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Y en realidad <strong>el</strong> caballo, a fuerza de correr por aqu<strong>el</strong> terreno de cuestas y pendientes,<br />
se había vu<strong>el</strong>to trepador como una corza, y Viola ahora lo lanzaba a la carrera contra<br />
ciertos árboles, por ejemplo viejos olivos de tronco torcido. El caballo llegaba a veces<br />
hasta la primera horqueta de ramas, y <strong>el</strong>la cogió la costumbre de atarlo ya no al su<strong>el</strong>o,<br />
sino allá sobre <strong>el</strong> olivo. Desmontaba y lo dejaba roer hojas y ramitas.<br />
Así pues, cuando un chismoso, al pasar por <strong>el</strong> olivar y alzar los ojos curiosos, vio allá<br />
arriba al barón y la marquesa abrazados y luego fue a contarlo y añadió: «¡Y <strong>el</strong> caballo<br />
blanco estaba también él en lo alto de una rama!», lo tomaron por un fantasioso y nadie lo<br />
creyó. Por esa vez, incluso <strong>el</strong> secreto de los amantes quedó salvado.<br />
XXIII<br />
El hecho que ahora he narrado prueba que los ombrosenses, así como habían sido<br />
pródigos en chismes sobre la anterior vida galante de mi hermano, ahora, ante esta<br />
pasión que se desencadenaba, puede decirse, sobre sus cabezas, mantenían una<br />
respetuosa reserva, como ante algo más grande que <strong>el</strong>los. No es que no desaprobaran la<br />
conducta de la marquesa; pero más por sus aspectos externos, como aqu<strong>el</strong> galopar<br />
desenfrenado («¿Quién sabe a donde irá presa de esa furia?», se decían, aun sabiendo<br />
perfectamente que iba a sus encuentros con Cósimo), o aqu<strong>el</strong> mobiliario que ponía en lo<br />
alto de los árboles. Ya estaba en <strong>el</strong> ambiente <strong>el</strong> considerarlo todo como una moda de los<br />
nobles, una de tantas extravagancias («Todos sobre los árboles, ahora. Mujeres,<br />
hombres. ¿No tienen nada más que inventar?»); en fin, estaban llegando tiempos acaso<br />
más tolerantes, pero más hipócritas.<br />
En los acebos de la plaza <strong>el</strong> barón se dejaba ver ahora con grandes intervalos, y era<br />
señal de que <strong>el</strong>la había partido. Porque Viola estaba a veces lejos durante meses,<br />
cuidando sus bienes diseminados por toda Europa, pero estas partidas correspondían<br />
siempre a momentos en que sus r<strong>el</strong>aciones habían sufrido sacudidas y la marquesa se<br />
había ofendido con Cósimo por no entender éste lo que <strong>el</strong>la quería hacerle entender d<strong>el</strong><br />
amor. No es que Viola se marchase ofendida con él: siempre conseguían hacer las paces<br />
antes, pero en él quedaba la sospecha de que a aqu<strong>el</strong> viaje se hubiese decidido por<br />
cansancio de él, porque no conseguía retenerla, quizá se estaba ya apartando de él,<br />
quizá una coyuntura durante <strong>el</strong> viaje o una pausa de reflexión la decidirían a no volver. De<br />
modo que mi hermano vivía angustiado. Por una parte trataba de reanudar su vida<br />
habitual de antes de encontrarla, ir de nuevo a cazar o a pescar, y continuar los trabajos<br />
agrícolas, sus estudios, las valentonadas en la plaza, como si nunca hubiese hecho otra<br />
cosa (persistía en él <strong>el</strong> testarudo orgullo juvenil de quien no quiere admitir que sufre<br />
influencias ajenas), y al mismo tiempo se complacía de todo cuanto aqu<strong>el</strong> amor le daba,<br />
de alacridad, de fiereza; pero por otra parte se daba cuenta de que muchas cosas ya no le<br />
importaban, que sin Viola la vida bien poco sabor tenía, que sus pensamientos corrían<br />
siempre hacia <strong>el</strong>la. Cuanto más trataba, fuera d<strong>el</strong> torb<strong>el</strong>lino de la presencia de Viola, de<br />
volver a dominar las pasiones y los placeres en una sabia economía d<strong>el</strong> alma, más sentía<br />
<strong>el</strong> vacío dejado por <strong>el</strong>la o la fiebre de esperarla. En suma, su enamoramiento era<br />
justamente como Viola lo quería, no como él pretendía que fuese; era siempre la mujer<br />
quien triunfaba, incluso si estaba lejos, y Cósimo, a pesar suyo, terminaba por disfrutar<br />
con <strong>el</strong>lo.<br />
Repentinamente, la marquesa regresaba. En los árboles volvía a empezar la estación<br />
de los amores, pero también la de los c<strong>el</strong>os. ¿Dónde había estado Viola? ¿Qué había<br />
hecho? Cósimo ansiaba saberlo, pero al mismo tiempo tenía miedo d<strong>el</strong> modo en que <strong>el</strong>la<br />
respondía a sus averiguaciones, siempre con alusiones, y cada alusión encontraba la<br />
manera de insinuar un motivo de sospecha para Cósimo, y él comprendía que lo hacía<br />
para atormentarlo, y sin embargo todo podía ser verdad, y con este incierto estado de