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nosotros los viejos sabemos qué quiere decir eso. Fue un tal Gé, comerciante de pasas,<br />

quien lo contó, hombre al que se puede dar crédito. Era un hermoso día de sol, y ese Gé<br />

iba de caza al bosque; llega a aqu<strong>el</strong>la encina y ¿qué es lo que ve? Cósimo se las había<br />

llevado a las cinco a las ramas, una aquí y otra allí, y disfrutaban de la tibieza, desnudas<br />

d<strong>el</strong> todo, con las sombrillas abiertas para que no las quemara <strong>el</strong> sol, y <strong>el</strong> barón estaba allí<br />

en medio, leyendo versos latinos, y no consiguió entender si eran de Ovidio o de Lucrecio.<br />

Se contaban muchas cosas, y qué habría de cierto no lo sé: en aqu<strong>el</strong>la época él sobre<br />

estas cosas era reservado y púdico; de viejo, en cambio, contaba y contaba, incluso<br />

demasiado, pero las más de las veces historias que no cabían ni en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o ni en la tierra<br />

y que no entendía ni él. El caso es que en esa época comenzó la costumbre de que<br />

cuando una muchacha quedaba encinta y no se sabía quién había sido, resultaba cómodo<br />

echarle a él la culpa. Una chica una vez contó que estaba recogiendo aceitunas y se sintió<br />

levantar por dos brazos largos como los de un mono... Al cabo de poco descargó dos<br />

m<strong>el</strong>lizos. Ombrosa se llenó de bastardos d<strong>el</strong> barón, fueran verdaderos o falsos. Ahora han<br />

crecido y alguno es cierto que se le parece: pero podría ser también sugestión, porque las<br />

mujeres embarazadas al ver a Cósimo saltar de repente de una rama a otra a veces se<br />

quedaban turbadas.<br />

Pero, vaya, en general en estas historias contadas para explicar los partos, yo no creo.<br />

No sé si tuvo tantas mujeres como dicen, pero es verdad que las que lo habían conocido<br />

preferían estar calladas.<br />

Y además, si tenía a tantas mujeres detrás, no se explicarían las noches de luna en<br />

que él daba vu<strong>el</strong>tas como un gato, por las higueras, los ciru<strong>el</strong>os, los granados, en torno al<br />

pueblo, en esa zona de huertos que domina <strong>el</strong> círculo exterior de las casas de Ombrosa, y<br />

se lamentaba, lanzaba una especie de suspiros, o bostezos, o gemidos, que por mucho<br />

que él quisiera contenerlos, convertirlos en manifestaciones tolerables, corrientes, le<br />

salían en cambio de la garganta como aullidos o maullidos. Y los ombrosenses, que ya lo<br />

sabían, sorprendidos en <strong>el</strong> sueño ni siquiera se asustaban, daban vu<strong>el</strong>tas en las sábanas<br />

y decían:<br />

- Es <strong>el</strong> barón que busca hembra. Esperemos que la encuentre y nos deje dormir.<br />

A veces, algún viejo de los que sufren de insomnio y van de buena gana a la ventana si<br />

oyen un ruido, se asomaba a mirar a la huerta y veía su sombra entre la de las ramas de<br />

la higuera, proyectada en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o por la luna.<br />

- ¿No conseguís coger <strong>el</strong> sueño esta noche, señoría?<br />

- No, hace mucho que doy vu<strong>el</strong>tas y sigo despierto - decía Cósimo, como si hablara<br />

desde la cama, con <strong>el</strong> rostro hundido en la almohada, no esperando más que sentirse<br />

bajar los párpados, cuando en cambio estaba allí colgado como un acróbata -. No sé qué<br />

pasa esta noche, un calor, unos nervios: quizá va a cambiar <strong>el</strong> tiempo, ¿no os parece?<br />

- Sí, me lo parece... Pero yo soy viejo, Señoría, a vos en cambio os bulle la sangre...<br />

- Pues sí, bullir si que bulle...<br />

- Bueno, a ver si os bulle un poco más lejos de aquí, señor barón, que total aquí no hay<br />

nada que pueda aliviaros: sólo pobres familias que se despiertan al amanecer y que ahora<br />

quieren dormir...<br />

Cósimo no contestaba, se alejaba hacia otros huertos. Siempre supo mantenerse en<br />

los justos límites y por otra parte los ombrosenses siempre supieron tolerar estas rarezas<br />

suyas; en parte porque seguía siendo <strong>el</strong> barón, y en parte porque era un barón distinto de<br />

los otros.<br />

Algunas veces, estas notas propias de fiera que le salían d<strong>el</strong> pecho encontraban otras<br />

ventanas, más curiosas, que las escuchaban; bastaba la señal d<strong>el</strong> encenderse de una<br />

v<strong>el</strong>a, de un murmullo de risas aterciop<strong>el</strong>adas, de palabras femeninas entre la luz y la<br />

sombra que no se llegaban a entender, pero que sin duda eran de burla, o de parodia, o<br />

que fingían llamarlo, y ya era algo de verdad, ya era amor, para aqu<strong>el</strong> desvalido que<br />

saltaba por las ramas como un verderón.

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