y enfadado
con el mundo, salía sonriente y
pensando que, hombre, lleva razón
el sabio: no es para tanto.
«Nos hemos
convertido en
unos protestones»
E. DEL C. / Sevilla
El título de su conferencia sonaba
deprimente, «La degeneración
del progreso», pero Savater, con
su bonhomía sabia, relativizó con
su buen humor el tono catastrofista
a que se presta el asunto.
Con sus palabras, nos puso un
espejo delante que nos retrató a los
habitantes del primer mundo contemporáneo
como una partida de
«niños mimados» incapaces de disfrutar
del progreso objetivo, al menos
material, que hemos alcanzado.
Todo debido a la paradoja de
que cuanto más se reduce el mal,
más insoportable se hace el que
queda, con el agravante de que
pensamos que la cultura que ha
propiciado precisamente esa mejora
es un obstáculo para acabar con
lo que aún nos molesta, como ese
guisantito que incomodaba el sueño
de la princesa a pesar de que
dormía en una cama de lujo.
«Todo lo que objetivamente nos
favorece, como no corresponde a
la perfección, que no existe, se nos
convierte en insoportable. Nos hemos
convertido en unos protestones»,
apuntó. Como cuando, puso
como ejemplo, el que va en avión a
Chile se indigna y desespera porque
se retrase la salida tres cuartos
de hora olvidándose de que hasta
hace bien poco esa travesía implicaba
una temible aventura. Más
paciencia, recomienda el filósofo.