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el-baron-rampante

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Ya no conseguía dar impulso con los remos, cuando se acercó una sombra, otra lancha<br />

berberisca. Quizá desde la nave habían oído <strong>el</strong> ruido de la batalla en la orilla, y mandaban<br />

exploradores.<br />

Cósimo resbaló hasta la mitad d<strong>el</strong> palo, para que lo ocultase la v<strong>el</strong>a. El viejo, en<br />

cambio, comenzó a gritar en lengua franca que lo recogieran, que lo llevasen a la nave, y<br />

extendía los brazos. Fue oído, en efecto: dos jenízaros con turbante, en cuanto estuvo al<br />

alcance de la mano, lo agarraron por los hombros, lo levantaron ligero como era, y lo<br />

arrastraron a su barca. Aqu<strong>el</strong>la en la que estaba Cósimo, de rebote fue apartada, la v<strong>el</strong>a<br />

cogió viento, y así mi hermano, que ya se veía muerto, se salvó de ser descubierto.<br />

Alejándose con <strong>el</strong> viento, a Cósimo le llegaban de la lancha pirata voces como de un<br />

altercado. Una palabra, dicha por los moros, que sonó parecida a «¡Marrano!», y la voz<br />

d<strong>el</strong> viejo que se oía repetir como un idiota: «¡Ah, Zaira!», no dejaban lugar a dudas sobre<br />

la acogida que le habían dispensado al caballero. Sin duda lo consideraban responsable<br />

de la emboscada de la gruta, de la pérdida d<strong>el</strong> botín, de la muerte de los suyos; lo<br />

acusaban de haberlos traicionado... Se oyó un grito, una zambullida, después silencio; a<br />

Cósimo le vino <strong>el</strong> recuerdo, nítido como si lo oyera, de la voz de su padre cuando gritaba:<br />

«¡Enea Silvio! ¡Enea Silvio!», persiguiendo a su hermano natural por <strong>el</strong> campo; y escondió<br />

<strong>el</strong> rostro en la v<strong>el</strong>a.<br />

Volvió a subir a la verga, para ver adonde estaba yendo la barca. Algo flotaba en medio<br />

d<strong>el</strong> mar como transportado por una corriente: un objeto, una especie de boya, pero una<br />

boya con cola... Le dio de lleno un rayo de luna, y vio que no era un objeto sino una<br />

cabeza, una cabeza con un fez con borla, y reconoció <strong>el</strong> rostro vu<strong>el</strong>to al revés d<strong>el</strong><br />

caballero abogado que miraba con su habitual aire asustado, la boca abierta, y de la<br />

barba para abajo todo <strong>el</strong> resto estaba en <strong>el</strong> agua y no se veía, y Cósimo gritó:<br />

- ¡Caballero! ¡Caballero! ¿Qué hacéis? ¿Por qué no subís? ¡Agarraos a la barca!<br />

¡Ahora os ayudo a subir! ¡Caballero!<br />

Pero su tío no respondía: flotaba, flotaba, mirando hacia arriba con aqu<strong>el</strong> ojo aterrado<br />

que parecía que no viese nada. Y Cósimo dijo:<br />

- ¡Venga, Óptimo Máximo! ¡Tírate al agua! ¡Coge al caballero por <strong>el</strong> cogote! ¡Sálvalo!<br />

¡Sálvalo!<br />

El perro obediente se zambulló, trató de aferrar por <strong>el</strong> cogote al viejo, no lo consiguió, lo<br />

cogió por la barba.<br />

- ¡He dicho por <strong>el</strong> cogote, Óptimo Máximo! - insistió Cósimo, pero <strong>el</strong> perro levantó la<br />

cabeza por la barba y la empujó hasta <strong>el</strong> borde de la barca, y se vio que de cogote ya no<br />

había, no había ni cuerpo ni nada, había sólo una cabeza, la cabeza de Enea Silvio<br />

Carrega cortada de un golpe de cimitarra.<br />

XVI<br />

El final d<strong>el</strong> caballero abogado fue contado por Cósimo al principio en una versión harto<br />

distinta. Cuando <strong>el</strong> viento llevó a la orilla a la barca con él encogido en la verga y Óptimo<br />

Máximo la siguió arrastrando la cabeza cortada, a la gente que había acudido a su<br />

llamada le contó - desde <strong>el</strong> árbol al que se había rápidamente trasladado con la ayuda de<br />

una cuerda - una historia bastante más simple: es decir, que <strong>el</strong> caballero había sido<br />

raptado por los piratas y después le habían dado muerte. Quizá era una versión dictada<br />

por <strong>el</strong> pensamiento de su padre, cuyo dolor sería tan grande con la noticia de la muerte<br />

d<strong>el</strong> hermanastro y la visión de aqu<strong>el</strong>los lastimosos restos, que Cósimo no se atrevió a<br />

apesadumbrarlo con la rev<strong>el</strong>ación de la f<strong>el</strong>onía d<strong>el</strong> caballero. Más aún, a continuación<br />

intentó, al oír hablar d<strong>el</strong> abatimiento en que <strong>el</strong> barón había caído, construir para nuestro<br />

tío natural una gloria ficticia, inventando una lucha secreta y astuta para desbaratar a los<br />

piratas, a la que hacía tiempo que se dedicaba y que, descubierto, lo había llevado al

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