Artículos 2009 en El Mundo de Eduardo del Campo

S6
SEVILLA
>EXCLUSIÓN SOCIAL / El Vacie
EL MUNDO. LUNES 27 DE ABRIL DE 2009
Derechos Humanos
del Menor pide actuar
a fondo en el Vacie de
la mano de sus vecinos
José Manuel recibió un
piso de alquiler por la
leucemia de su hijo. «Si
no, seguíamos aquí»
Impreso por Eduardo Delcampo Cortés. Prohibida su reproducción.
Paula Maria Fernandes y dos de sus cinco hijos, hace unos días, en la chabola sin camas donde viven en el poblado de El Vacie. / CONCHITINA
«Vivo solita con cinco hijos en una
chabola sin camas y no me dan piso»
Denuncian que el caso de Paula Fernandes prueba el olvido del Vacie pese a los ‘parches’
>Urbana tiene «37 o 38 años» y siete hijos.
Los cuatro ‘casados’ viven en otras chabolas
junto a la suya. La de Antonio, de 20 años (recoge
hierro, diez euros la mañana de trabajo a 20
céntimos el kilo), y Sonia, de 19, ya con dos
hijos, desmiente el prejuicio que denigra al ‘chabolista’
como un sucio asocial que ‘no sabe’ vivir
en otra parte. Su hogar es ejemplo de orden,
limpieza y sentido de la belleza: el suelo (de
losetas recuperadas de los escombros) reluciente,
los champús alineados en la mesita, la vajilla
antigua expuesta con primor en la alacena azul.
>El Ayuntamiento hirió sin darse cuenta el sentido
de la limpieza de muchas familias cuando
hace un mes instaló media decena de módulos
El dispar destino de los nuevos retretes colectivos de hormigón
EDUARDO DEL CAMPO / Sevilla
«El Vacie está igual que siempre»,
dice con voz dulce y dolida Paula
Maria Fernandes Romão. El gueto
de chabolas más antiguo de Andalucía,
junto al cementerio de Sevilla,
sigue siendo el inhumano refugio
para unas 900 personas, como antes
para otras miles durante décadas.
Quizás no es que no tenga solución,
sino que la ciudad no quiere buscarla
de una vez por todas y prefiere
continuar mirando para otro lado.
Ella lo sabe y pide que la miren.
Paula, gitana portuguesa nacida
hace 30 años en Lisboa, enseña la
chabola donde vive sola con sus cinco
hijos, tres niñas y dos niños de
entre 15 años y un año y medio. Su
marido está en la cárcel desde hace
dos años y no tiene familiares cerca
que la ayuden. Era una adolescente
cuando parió a los mayores, aquí
mismo, en su chabola. Los pequeños
nacieron en el hospital Macarena.
Ahora los cuatro mayores están
escolarizados y el pequeño acude
cada día a la guardería que la asociación
Aliento gestiona en el asentamiento
con fondos municipales.
Pero este avance, simple aplicación
tardía de un derecho básico,
contrasta con la situación que sufren
en su chabola. Cuando cae la
noche, Paula desenrolla un viejo colchón,
lo tiende en el único trozo gastado
de cemento que cubre el suelo
de tierra y ella y sus cinco hijos se
acurrucan juntos para dormir.
Si hay una familia que necesita un
piso de emergencia social como los
que gestiona el Ayuntamiento a través
de su agencia Otaínsa, es ésta.
Pero Paula se conforma, como le dijo
a los técnicos municipales de Bienestar
Social que acuden al Vacie,
con que le den unas camas y dejen a
su marido (con tres años aún de condena
por delante) salir de permiso
de la cárcel para que le arregle el
suelo pelado de la chabola y los agujeros
por los que este invierno se coló
la lluvia que la encharcó.
Reparó sola lo que pudo. Unos sacos
de cemento esperan a la entrada.
«Le di a un hombre 40 euros, pero se
haidoynohahechoeltrabajo»,se
lamenta. El hijo pequeño duerme en
el carrito. Otro ve la tele. Las niñas
juegan y ríen afuera, junto a un charco
lleno de desperdicios. Al fondo de
las chabolas relucen los nuevos edificios
de oficinas de Torneo Parque
Empresarial. Otro mundo.
