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- No lo he visto muy bien... - dijo Cósimo -. ¡Por <strong>el</strong> olor, diría que hay gran cantidad de<br />
bacalao curado y de queso de oveja!<br />
Ante estas palabras, se levantaron todos los hombres d<strong>el</strong> bosque. Quien tenía<br />
escopetas cogía escopetas, los demás hachetas, asadores, palas, pero sobre todo se<br />
llevaron consigo recipientes para meter las cosas, hasta las deformadas cestas d<strong>el</strong> carbón<br />
y los negros sacos. Arrancó una gran procesión - «Hura! Hota!-» -, incluso las mujeres<br />
bajaban con cestas vacías a la cabeza, y los niños encapuchados con sacos, sosteniendo<br />
las antorchas. Cósimo los precedía de pino de bosque en olivo, de olivo en pino marítimo.<br />
Ya estaban a punto de doblar por <strong>el</strong> espolón de rocas detrás d<strong>el</strong> cual se abría la gruta,<br />
cuando en la cima de una retorcida higuera apareció la blanca sombra de un pirata, alzó<br />
la cimitarra y aulló la voz de alarma. Cósimo en pocos saltos estuvo en una rama encima<br />
de él y le asestó la espada en los riñones, hasta que aquél se echó abajo por <strong>el</strong><br />
acantilado.<br />
En la gruta había una reunión de jefes piratas. (Cósimo, antes, con <strong>el</strong> ir y venir de la<br />
descarga, no había advertido que se habían quedado allí.) Oyen <strong>el</strong> grito d<strong>el</strong> centin<strong>el</strong>a,<br />
salen y se ven rodeados por aqu<strong>el</strong>la horda de hombres y mujeres con <strong>el</strong> rostro sucio de<br />
hollín, encapuchados con sacos y armados de palas. Alzan las cimitarras y se lanzan para<br />
abrirse paso. - «Hura! Hota! - Inshallah!» - Comenzó la batalla.<br />
Los carboneros eran más, pero los piratas iban mejor armados. Por lo que sabemos<br />
para luchar contra las cimitarras no hay nada mejor que las palas. ¡Dang! ¡Dang!, y<br />
aqu<strong>el</strong>las hojas de Marruecos se retiraban todas dentadas. Las escopetas, en cambio,<br />
tronaban y humeaban y después nada más. También algunos de los piratas (oficiales, se<br />
ve) tenían fusiles muy bonitos en apariencia, todos damascados; pero en la gruta los<br />
pedernales habían cogido humedad y no salía <strong>el</strong> tiro. Los carboneros más despabilados<br />
trataban de aturdir a los oficiales piratas con golpes de pala en la cabeza para quitarles<br />
sus fusiles. Pero con aqu<strong>el</strong>los turbantes, a los berberiscos cada golpe les llegaba<br />
amortiguado como a través de un cojín; era mejor dar rodillazos en <strong>el</strong> estómago, porque<br />
llevaban desnudo <strong>el</strong> ombligo.<br />
En vista de que lo único que no faltaba eran piedras, los carboneros empezaron a tirar<br />
pedradas. Los moros, entonces, a pedradas también. Con las piedras, finalmente, la<br />
batalla tomó un aspecto más ordenado, pero como los carboneros tendían a entrar en la<br />
gruta, cada vez más atraídos por <strong>el</strong> olor de bacalao que emanaba de <strong>el</strong>la, y los<br />
berberiscos tendían a escapar hacia la chalupa que había quedado en la orilla, entre las<br />
dos partes faltaban grandes razones para enfrentarse.<br />
En cierto momento, por parte bergamasca se produjo un asalto que les abrió la entrada<br />
de la gruta. Por parte mahometana aún resistían bajo una granizada de pedradas, cuando<br />
vieron que <strong>el</strong> camino hacia <strong>el</strong> mar estaba libre. ¿Para qué resistían, pues? Mejor izar la<br />
v<strong>el</strong>a e irse.<br />
Alcanzada la navecilla, tres piratas, todos nobles oficiales, soltaron la v<strong>el</strong>a. Con un salto<br />
desde un pino próximo a la orilla, Cósimo se lanzó al mástil, se agarró al durmiente de la<br />
verga, y allí arriba, sujetándose con las rodillas desenvainó la espada. Los tres piratas<br />
alzaron las cimitarras. Mi hermano, con sablazos a diestra y siniestra, los tenía en jaque a<br />
los tres. La barca, todavía atracada, se inclinaba ora a un lado ora a otro. Salió la luna en<br />
ese momento y r<strong>el</strong>ampaguearon la espada dada por <strong>el</strong> barón a su hijo y las hojas<br />
mahometanas. Mi hermano se deslizó por <strong>el</strong> palo y hundió la espada en <strong>el</strong> pecho de un<br />
pirata que cayó por la borda. Rápido como una lagartija, volvió a subir defendiéndose con<br />
dos quites de los sablazos de los otros, luego volvió a dejarse caer y traspasó al segundo,<br />
subió de nuevo, tuvo una breve escaramuza con <strong>el</strong> tercero y con otro de sus<br />
deslizamientos lo atravesó.<br />
Los tres oficiales mahometanos estaban tendidos medio en <strong>el</strong> agua medio fuera con la<br />
barba llena de algas. Los otros piratas, en la entrada de la gruta, estaban desfallecidos