Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
tiernas y frágiles, como si buscara otros árboles que crecieran en la cima de los árboles<br />
para subir también a <strong>el</strong>los.<br />
Un día Óptimo Máximo estaba inquieto. Parecía que olfatease un viento de primavera.<br />
Levantaba <strong>el</strong> hocico, olisqueaba, volvía a tirarse al su<strong>el</strong>o. Dos o tres veces se alzó, se<br />
movió por allí, se volvió a tumbar. De repente empezó a correr. Trotaba despacio, ahora, y<br />
de vez en cuando se detenía para recobrar <strong>el</strong> aliento. Cósimo por las ramas lo siguió.<br />
Óptimo Máximo cogió <strong>el</strong> camino d<strong>el</strong> bosque. Parecía tener en la mente una dirección<br />
muy concreta, porque aunque de vez en cuando se paraba, echaba meaditas,<br />
descansaba con la lengua fuera mirando a su dueño, pronto se sacudía y reanudaba <strong>el</strong><br />
camino sin vacilaciones. Estaba dirigiéndose así hacia parajes poco frecuentados por<br />
Cósimo, o mejor, casi desconocidos, pues se trataba d<strong>el</strong> coto de caza d<strong>el</strong> duque<br />
Tolemaico. El duque Tolemaico era un viejo decrépito y sin duda no iba de caza desde<br />
quién sabe cuánto tiempo, pero en su coto ningún cazador podía poner <strong>el</strong> pie porque los<br />
monteros eran muchos y siempre vigilantes, y Cósimo, que ya había tenido unas palabras<br />
con <strong>el</strong>los, prefería mantenerse alejado. Ahora Óptimo Máximo y Cósimo se adentraban<br />
por <strong>el</strong> coto d<strong>el</strong> príncipe Tolemaico, pero ni uno ni otro pensaban en levantar la valiosa<br />
caza: <strong>el</strong> pachón trotaba siguiendo una secreta llamada y <strong>el</strong> barón era presa de una<br />
impaciente curiosidad por descubrir adonde iba <strong>el</strong> perro.<br />
Así <strong>el</strong> pachón llegó a un lugar en que <strong>el</strong> bosque terminaba y había un prado. Dos<br />
leones de piedra sentados en pilastras sostenían un escudo. A partir de aquí quizá<br />
empezaba un parque, un jardín, una parte más privada de la finca de Tolemaico; pero no<br />
había más que aqu<strong>el</strong>los dos leones de piedra, y más allá d<strong>el</strong> prado, otro prado inmenso,<br />
de corta hierba verde, cuyo final sólo se veía en lontananza, un fondo de encinas negras.<br />
El ci<strong>el</strong>o, detrás, tenía una leve pátina de nubes. No cantaba ni un pájaro.<br />
Para Cósimo, aqu<strong>el</strong> prado era una visión que lo atemorizaba. Habiendo vivido siempre<br />
en la espesa vegetación de Ombrosa, seguro de poder alcanzar cualquier lugar a través<br />
de sus caminos, al barón le bastaba tener d<strong>el</strong>ante una extensión despejada, imposible de<br />
recorrer, desnuda bajo <strong>el</strong> sol, para experimentar una sensación de vértigo.<br />
Óptimo Máximo se lanzó por <strong>el</strong> prado y, como si se hubiese vu<strong>el</strong>to joven, corría a todo<br />
correr.<br />
Desde <strong>el</strong> fresno donde estaba encaramado, Cósimo empezó a silbar, a llamarlo:<br />
«¡Aquí, vu<strong>el</strong>ve aquí, Óptimo Máximo! ¿Adónde vas?», pero <strong>el</strong> perro no le obedecía, ni<br />
siquiera se volvía: corría por <strong>el</strong> prado, hasta que no se vio más que una coma lejana, su<br />
cola, y también ésta desapareció.<br />
Cósimo en <strong>el</strong> fresno se retorcía las manos. A las fugas y ausencias d<strong>el</strong> pachón ya<br />
estaba acostumbrado, pero ahora Óptimo Máximo desaparecía por ese prado<br />
impracticable, y su huida se fundía con la angustia experimentada poco antes, y la<br />
cargaba de una indeterminada espera, de un aguardar algo de más allá de aqu<strong>el</strong> prado.<br />
Estaba así cavilando y en esto que oye pasos bajo <strong>el</strong> fresno. Pasaba un montero, con<br />
las manos en los bolsillos, silbando. A decir verdad tenía un aire bastante desaliñado y<br />
distraído para ser uno de los terribles monteros de la finca, y sin embargo, las insignias<br />
d<strong>el</strong> uniforme eran las d<strong>el</strong> cuerpo ducal, y Cósimo se aplastó contra <strong>el</strong> tronco. Después, la<br />
preocupación por <strong>el</strong> perro tuvo preferencia; se dirigió al montero:<br />
- ¡Eh, vos, sargento! ¿Habéis visto por casualidad un perro pachón?<br />
El montero alzó <strong>el</strong> rostro:<br />
- ¡Ah, sois vos! ¡El cazador que vu<strong>el</strong>a con <strong>el</strong> perro que se arrastra! ¡No, no lo he visto al<br />
pachón! ¿Qué habéis cogido de bueno esta mañana?<br />
Cósimo había reconocido a uno de sus más c<strong>el</strong>osos adversarios y dijo:<br />
- ¡Qué va! Se me ha escapado <strong>el</strong> perro y he tenido que perseguirlo hasta aquí... Tengo<br />
<strong>el</strong> fusil descargado...<br />
El montero rió:<br />
- ¡Oh, cargadlo si queréis, y disparad mientras tengáis ganas! ¡Total, ahora!