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se dirigía a los jardineros, explicándoles cómo debían reformar los parterres incultos, y<br />
volver a colocar en las alamedas la grava que se había llevado la lluvia, y volver a poner<br />
las sillas de mimbre, <strong>el</strong> columpio...<br />
Señaló, con amplios ademanes, la rama de la que <strong>el</strong> columpio había colgado antaño y<br />
donde tenía que ser colgado de nuevo ahora, y lo largas que tenían que ser las cuerdas, y<br />
la amplitud d<strong>el</strong> recorrido, y mientras así hablaba con ademanes y la mirada llegó a la<br />
magnolia en la que Cósimo se le había aparecido una vez. Y sobre la magnolia, de nuevo,<br />
lo vio.<br />
Quedó sorprendida. Mucho. Que no se diga. Desde luego se recobró enseguida y se<br />
hizo la suficiente, como era costumbre en <strong>el</strong>la, pero de momento quedó muy sorprendida<br />
y le rieron los ojos y la boca y un diente que tenía como cuando era niña.<br />
- ¡Tú! - y luego, buscando <strong>el</strong> tono de quien habla de algo natural, pero sin conseguir<br />
ocultar su complacido interés -: ¡Ah! ¿De modo que te has quedado ahí desde entonces<br />
sin bajar nunca?<br />
Cósimo consiguió transformar aqu<strong>el</strong>la voz que le quería salir como un grito de gorrión<br />
en un:<br />
- Sí, soy yo, Viola, ¿te acuerdas?<br />
- Nunca, ¿nunca has puesto <strong>el</strong> pie en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o?<br />
- Nunca.<br />
Y <strong>el</strong>la, como si ya se hubiese confiado demasiado:<br />
- Ah, ¿ves cómo lo has conseguido? No era pues tan difícil.<br />
- Esperaba tu regreso...<br />
- Muy bien. Eh, vosotros, ¿adonde lleváis esa cortina? ¡Dejadlo todo aquí que lo vea<br />
yo! Volvió a mirarlo. Cósimo ese día iba vestido de caza: hirsuto, con <strong>el</strong> gorro de gato, con<br />
la escopeta -. ¡Pareces Robinsón!<br />
- ¿Lo has leído? - dijo él enseguida, para mostrarse al corriente.<br />
Viola ya se había vu<strong>el</strong>to:<br />
- ¡Cayetano! ¡Amp<strong>el</strong>io! ¡Las hojas secas! ¡Está lleno de hojas secas! - Y a él -: Dentro<br />
de una hora, al fondo d<strong>el</strong> parque. Espérame. - Y corrió a dar órdenes, a caballo.<br />
Cósimo se arrojó a la espesura; habría querido que fuese mil veces más espesa, un<br />
alud de hojas y ramas y espinos y madres<strong>el</strong>vas y culantrillos para ahondar y hundirse en<br />
<strong>el</strong>los, y sólo después de haberse sumergido d<strong>el</strong> todo empezar a entender si era f<strong>el</strong>iz o<br />
estaba loco de miedo.<br />
Sobre <strong>el</strong> gran árbol d<strong>el</strong> fondo d<strong>el</strong> parque, con las rodillas apretadas a la rama, miraba la<br />
hora en una patata que había sido de su abu<strong>el</strong>o materno <strong>el</strong> general Von Kurtewitz, y se<br />
decía: no vendrá. En cambio doña Viola llegó casi puntual, a caballo; lo detuvo bajo <strong>el</strong><br />
árbol, sin mirar hacia arriba; no llevaba <strong>el</strong> sombrero, ni la falda de amazona; la blusa<br />
blanca con encajes sobre la falda negra era casi monacal. Alzándose sobre los estribos<br />
tendió una mano hasta él, en la rama; él la ayudó; <strong>el</strong>la, subiendo a la silla, alcanzó la<br />
rama, luego, siempre sin mirarlo, trepó rápida, buscó una horqueta cómoda, se sentó.<br />
Cósimo se acurrucó a sus pies, y no podía comenzar sino así:<br />
- ¿Has regresado?<br />
Viola lo miró irónica. Era tan rubia como de niña.<br />
- ¿Cómo lo sabes? - dijo. Y él, sin entender la broma:<br />
- Te he visto en aqu<strong>el</strong> prado d<strong>el</strong> coto d<strong>el</strong> Duque...<br />
- El coto es mío. ¡Que se llene de ortigas! ¿Lo sabes todo? ¿De mí, digo?<br />
- No... He sabido sólo que ahora eres viuda...<br />
- Es verdad, soy viuda - y se dio un golpe a la falda negra, desplegándola, y empezó a<br />
hablar atrop<strong>el</strong>ladamente -: Tú no sabes nunca nada. Te estás ahí sobre los árboles todo<br />
<strong>el</strong> día metiendo la nariz en los asuntos de los demás, y luego no sabes nada. Me casé con<br />
<strong>el</strong> viejo Tolemaico porque me obligaron los míos, sí, me obligaron. Decían que iba<br />
coqueteando y que no podía estar sin un marido. Durante un año he sido duquesa de