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En fin, que era una mala decadencia. Por suerte hubo la invasión de los lobos, y<br />

Cósimo volvió a dar pruebas de sus mejores virtudes. Era un invierno gélido, la nieve<br />

había caído hasta en nuestros bosques. Manadas de lobos, expulsados por <strong>el</strong> hambre de<br />

los Alpes, bajaron a nuestras orillas. Algún leñador los encontró y trajo la noticia aterrado.<br />

Los ombrosenses, que en la época de las guardias contra los incendios habían aprendido<br />

a unirse en los momentos de p<strong>el</strong>igro, empezaron a hacer turnos de centin<strong>el</strong>a en torno a la<br />

ciudad, para impedir que se acercaran las fieras hambrientas. Pero ya nadie se atrevía a<br />

salir de la población, máxime de noche.<br />

- ¡Por desgracia <strong>el</strong> barón ya no es <strong>el</strong> que era! - se decía en Ombrosa.<br />

Aqu<strong>el</strong> invierno tan malo había tenido sus consecuencias sobre la salud de Cósimo. Se<br />

estaba allí colgado, acurrucado en su odre como un gusano en su capullo, con una gota<br />

en la nariz, un aspecto sordo e hinchado. Se dio la alarma de los lobos y la gente al pasar<br />

por allí decían:<br />

- ¡Ay, barón! Antes habrías sido tú <strong>el</strong> que nos hubiese montado la guardia desde tus<br />

árboles, y ahora somos nosotros los que te la montamos a ti.<br />

Él permanecía con los ojos entornados, como si no entendiese o no le importase nada.<br />

En cambio, de pronto alzó la cabeza, sacó la nariz y dijo, ronco:<br />

- Las ovejas. Para dar caza a los lobos. Hay que colocar ovejas en los árboles. Atadas.<br />

La gente ya se agrupaba allí abajo para oír qué locuras inventaba y burlarse de él. Y en<br />

cambio él, resoplando y tosiendo, salió d<strong>el</strong> saco y dijo:<br />

- Os voy a, enseñar dónde - y echó a andar por las ramas.<br />

En algunos nogales o encinas, entre <strong>el</strong> bosque y los cultivos, en lugares escogidos con<br />

sumo cuidado, Cósimo quiso que llevasen ovejas o corderos y los ató él mismo a las<br />

ramas, vivos, balantes, pero de forma que no pudiesen caerse. Sobre cada lino de estos<br />

árboles escondió luego un fusil cargado. El también se vistió de oveja: capucha, casaca,<br />

calzones, todo de rizado v<strong>el</strong>lo ovejuno. Y se puso a esperar la noche al raso en aqu<strong>el</strong>los<br />

árboles. Todos creían que era la más gorda de sus locuras.<br />

En cambio esa noche bajaron los lobos. Al sentir <strong>el</strong> olor de la oveja, al oír <strong>el</strong> balido y<br />

luego al verla allá arriba, toda la manada se detenía al pie d<strong>el</strong> árbol, y aullaban, con<br />

hambrientas fauces abiertas al aire, y clavaban las patas en <strong>el</strong> tronco. Y entonces,<br />

brincando por las ramas, se acercaba Cósimo, y los lobos al ver aqu<strong>el</strong>la forma entre la<br />

oveja y <strong>el</strong> hombre que saltaba allá arriba como un pájaro quedaban embobados con la<br />

boca abierta. Hasta que «¡Pum! ¡Pum!», se ganaban dos balas en <strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo. Dos: porque<br />

un fusil Cósimo lo llevaba siempre consigo (y lo recargaba cada vez) y otro estaba allí a<br />

punto con la bala en <strong>el</strong> cañón, en cada árbol; así pues, cada vez eran dos los lobos que<br />

quedaban tendidos sobre la tierra h<strong>el</strong>ada. Eliminó así un gran número, y a cada disparo<br />

las manadas se ponían en fuga desorientadas, y los cazadores acudían a donde oían los<br />

aullidos y los disparos hacían <strong>el</strong> resto.<br />

De esta caza a los lobos, después, Cósimo contaba episodios en muchas versiones<br />

distintas, y no sé decir cuál era la exacta. Por ejemplo:<br />

- La batalla procedía de la mejor manera cuando, al dirigirme hacia <strong>el</strong> árbol de la última<br />

oveja, encontré tres lobos que habían conseguido trepar a las ramas y estaban acabando<br />

con <strong>el</strong>la. Medio ciego y aturdido por <strong>el</strong> resfriado como estaba, llegué casi hasta los morros<br />

de los lobos sin darme cuenta. Los lobos, al ver a esta otra oveja que caminaba por las<br />

ramas, se volvieron contra <strong>el</strong>la, abriendo de par en par las fauces aún rojas de sangre. Yo<br />

tenía <strong>el</strong> fusil descargado, porque después de tanto disparo me había quedado sin pólvora;<br />

y <strong>el</strong> fusil preparado en aqu<strong>el</strong> árbol no podía alcanzarlo porque estaban los lobos. Estaba<br />

sobre una rama secundaria y un poco tierna, pero encima tenía, a mi alcance, una rama<br />

más robusta. Empecé a retroceder por mi rama, lentamente, alejándome d<strong>el</strong> tronco. Un<br />

lobo, lentamente, me siguió. Pero yo con las manos me mantenía suspendido de la rama<br />

de arriba, y fingía mover los pies sobre aqu<strong>el</strong>la rama tierna; en realidad estaba colgado de<br />

la de arriba. El lobo, engañado, se confió y avanzó, y la rama se dobló bajo su peso,

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