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sabían escribir, o incluso pintado a colores. También Cósimo escribió algo: un nombre:<br />
Viola. El nombre que desde hacía años escribía por todas partes.<br />
Salió un buen cuaderno, y Cósimo lo tituló: «Cuaderno de quejas y contentos.» Pero<br />
cuando estuvo lleno no había ninguna asamblea a la que mandarlo, por lo que se quedó<br />
allí, colgado d<strong>el</strong> árbol con un cord<strong>el</strong>, y cuando llovió empezó a borrarse y empaparse, y<br />
aqu<strong>el</strong>la visión oprimía <strong>el</strong> corazón de la gente de Ombrosa por su miseria presente y los<br />
llenaba de deseos de revu<strong>el</strong>ta.<br />
En fin, existían también entre nosotros todas las causas de la Revolución francesa.<br />
Sólo que no estábamos en Francia, y no hubo Revolución. Vivíamos en un país donde se<br />
verifican siempre las causas y no los efectos.<br />
En Ombrosa, no obstante, corrieron igualmente tiempos difíciles. El ejército republicano<br />
guerreaba contra los austrosardos allí a dos pasos. Massena en Collardente, Laharpe<br />
sobre <strong>el</strong> Nervia, Mouret a lo largo de la cornisa, con Napoleón que entonces era sólo<br />
general de artillería, de modo que aqu<strong>el</strong>los estruendos que se oían llegar a Ombrosa con<br />
<strong>el</strong> viento ora sí, ora no, era precisamente él quien los provocaba.<br />
En setiembre nos preparábamos para la vendimia. Y parecía que se preparaba algo<br />
secreto y terrible.<br />
Los conciliábulos de puerta en puerta:<br />
- ¡La uva está madura!<br />
- ¡Está madura! ¡Ya!<br />
- ¡Más que madura! ¡Vamos a cogerla!<br />
- ¡Vamos a pisarla!<br />
- ¡Todos de acuerdo! ¿Tú dónde estarás?<br />
- En la viña d<strong>el</strong> otro lado d<strong>el</strong> puente. ¿Y tú? ¿Y tú?<br />
- En la d<strong>el</strong> conde Piña.<br />
- Yo en la viña d<strong>el</strong> molino.<br />
- ¿Has visto cuántos esbirros? Parecen mirlos que hayan bajado a picotear los racimos.<br />
- ¡Pero este año no picotearán!<br />
- ¡Sí, hay muchos mirlos, pero aquí todos somos cazadores!<br />
- En cambio hay quien no se deja ver. Hay quien se escapa.<br />
- ¿Cómo es que este año la vendimia ya no le gusta a tanta gente?<br />
- Por aquí querían retrasarla. ¡Pero la uva ya está madura!<br />
- ¡Está madura!<br />
Al día siguiente, sin embargo, la vendimia comenzó en silencio. Las viñas estaban<br />
atestadas de gente en cadena a lo largo de las hileras, pero no nacía ninguna canción.<br />
Alguna llamada su<strong>el</strong>ta, gritos: «¿Estáis también vosotros? ¡Está madura!», un movimiento<br />
de cuadrillas, algo oscuro, quizá también en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o, que no estaba d<strong>el</strong> todo cubierto pero<br />
un poco cargado, y si una voz iniciaba una canción se quedaba pronto a la mitad, sin que<br />
<strong>el</strong> coro la siguiera. Los arrieros llevaban los canastos llenos de uva a los lagares. Antes,<br />
normalmente, se hacían las partes para los nobles, <strong>el</strong> obispo y <strong>el</strong> gobierno; este año no,<br />
parecía que se olvidaran de <strong>el</strong>lo.<br />
Los recaudadores, llegados para recoger los diezmos, estaban nerviosos, se les veía<br />
indecisos. A medida que pasaba <strong>el</strong> tiempo, sin que sucediera nada, más sé sentía que<br />
debía suceder algo, y más sabían los esbirros que había que moverse pero menos lo que<br />
había que hacer.<br />
Cósimo, con sus pasos de gato, había echado a andar por los emparrados. Con una<br />
tijera en la mano, cortaba un racimo aquí y otro allá, sin orden, tendiéndos<strong>el</strong>o luego a los<br />
vendimiadores y a las vendimiadoras de abajo, y a cada uno les decía algo en voz baja.<br />
El jefe de los esbirros ya no podía más. Dijo:<br />
- Bueno, entonces qué, veamos estos diezmos.<br />
Apenas había terminado de decirlo y ya se había arrepentido. Por las viñas resonó un<br />
oscuro ruido entre <strong>el</strong> trueno y <strong>el</strong> silbido: era un vendimiador que soplaba en una concha