«Aquí estoy solita con mis cinco
hijos. Llevo dos años así. Hace dos
meses [los asistentes sociales] me
dieron 400 euros. Compré ropa, zapatos
y comida para los niños. Les
he pedido unas camitas y una lavadora,
y me han dicho: ‘No tenemos
dinero’. Dicen que coja un colchón
de la basura. He echado los papeles
para pedir una vivienda, y me dicen:
‘Para que te den una vivienda, primero
tienes que trabajar’. A veces
me pongo a aparcar coches para dar
de comer a mis hijos. Pero lo que yo
quiero es alquilar un piso que sea
barato, y trabajar yo para pagarlo.
No quiero pasar otro invierno aquí».
«Es que Paula no tendría que estar
viviendo aquí, sino en un piso.
Esto es miseria total», denuncia junto
a ella Asunción García Acosta,
presidenta de la Asociación Andaluza
Pro Derechos Humanos de los
Menores, que insiste en que en el
Ayuntamiento conocen este caso.
«No sé cómo pueden ver esto y seguir
para adelante», critica.
García Acosta y su compañero de
asociación, Ignacio Menchón, llevan
casi dos décadas viniendo al Vacie y
denunciando su abandono. Aunque
matizan que el gobierno local de
PSOE e IU está desarrollando medidas
positivas, como los cursos de alfabetización
y para sacarse el carné
de conducir, denuncian que el olvido
sigue siendo profundo, como evidencia
la situación de Paula Fernandes,
y que estas medidas y las ayudas
de «200 euros cada dos o tres
meses», son sólo «parches, limosna
y asistencialismo» que, para colmo,
a menudo fracasan porque «no se
cuenta con los vecinos del Vacie».
«No se hace una actuación que
cambie radicalmente estas condiciones
de vida. Siempre veo a esta
gente igual. Paro, mierda, basura»,
dice Menchón. La solución, sostiene,
pasa por invertir más recursos y,
sobre todo, por convertir a los habitantes,
hoy sin organizar, en «protagonistas
activos de su cambio», y no
sólo en receptores pasivos de ayuda.
Además, añade Menchón, «tendría
que haber una sensibilidad social
que no hay. El ex delegado del
distrito Macarena del PA, José Luis
Villar, me dijo: ‘Pregúntale a la gente
qué prefiere, hacer el parque en el
Prado o arreglar el Vacie’». Hicieron
el parque y el Vacie aquí sigue.
«Cuanto más se tarde, más niños
irán cayendo», avisa García Acosta.
Muy pocos logran salir. Una de
esas excepciones es José Manuel.
Esta tarde ha regresado de visita a la
chabola de sus padres. No es ningún
delincuente, como dicta el prejuicio,
sino un hombre honrado y
afable. Un buen vecino. Cuenta que
hace un mes perdió por culpa de la
crisis su trabajo de vigilante en una
planta de hormigón y que ahora rebusca
naranjas para venderlas.
A sus 25 años, es padre de cuatro
niños. Uno enfermó de leucemia.
«Nos pegamos ocho meses en el
hospital hasta que nos dieron un piso
de la Junta en el Polígono Norte.
Pago 47 euros al mes. Si no es porque
mi hijo tenía leucemia, seguiríamos
aquí», dice. Como los otros
ocho hermanos de José Manuel. Su
padre defiende que este gobierno local
ha hecho más que los anteriores
por el Vacie. Pero la madre, Rosario,
zanja: «Lo que tienen que hacer es
tirarlo y sacarnos de aquí».
con un retrete, una ducha y piletas. Hormigón
de campo de concentración militar. Dejaron uno
cerca de la chabola de Urbana para que lo usaran
«diez familias con unos 70 miembros», sin
antes aclarar con ellas quién lo cuidaría. Está
lleno de basura y excrementos de niños, y nadie
lo usa. En cambio, el que hicieron junto a la chabola
de José Manuel y Rosario está limpísimo.
Porque el trato con ellos fue personalizado y no
de masa. «Hablé con los albañiles y les dije que
no pusieran una ducha y un retrete, sino dos
retretes, y que las familias de aquí nos haríamos
responsables». Así fue. «Si no llegan a protestar»,
dice Asunción García Acosta, «les habrían
hecho el retrete sin techo, sin puertas y sólo con
un agujero en el suelo, como tenían previsto».