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Tolemaico, y ha sido <strong>el</strong> año más aburrido de mi vida, aunque con <strong>el</strong> viejo no he vivido ni<br />
una semana. No volveré a poner nunca <strong>el</strong> pie en ninguno de sus castillos y ruinas y<br />
ratoneras, ¡que se llenen de serpientes! De ahora en ad<strong>el</strong>ante viviré aquí, donde vivía de<br />
niña. Me quedaré hasta que me dé la gana, se entiende, luego me iré: soy viuda y puedo<br />
hacer lo que quiera, finalmente. Siempre he hecho lo que he querido, en realidad: incluso<br />
me casé con Tolemaico porque me vino en gana, no es verdad que me hayan obligado a<br />
casarme con él, querían que me casara a toda costa y entonces escogí al pretendiente<br />
más decrépito que existía. «Así me quedaré viuda antes», dije, y de hecho ahora lo estoy.<br />
Cósimo estaba allí medio aturdido bajo aqu<strong>el</strong> alud de noticias y afirmaciones<br />
perentorias, y Viola estaba más lejos que nunca: coqueta, viuda y duquesa, formaba parte<br />
de un mundo inalcanzable, y todo lo que supo decir fue:<br />
- ¿Y con quién era que coqueteabas tanto? Y <strong>el</strong>la:<br />
- ¡Vaya! Estás c<strong>el</strong>oso. Mira que no voy a permitirte nunca que estés c<strong>el</strong>oso.<br />
Cósimo tuvo un arrebato de c<strong>el</strong>oso incitado a p<strong>el</strong>ear, pero luego enseguida pensó:<br />
«¿Cómo? ¿C<strong>el</strong>oso? Pero ¿por qué admite que yo pueda estar c<strong>el</strong>oso de <strong>el</strong>la? ¿Por qué<br />
dice: «no voy a permitirte nunca»? Es como decir que piensa que nosotros...»<br />
Entonces, ruborizado, conmovido, tenía ganas de decirle, de pedirle, de sentir, en<br />
cambio fue <strong>el</strong>la que le preguntó, seca:<br />
- Dime ahora tú: ¿qué has hecho?<br />
- Oh, he hecho tantas cosas - empezó a decir él -, he ido de caza, incluso jabalíes, pero<br />
sobre todo zorros, liebres, garduñas, y también, se entiende, tordos y mirlos; luego los<br />
piratas, vinieron los piratas turcos, hubo una gran batalla, mi tío murió; y he leído muchos<br />
libros, para mí y para un amigo mío, un bandido que ahorcaron; y tengo toda la<br />
Enciclopedia de Diderot e incluso le escribí y me contestó, desde París; y he hecho<br />
muchos trabajos, he podado, he salvado un bosque de los incendios...<br />
-...¿Y me amarás siempre, absolutamente, por encima de todo, y harías cualquier cosa<br />
por mí? Ante esta salida de <strong>el</strong>la, Cósimo, pasmado, dijo:<br />
- Sí...<br />
- Eres un hombre que ha vivido en los árboles sólo por mí, para aprender a amarme...<br />
- Sí... Sí...<br />
- Bésame.<br />
La apretó contra <strong>el</strong> tronco, la besó. Alzando <strong>el</strong> rostro se dio cuenta de la b<strong>el</strong>leza de <strong>el</strong>la,<br />
como si no la hubiese visto antes.<br />
- Oye: qué hermosa eres...<br />
- Para ti - y se desabrochó la blusa blanca. El pecho era joven y con los botones<br />
rosados, Cósimo apenas llegó a rozarlo, Viola se escabulló por las ramas que parecía que<br />
volase, él trepaba detrás y tenía en <strong>el</strong> rostro aqu<strong>el</strong>la falda.<br />
- Pero ¿adonde me estás llevando? - decía Viola como si fuese él quien la conducía, no<br />
<strong>el</strong>la que lo arrastraba detrás suyo.<br />
- Por aquí - dijo Cósimo, y empezó él a guiarla, y a cada salto la cogía de la mano o de<br />
la cintura y le enseñaba los pasos.<br />
- Por aquí - e iban por unos olivos que sobresalían de un empinado repecho, y desde la<br />
cima de uno de <strong>el</strong>los <strong>el</strong> mar, que hasta entonces divisaban sólo fragmento a fragmento<br />
entre hojas y ramas, como desmenuzado, ahora, de repente, lo descubrieron límpido y en<br />
calma y vasto como <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o. El horizonte se abría ancho y alto y <strong>el</strong> azul era tenso y<br />
despejado sin una v<strong>el</strong>a y se contaban en él las crestas insinuadas apenas de las olas.<br />
Sólo un levísimo torb<strong>el</strong>lino, como un suspiro, corría entre las piedras de la orilla.<br />
Con los ojos medio deslumbrados, Cósimo y Viola bajaron de nuevo a la sombra verde<br />
oscura d<strong>el</strong> follaje.<br />
- Por aquí.<br />
En un nogal, en <strong>el</strong> tronco, había una cavidad en forma de concha, la herida de un viejo<br />
trabajo de hacha, y allí estaba uno de los refugios de Cósimo. Había extendida una pi<strong>el</strong> de