Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Pero <strong>el</strong> barón todavía no había entendido bien qué era lo que Viola aceptaba de él y<br />
qué no. A veces bastaba una nadería, una palabra o un acento de él para hacer saltar la<br />
ira de la marquesa.<br />
Por ejemplo él.<br />
- Con Gian dei Brughi leía nov<strong>el</strong>as, con <strong>el</strong> caballero hacía proyectos hidráulicos...<br />
- ¿Y conmigo?<br />
- Contigo hago <strong>el</strong> amor. Como la poda, la fruta...<br />
Ella callaba, inmóvil. Enseguida advertía Cósimo que se había desencadenado su ira:<br />
los ojos se le habían convertido de repente de hi<strong>el</strong>o.<br />
- ¿Por qué, qué hay, Viola, qué he dicho? Ella estaba distante, como si no lo viese ni lo<br />
oyese, a cien millas de él, con <strong>el</strong> rostro marmóreo.<br />
- Pero no, Viola, qué hay, por qué, oye...<br />
Viola se levantaba y, ágil, sin necesidad de ayuda, se disponía a bajar d<strong>el</strong> árbol.<br />
Cósimo todavía no había comprendido cuál había sido su error, aún no había<br />
conseguido pensar en él, quizá prefería no pensar en él en absoluto, no entenderlo, para<br />
proclamar mejor su inocencia:<br />
- Pero no, no me habrás entendido, Viola, oye... La seguía hasta la horcadura más<br />
baja:<br />
- Viola, no te vayas, no así, Viola...<br />
Ella ahora hablaba, pero al caballo, que había alcanzado y desataba; montaba en la<br />
silla y se alejaba.<br />
Cósimo empezaba a desesperarse, a saltar de un árbol a otro.<br />
- ¡No, Viola, dime, Viola!<br />
Ella ya había galopado lejos. Él por las ramas la perseguía:<br />
- ¡Te lo suplico, Viola, yo te amo! Pero ya no la veía. Se lanzaba sobre ramas<br />
inseguras, con saltos arriesgados.<br />
- ¡Viola! ¡Viola!<br />
Cuando ya estaba seguro de haberla perdido, y no podía frenar los sollozos, h<strong>el</strong>a aquí<br />
que volvía a pasar al trote, sin levantar la mirada.<br />
- ¡Mira, mira, Viola, qué hago!<br />
Y empezaba a dar cabezadas contra un tronco, con la cabeza desnuda (que tenía, a<br />
decir verdad, durísima).<br />
Ella ni siquiera lo miraba. Ya estaba lejos.<br />
Cósimo esperaba que volviese, con zigzags entre los árboles.<br />
- ¡Viola! ¡Estoy desesperado!<br />
Y se tiraba al vacío, cabeza abajo, sujetándose con las piernas a una rama y<br />
descargándose puñetazos en la cabeza y <strong>el</strong> rostro. O bien se ponía a romper ramas con<br />
una furia destructora, y un olmo frondoso en pocos instantes quedaba desnudo y<br />
desguarnecido como si hubiese pasado <strong>el</strong> pedrisco.<br />
Nunca, sin embargo, amenazó con matarse, es más, no amenazó nunca nada, los<br />
chantajes d<strong>el</strong> sentimiento no le iban. Aqu<strong>el</strong>lo que le apetecía hacer lo hacía, y cuando ya<br />
lo estaba haciendo lo anunciaba, no antes.<br />
En cierto momento, a doña Viola, la ira, tan imprevisiblemente como le había entrado,<br />
se le iba. De entre todas las locuras de Cósimo que parecía que no la hubiesen ni rozado,<br />
repentinamente una la inflamaba de piedad y amor.<br />
- ¡No, Cósimo, querido, espérame!<br />
Y saltaba de la silla, y se precipitaba a trepar por un tronco, y los brazos de él, desde<br />
arriba, estaban dispuestos para levantarla.<br />
El amor se reanudaba con una furia similar a la de la p<strong>el</strong>ea. Era, en realidad, la misma<br />
cosa, pero Cósimo no entendía nada.<br />
- ¿Por qué me haces sufrir?<br />
- Porque te amo.