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el-baron-rampante

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- Aquí lo tienes, mamá.<br />

- Gracias, hijo mío.<br />

Siempre le hablaba como si estuviera a un paso de distancia, pero noté que nunca le<br />

pedía cosas que él no consiguiese hacer desde <strong>el</strong> árbol. En esos casos nos lo pedía a mí<br />

o a las mujeres.<br />

Por la noche no se adormilaba. Cósimo se quedaba v<strong>el</strong>ándola en <strong>el</strong> árbol, con una<br />

linterna colgada de la rama, para que lo viese también en la oscuridad.<br />

La mañana era <strong>el</strong> peor momento para <strong>el</strong> asma. El único remedio era tratar de distraerla,<br />

y Cósimo con un silbato tocaba cancioncillas, o imitaba <strong>el</strong> canto de los pájaros, o atrapaba<br />

mariposas y luego las hacía volar en la habitación, o desplegaba guirnaldas de flores de<br />

glicina.<br />

Hubo un día de sol. Cósimo con una escudilla se puso a hacer pompas de jabón sobre<br />

<strong>el</strong> árbol, y las soplaba por la ventana, hacia la cama de la enferma. Mamá veía aqu<strong>el</strong>los<br />

colores d<strong>el</strong> iris volar y llenar <strong>el</strong> cuarto y decía: «¡Oh, qué juegos os traéis!», y parecía<br />

cuando éramos niños y desaprobaba siempre nuestras diversiones por demasiado fútiles<br />

e infantiles. Pero ahora, quizá por primera vez, disfrutaba con un juego nuestro. Las<br />

pompas de jabón le llegaban hasta la cara y <strong>el</strong>la, con <strong>el</strong> aliento, las hacía estallar y<br />

sonreía. Una pompa se posó en sus labios y quedó intacta. Nos inclinamos sobre <strong>el</strong>la.<br />

Cósimo dejó caer la escudilla. Estaba muerta.<br />

A los lutos suceden tarde o temprano acontecimientos agradables, es ley de vida. Un<br />

año después de la muerte de nuestra madre me prometí con una muchacha de la nobleza<br />

de los alrededores. Me costó mucho trabajo que mi novia se hiciese a la idea de venir a<br />

vivir a Ombrosa: tenía miedo de mi hermano. Que hubiese un hombre que se movía entre<br />

las hojas, que espiaba todos los movimientos de las ventanas, que aparecía cuando<br />

menos se le esperaba, la llenaba de terror, debido también a que nunca había visto a<br />

Cósimo y se lo imaginaba como una especie de indio. Para quitarle de la cabeza este<br />

miedo organicé una comida al aire libre, bajo los árboles, a la que también Cósimo estaba<br />

invitado. Cósimo comía sobre nosotros, en un haya, con los platos sobre una mesita, y<br />

debo decir que aunque de comer en sociedad ya estaba desacostumbrado se comportó<br />

muy bien. Mi novia se tranquilizó un poco, y se dio cuenta de que aparte de que vivía<br />

sobre los árboles era un hombre completamente igual a los demás; pero le quedó una<br />

invencible desconfianza.<br />

E incluso cuando, ya casados, nos establecimos juntos en la villa de Ombrosa, evitaba<br />

cuanto podía no sólo la conversación, sino también la visita d<strong>el</strong> cuñado, aunque <strong>el</strong> pobre<br />

le llevase de vez en cuando ramos de flores o pi<strong>el</strong>es valiosas. Cuando empezaron a<br />

nacernos hijos y después a crecer, se le metió en la cabeza que la proximidad d<strong>el</strong> tío<br />

podía tener una mala influencia sobre su educación. No estuvo contenta hasta que no<br />

hicimos acomodar <strong>el</strong> castillo de nuestro viejo feudo de Rondó, deshabitado desde hacía<br />

tiempo, y empezamos a vivir allí más que en Ombrosa, para que los niños no siguieran<br />

malos ejemplos.<br />

También Cósimo empezaba a darse cuenta d<strong>el</strong> tiempo que transcurría, y la señal era <strong>el</strong><br />

pachón Óptimo Máximo que se estaba haciendo viejo y ya no tenía ganas de unirse a las<br />

jaurías de lebr<strong>el</strong>es que iban detrás de los zorros ni intentaba ya absurdos amores con<br />

perras alanas o mastines. Estaba siempre tumbado como si para la poquísima distancia<br />

que separaba su barriga d<strong>el</strong> su<strong>el</strong>o cuando estaba de pie, no valiese la pena de<br />

mantenerse erguido. Y tendido allí cuan largo era, de la cola al hocico, a los pies d<strong>el</strong> árbol<br />

donde estaba Cósimo, alzaba una mirada cansada hacia <strong>el</strong> amo y apenas meneaba la<br />

cola. Cósimo estaba descontento: la sensación d<strong>el</strong> paso d<strong>el</strong> tiempo le comunicaba una<br />

especie de insatisfacción por su vida, por su ir y venir siempre entre aqu<strong>el</strong>los cuatro palos.<br />

Y ya nada lo contentaba plenamente, ni la caza, ni los amores fugaces, ni los libros. Ni<br />

siquiera sabía lo que quería: presa de sus furias, trepaba rapidísimo a las copas más

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