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Pero Úrsula no lo había previsto bien. Poco después le llegó a don Federico una carta<br />
con los s<strong>el</strong>los reales españoles. El bando, por gracioso indulto de Su Majestad católica,<br />
era revocado. Los nobles exiliados podían volver a sus propias casas y a sus propios<br />
haberes. Enseguida se produjo un gran bullicio arriba por los plátanos.<br />
- ¡Regresamos! ¡Regresamos! ¡Madrid! ¡Cádiz! ¡Sevilla!<br />
Corrió la voz por la ciudad. Los de Olivabassa llegaron con escaleras de mano.<br />
Algunos exiliados bajaban, festejados por <strong>el</strong> pueblo, otros reunían los equipajes.<br />
- ¡Pero esto no acaba así! - exclamaba <strong>el</strong> conde -. ¡Nos oirán las cortes! ¡Y la corona! -<br />
y puesto que de sus compañeros de exilio en ese momento ninguno parecía querer<br />
hacerle caso, y las damas ya se preocupaban por sus vestidos pasados de moda, por <strong>el</strong><br />
guardarropa que había que renovar, se puso a hacer grandes disertaciones a la población<br />
de Olivabassa -: ¡Ahora vamos a España y ya veréis! ¡Allí ajustaremos cuentas! ¡Yo y este<br />
joven haremos justicia! - e indicaba a Cósimo. Y Cósimo, confundido, hacía gestos de que<br />
no.<br />
Don Federico, transportado en brazos, había bajado al su<strong>el</strong>o.<br />
- ¡Baja, joven bizarro! - le gritó a Cósimo -. ¡Joven valeroso, baja! ¡Ven con nosotros a<br />
Granada!<br />
Cósimo, acurrucado en una rama, se excusaba. Y <strong>el</strong> príncipe:<br />
- ¿Cómo no? ¡Serás como mi hijo!<br />
- ¡El exilio ha terminado! - decía <strong>el</strong> conde -. ¡Por fin podemos poner en práctica lo que<br />
hemos meditado durante tanto tiempo! ¿Qué te quedas a hacer sobre los árboles, barón?<br />
¡Ya no hay motivo!<br />
Cósimo abrió los brazos.<br />
- ¡Yo subí aquí antes que vosotros, señores, y me quedaré también después!<br />
- ¡Quieres retirarte! - gritó <strong>el</strong> conde.<br />
- No: resistir - respondió <strong>el</strong> barón.<br />
Úrsula, que había bajado entre los primeros y que con las hermanas se ajetreaba<br />
cargando una carroza con sus equipajes, se precipitó hacia <strong>el</strong> árbol.<br />
- ¡Entonces me quedo contigo! ¡Me quedo contigo! - y corrió hacia la escalera.<br />
La detuvieron entre cuatro o cinco, la arrancaron de allí, quitaron las escaleras de los<br />
árboles.<br />
- ¡Adiós, Úrsula, que seas f<strong>el</strong>iz! - dijo Cósimo, mientras la llevaban a la fuerza a la<br />
carroza, que partía.<br />
Estalló un ladrido festivo. El pachón Óptimo Máximo, que durante todo <strong>el</strong> tiempo que su<br />
amo había permanecido en Olivabassa había demostrado un descontento gruñón, quizá<br />
exasperado por las continuas p<strong>el</strong>eas con los gatos de los españoles, ahora parecía volver<br />
a ser f<strong>el</strong>iz. Se puso a dar caza, pero como jugando, a los pocos gatos supervivientes<br />
olvidados en los árboles, que erizaban <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o y le resoplaban.<br />
A caballo, en carroza, en berlina, los exiliados partieron. La calle se despejó. Solo,<br />
sobre los árboles de Olivabassa se quedó mi hermano. Prendidos en las ramas había aún<br />
alguna pluma, alguna cinta o encaje que se agitaba al viento, y un guante, un parasol con<br />
puntillas, un abanico, una bota con espu<strong>el</strong>a.<br />
XIX<br />
Era un verano rebosante de lunas llenas, croar de ranas, silbidos de pinzones, aqu<strong>el</strong> en<br />
que <strong>el</strong> barón volvió a ser visto en Ombrosa. Parecía presa de una intranquilidad de pájaro:<br />
saltaba de rama en rama, fisgón, desconfiado, indefinible.<br />
Pronto comenzó a correr la voz de que una tal Checchina, d<strong>el</strong> otro lado d<strong>el</strong> valle, era su<br />
amante. Ciertamente, esta muchacha vivía en una casa solitaria, con una tía sorda, y un