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una familia propietaria de bosques que he querido unir en sociedad a todos los<br />
interesados en conservarlos.<br />
- Ya - dijo <strong>el</strong> barón, acogiendo favorablemente la respuesta. Pero añadió -: Me dicen<br />
que es una asociación de panaderos, hort<strong>el</strong>anos y herreros.<br />
- También, señor padre. De todas las profesiones, con tal que sean honestas.<br />
- ¿Tú sabes que podrías mandar en la nobleza vasalla con <strong>el</strong> título de duque?<br />
- Sé que cuando tengo más ideas que los demás, doy a los demás estas ideas, si las<br />
aceptan; y esto es mandar.<br />
«Y para mandar, hoy en día, ¿se estila vivir en los árboles?», tenía <strong>el</strong> barón en la punta<br />
de la lengua. Pero ¿de qué valía poner todavía en danza esa historia? Suspiró, absorto en<br />
sus pensamientos. Luego se desató <strong>el</strong> cinturón al que estaba colgada su espada.<br />
- Tienes dieciocho años... Es hora de que se te considere un adulto... Yo ya no viviré<br />
mucho... - y sostenía la espada plana con las dos manos -. ¿Recuerdas que eres <strong>el</strong> barón<br />
de Rondó?<br />
- Sí, señor padre, recuerdo mi nombre.<br />
- ¿Querrás ser digno d<strong>el</strong> nombre y d<strong>el</strong> título que llevas?<br />
- Trataré de ser lo más digno que pueda d<strong>el</strong> nombre de hombre, y lo seré también de<br />
cada atributo suyo.<br />
- Ten esta espada, mi espada - se alzó sobre los estribos, Cósimo se bajó en su rama y<br />
<strong>el</strong> barón alcanzó a ceñírs<strong>el</strong>a.<br />
- Gracias, señor padre... Os prometo que haré buen uso de <strong>el</strong>la.<br />
- Adiós, hijo mío - <strong>el</strong> barón volvió su caballo, dio un corto tirón a las riendas, se alejó<br />
cabalgando lentamente.<br />
Cósimo se quedó un momento pensando si no debería saludarlo con la espada;<br />
después consideró que su padre se la había dado para que le sirviera de defensa, no para<br />
hacer movimientos de desfile, y la dejó en la vaina.<br />
XV<br />
Fue por esa época que, tratando al caballero abogado, Cósimo advirtió algo extraño en<br />
su actitud, o mejor dicho, distinto de la normal, fuera más o menos extraño. Como si su<br />
aire absorto ya no se debiera a distracción, sino a una idea fija que lo dominaba. Los<br />
momentos en que se mostraba locuaz eran ahora más frecuentes, y si antes, insociable<br />
como era, nunca ponía los pies en la ciudad, ahora en cambio estaba siempre en <strong>el</strong><br />
puerto, en los corrillos o sentado en los mu<strong>el</strong>les con los viejos patrones y marineros,<br />
comentando las llegadas y las salidas de los baj<strong>el</strong>es o las fechorías de los piratas.<br />
A cierta distancia de nuestras costas todavía veíanse avanzar los v<strong>el</strong>eros de los piratas<br />
de Berbería, fastidiando nuestro comercio. Era una piratería de poca importancia, ya no<br />
como en los tiempos en que al toparse con los piratas se acababa esclavo en Túnez o<br />
Arg<strong>el</strong> o se perdían nariz y orejas. Ahora, cuando los mahometanos conseguían alcanzar<br />
una tartana de Ombrosa, se llevaban la carga: barriles de bacalao, quesos holandeses,<br />
balas de algodón, y basta. A veces los nuestros eran más rápidos, se les escapaban,<br />
disparaban un tiro de espingarda contra las arboladuras d<strong>el</strong> v<strong>el</strong>ero; y los berberiscos<br />
respondían escupiendo, con feos ademanes y chillando.<br />
En fin, era una piratería así por las buenas, que aún existía a causa de unos créditos<br />
que los pachas de aqu<strong>el</strong>los países pretendían exigir de nuestros negociantes y<br />
armadores, ya que - según su parecer - no les habían servido bien unos suministros, o<br />
que incluso los habían estafado. Y de este modo trataban de saldar cuentas poco a poco<br />
a fuerza de robos, pero al mismo tiempo continuaban las transacciones comerciales, con<br />
continuas protestas y discusiones. No había pues interés, ni por una parte ni por otra, en