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cerca d<strong>el</strong> puerto. La gente le saludaba, le llamaba «Señor barón», y él tomaba actitudes<br />

un poco de viejo, como a veces les gusta a los jóvenes, y se estaba allí contándoles<br />

cosas a un corrillo de ombrosenses que se disponía al pie d<strong>el</strong> árbol.<br />

Seguía refiriendo, de manera distinta cada vez, <strong>el</strong> final de nuestro tío natural, y poco a<br />

poco fue desv<strong>el</strong>ando la complicidad d<strong>el</strong> caballero con los piratas, pero, para frenar la<br />

inmediata indignación de los ciudadanos, añadió la historia de Zaira, casi como si Carrega<br />

se la hubiese confiado antes de morir, y de este modo hasta los condujo a conmoverse<br />

con la triste suerte d<strong>el</strong> viejo.<br />

Creo que de inventar d<strong>el</strong> principio al fin, Cósimo había llegado, por sucesivas<br />

aproximaciones, a una r<strong>el</strong>ación casi d<strong>el</strong> todo veraz de los hechos. Le salió así dos o tres<br />

veces; luego, como los ombronenses nunca se cansaban de escuchar <strong>el</strong> r<strong>el</strong>ato y siempre<br />

se incorporaban nuevos oyentes y todos exigían nuevos detalles, se vio obligado a añadir,<br />

ampliar, exagerar, a introducir nuevos personajes y episodios, y así la historia se fue<br />

deformando y llegó a ser más inventada que al principio.<br />

Al presente Cósimo tenía un público que escuchaba con la boca abierta todo lo que él<br />

decía. Le tomó afición a r<strong>el</strong>atar, y su vida sobre los árboles, y la caza, y <strong>el</strong> bandido Gian<br />

dei Brughi, y <strong>el</strong> perro Óptimo Máximo se convirtieron en pretextos de r<strong>el</strong>atos que no<br />

terminaban jamás. (Bastantes episodios de estas memorias de su vida están referidos tal<br />

cual él los narraba a instancias de su auditorio plebeyo, y lo digo para hacerme perdonar<br />

si todo esto que escribo no parece veraz y conforme a una armoniosa visión de la<br />

humanidad y de los hechos.)<br />

Por ejemplo, uno de aqu<strong>el</strong>los holgazanes le preguntaba:<br />

- Pero ¿es cierto que nunca habéis puesto los pies fuera de los árboles, señor barón? Y<br />

Cósimo soltaba:<br />

- Sí, una vez, pero por equivocación, subí a los cuernos de un ciervo. Creía que pasaba<br />

a un arce, y era un ciervo, huido d<strong>el</strong> coto de caza real, que se estaba allí quieto. El ciervo<br />

siente mi peso en los cuernos y huye por <strong>el</strong> bosque. ¡Imaginaos qué mal paso! Yo allá<br />

arriba me sentía atravesado por todas partes, entre las puntas agudas de los cuernos, las<br />

espinas, las ramas d<strong>el</strong> bosque que me golpeaban en <strong>el</strong> rostro... El ciervo se debatía,<br />

tratando de librarse de mí, yo me aferraba con fuerza...<br />

Detenía <strong>el</strong> r<strong>el</strong>ato, y aquéllos entonces:<br />

- ¿Y cómo pudisteis salir airoso, señoría?<br />

Y él, cada vez, se descolgaba con un final distinto:<br />

- El ciervo corrió, corrió, alcanzó la tribu de los ciervos, que al verlo con un hombre en<br />

la cornamenta, en parte huían de él, en parte se le acercaban curiosos. Yo apunté <strong>el</strong> fusil<br />

que llevaba siempre en bandolera, y cada ciervo que veía lo derribaba. Maté cincuenta...<br />

- ¿Y cuándo se han visto cincuenta ciervos por aquí? - le preguntaba alguno de<br />

aqu<strong>el</strong>los granujas.<br />

- Ahora se ha perdido la especie. Porque aqu<strong>el</strong>los cincuenta eran todos ciervos<br />

hembras, ¿comprendéis? Cada vez que mi ciervo intentaba acercarse a una hembra, yo<br />

disparaba y aquélla caía muerta. El ciervo no podía explicárs<strong>el</strong>o, y estaba desesperado.<br />

Entonces... entonces decidió matarse, corrió hacia una roca alta y se tiró. Pero yo me<br />

agarré a un pino que sobresalía, ¡y aquí me tenéis!<br />

O bien era una batalla que habían emprendido dos ciervos, a cornadas, y a cada golpe<br />

él saltaba de los cuernos de uno a los d<strong>el</strong> otro, hasta que a un golpazo más fuerte se<br />

encontró lanzado sobre una encina...<br />

En fin, le había entrado esa manía de quien cuenta historias y nunca sabe si son más<br />

hermosas las que le ocurrieron de verdad y que al evocarlas traen consigo todo un mar de<br />

horas pasadas, de sentimientos menudos, tedios, f<strong>el</strong>icidades, incertidumbres, vanaglorias,<br />

náuseas de uno mismo, o bien las que se inventa, en las que se tiende a cortar más por lo<br />

sano, y todo aparece fácil, pero que después cuanto más se divaga más advierte uno que<br />

vu<strong>el</strong>ve a hablar de las cosas que ha poseído o comprendido en la realidad, viviendo.

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