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hacerse desaires definitivos; y la navegación estaba llena de inseguridades y riesgos, que<br />
nunca, sin embargo, degeneraban en tragedias.<br />
La historia que ahora referiré fue narrada por Cósimo en muchas versiones distintas:<br />
me atendré a la más rica en detalles y menos ilógica. Aunque es muy cierto que mi<br />
hermano, contando sus aventuras, añadía a su antojo, yo, a falta de otras fuentes, trato<br />
siempre de atenerme al pie de la letra a lo que él decía.<br />
Así pues, una vez Cósimo, que al hacer guardia por los incendios había cogido la<br />
costumbre de despertarse de noche, vio una luz que bajaba por <strong>el</strong> valle. La siguió,<br />
silencioso por las ramas con sus pasos de gato, y vio a Enea Silvio Carrega que<br />
caminaba muy deprisa, con <strong>el</strong> fez y la cimarra, sosteniendo una linterna.<br />
¿Qué haría dando vu<strong>el</strong>tas a esas horas <strong>el</strong> caballero abogado, que solía acostarse con<br />
las gallinas? Cósimo lo siguió. Tenía cuidado de no hacer ruido, aun sabiendo que su tío,<br />
cuando caminaba tan fervorizado, estaba como sordo y veía sólo a un palmo de sus<br />
narices.<br />
Por caminos y atajos <strong>el</strong> caballero abogado llegó hasta la orilla d<strong>el</strong> mar, a un trozo de<br />
playa pedregosa, y se puso a agitar la linterna. No había luna, en <strong>el</strong> mar no se conseguía<br />
ver nada, salvo <strong>el</strong> movimiento de la espuma de las olas más próximas. Cósimo estaba<br />
sobre un pino, algo lejos de la orilla porque allí al final la vegetación raleaba y ya no era<br />
tan fácil llegar por las ramas a todas partes. El caso es que veía perfectamente al viejito<br />
con <strong>el</strong> alto fez en la costa desierta, que agitaba la linterna hacia la oscuridad d<strong>el</strong> mar, y de<br />
aqu<strong>el</strong>la oscuridad le respondió de pronto otra luz de linterna, cercana, como si la hubiesen<br />
encendido entonces, y apareció muy v<strong>el</strong>oz una pequeña embarcación con una v<strong>el</strong>a<br />
cuadrada oscura y los remos, distinta de las barcas de aquí, y llegó a la orilla.<br />
A la ondulante luz de las linternas, Cósimo vio hombres con turbante en la cabeza:<br />
unos se quedaron en la barca, manteniéndola pegada a la orilla con pequeños golpes de<br />
remo; otros bajaron, y llevaban anchos calzones abultados, y r<strong>el</strong>ucientes cimitarras<br />
enfiladas en la cintura. Cósimo aguzaba ojos y oídos. Su tío y aqu<strong>el</strong>los berberiscos<br />
cuchicheaban entre sí, en una lengua que no se entendía, pero que a menudo parecía<br />
poderse entender, y que sin duda era la famosa lengua franca. De vez en cuando Cósimo<br />
entendía una palabra en nuestra lengua, sobre la que Enea Silvio insistía<br />
entremezclándola con otras palabras incomprensibles, y estas palabras nuestras eran<br />
nombres de naves, conocidos nombres de tartanas o bergantines pertenecientes a<br />
armadores de Ombrosa, o que iban y venían entre nuestro puerto y otros.<br />
¡No había que esforzarse mucho para comprender qué estaba diciendo <strong>el</strong> caballero!<br />
Estaba informando a aqu<strong>el</strong>los piratas de los días de llegada y de salida de las naves de<br />
Ombrosa, y de la carga que llevaban, la ruta, las armas que tenían a bordo. Ahora <strong>el</strong> viejo<br />
ya debía haber referido todo lo que sabía porque se volvió y se alejó v<strong>el</strong>ozmente, mientras<br />
los piratas volvían a subir a la lancha y desaparecían en <strong>el</strong> mar oscuro. Por la forma tan<br />
rápida en que se había desarrollado la conversación se comprendía que debía ser una<br />
cosa habitual. ¡Quién sabe cuánto tiempo hacía que las emboscadas berberiscas<br />
acontecían siguiendo las informaciones de nuestro tío!<br />
Cósimo se había quedado en <strong>el</strong> pino, incapaz de separarse de allí, de la playa desierta.<br />
Soplaba viento, la ola roía las piedras, <strong>el</strong> árbol gemía en todas sus junturas y mi hermano<br />
entrechocaba los dientes, no por <strong>el</strong> frío d<strong>el</strong> aire sino por <strong>el</strong> frío de la triste rev<strong>el</strong>ación.<br />
He aquí que aqu<strong>el</strong> viejito tímido y misterioso que nosotros de niños habíamos siempre<br />
juzgado desleal y que Cósimo creía haber aprendido poco a poco a apreciar y<br />
compadecer, resultaba ser un traidor imperdonable, un hombre ingrato que quería <strong>el</strong> mal<br />
d<strong>el</strong> pueblo que lo había acogido como un desvalido tras una vida de errores... ¿Por qué?<br />
¿Hasta tal punto lo empujaba la nostalgia de aqu<strong>el</strong>las patrias y aqu<strong>el</strong>las gentes donde<br />
debía haber sido, por una vez en su vida, f<strong>el</strong>iz? ¿O bien era que incubaba un rencor<br />
despiadado contra este país en <strong>el</strong> que cada bocado debía saberle a humillación? Cósimo<br />
se dividía entre <strong>el</strong> impulso de correr a denunciar los manejos d<strong>el</strong> espía y salvar así las