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- ¡Subid vos un par de palmos, don Sulpicio, que yo ya he bajado más de lo que<br />

acostumbro! - y desenvainó también él la espada.<br />

El español saltó él también a la sábana tensa. Era difícil mantenerse erguidos, porque<br />

la sábana tendía a cerrarse como un saco en torno a sus cuerpos, pero los dos<br />

contendientes estaban tan ensañados que consiguieron cruzar los aceros.<br />

- ¡Por la mayor gloria de Dios!<br />

- ¡Por la Gloria d<strong>el</strong> Gran Arquitecto d<strong>el</strong> Universo! Y se lanzaban estocadas.<br />

- Antes de que os hunda esta hoja en <strong>el</strong> píloro - dijo Cósimo -, dadme noticias de la<br />

señorita Úrsula.<br />

- ¡Ha muerto en un convento!<br />

Cósimo se turbó con la noticia (aunque yo pienso que era inventada) y <strong>el</strong> ex jesuita lo<br />

aprovechó para un golpe bajo. De una estocada alcanzó uno de los picos que atados a<br />

las ramas de los nogales sostenían la sábana por <strong>el</strong> lado de Cósimo, y lo cortó. Cósimo<br />

habría caído, sin duda, si no se hubiese apresurado a lanzarse a la sábana por <strong>el</strong> lado de<br />

don Sulpicio y a agarrarse a un borde. Con <strong>el</strong> salto, su espada arrolló la guardia d<strong>el</strong><br />

español y se le clavó en <strong>el</strong> vientre. Don Sulpicio se abandonó, resbaló por la sábana<br />

inclinada hacia la parte donde había cortado <strong>el</strong> pico, y cayó al su<strong>el</strong>o. Cósimo trepó al<br />

nogal. Los otros dos ex jesuitas levantaron <strong>el</strong> cuerpo de su compañero herido o muerto<br />

(nunca se supo bien), escaparon y no volvieron a dejarse ver jamás.<br />

La gente acudió a la sábana ensangrentada. Desde ese día mi hermano tuvo fama<br />

general de francmasón.<br />

El secreto de la sociedad no me permitió saber más. Cuando yo entré a formar parte de<br />

<strong>el</strong>la, como he dicho, oí hablar de Cósimo como de un viejo hermano cuyas r<strong>el</strong>aciones con<br />

la Logia no estaban muy claras, y unos lo tenían por «durmiente», otros por un hereje<br />

pasado a otro rito, otros incluso por un apóstata; pero siempre con gran respeto por su<br />

actividad pasada. No excluyo siquiera que aqu<strong>el</strong> legendario maestro de grado Treintaitrés,<br />

a quien se atribuía la fundación de la Logia de Ombrosa, haya podido ser él, y por otra<br />

parte la descripción de los primeros ritos que en <strong>el</strong>la se c<strong>el</strong>ebraron refleja la influencia d<strong>el</strong><br />

barón: baste con decir que los neófitos habían de ser vendados, se les hacía subir a lo<br />

alto de un árbol y se los bajaba colgados de cuerdas.<br />

Es verdad que entre nosotros las primeras reuniones de los francmasones se<br />

desarrollaban de noche y en medio de los bosques. La presencia de Cósimo, pues,<br />

estaría más que justificada, tanto en <strong>el</strong> caso de que hubiese sido él quien recibió de sus<br />

corresponsales extranjeros los opúsculos con las Constituciones masónicas y quien fundó<br />

aquí la Logia, como en <strong>el</strong> caso de que hubiese sido algún otro, probablemente después<br />

de haber sido iniciado en Francia o Inglaterra, <strong>el</strong> que introdujo los ritos también en<br />

Ombrosa. Quizá es posible que la masonería existiera aquí desde hacía tiempo; sin<br />

saberlo Cósimo, y que él casualmente una noche, al moverse por entre los árboles d<strong>el</strong><br />

bosque, descubriera en un claro una reunión de hombres con extraños paramentos y<br />

utensilios, a la luz de cand<strong>el</strong>abros, se detuviera allá arriba a escuchar, y luego interviniera<br />

provocando un barullo con alguna salida desconcertante, como por ejemplo: «¡Si<br />

construyes un muro, piensa en lo que queda fuera!» (frase que le oí repetir a menudo), u<br />

otra de las suyas, y los masones, reconociendo su <strong>el</strong>evada sabiduría, lo hicieron entrar en<br />

la Logia, con cargos especiales, y aportándoles un gran número de nuevos ritos y<br />

símbolos.<br />

El caso es que durante todo <strong>el</strong> tiempo que mi hermano tuvo que ver con <strong>el</strong>la, la<br />

masonería al aire libre (como la llamaré para distinguirla de la que se reunirá después en<br />

un edificio cerrado) tuvo un ritual mucho más rico, en <strong>el</strong> que entraban lechuzas,<br />

t<strong>el</strong>escopios, pinas, bombas hidráulicas, hongos, diablillos de Descartes, t<strong>el</strong>as de araña,<br />

tablas pitagóricas. También había cierto alarde de calaveras, pero no sólo humanas, sino<br />

también cráneos de vacas, lobos y águilas. Semejantes objetos y otros aún, entre <strong>el</strong>los las<br />

paletas, las escuadras y los compases de la normal liturgia masónica, se hallaban por esa

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