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de la mula. No se vieron entre sí; la mujer, al ruido de los cascos, se volvió y se asomó al<br />
camino, pero no llegó a tiempo. Entonces se puso a cantar, pero <strong>el</strong> arriero pasaba ya la<br />
vu<strong>el</strong>ta, aguzó <strong>el</strong> oído, chasqueó <strong>el</strong> látigo y dijo a la mula: «¡Aah!» Todo acabó aquí.<br />
Cósimo veía, esto y aqu<strong>el</strong>lo.<br />
Por la avenida pasó <strong>el</strong> abate Fauch<strong>el</strong>afleur con <strong>el</strong> breviario abierto. Cósimo cogió algo<br />
desde la rama y se lo dejó caer a la cabeza; no distinguí qué era, quizá una pequeña<br />
araña, o un trozo de corteza; no lo recogió. Con <strong>el</strong> espadín Cósimo se puso a hurgar en<br />
un agujero d<strong>el</strong> tronco. Salió una avispa irritada, la echó agitando <strong>el</strong> tricornio y siguió su<br />
vu<strong>el</strong>o con la mirada hasta una calabacera, donde se escondió. V<strong>el</strong>oz como siempre, <strong>el</strong><br />
caballero abogado salió de la casa, tomó las escalerillas d<strong>el</strong> jardín y se perdió entre las<br />
hileras de la viña; Cósimo, para ver adonde iba, trepó a otra rama. Allí, entre <strong>el</strong> follaje, se<br />
oyó un aleteo, y alzó <strong>el</strong> vu<strong>el</strong>o un mirlo. Cósimo se enojó porque había estado allá arriba<br />
todo aqu<strong>el</strong> tiempo y no se había dado cuenta de su presencia. Estuvo mirando a contraluz<br />
si había otros. No, no había ninguno.<br />
La encina estaba cerca de un olmo; las dos copas casi se tocaban. Una rama d<strong>el</strong> olmo<br />
pasaba a medio metro por encima de una rama d<strong>el</strong> otro árbol; le fue fácil a mi hermano<br />
dar <strong>el</strong> paso y conquistar así la cima d<strong>el</strong> olmo, que no habíamos explorado nunca, pues era<br />
de horcadura alta y difícil de alcanzar desde <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o. Ya en <strong>el</strong> olmo, buscando siempre<br />
una rama que pasara muy cerca de las ramas de otro árbol, se pasaba a un algarrobo, y<br />
luego a una morera. Así era como veía avanzar a Cósimo de una rama a otra, caminando<br />
suspendido sobre <strong>el</strong> jardín.<br />
Algunas ramas de la gran morera llegaban hasta la tapia de nuestra villa y la<br />
sobrepasaban; d<strong>el</strong> otro lado estaba <strong>el</strong> jardín de los de Ondariva. Aunque éramos vecinos,<br />
no sabíamos nada de los marqueses de Ondariva y nobles de Ombrosa, porque al<br />
disfrutar <strong>el</strong>los de ciertos derechos feudales sobre los que nuestro padre se jactaba de<br />
tener pretensiones, un odio recíproco dividía a las dos familias, así como una tapia alta<br />
que parecía <strong>el</strong> muro de un castillo dividía nuestras villas, no sé si mandado erigir por<br />
nuestro padre o por <strong>el</strong> marqués. Añádase a esto <strong>el</strong> c<strong>el</strong>o con que los Ondariva rodeaban<br />
su jardín, poblado, por lo que se decía, de especies de plantas nunca vistas. Y en efecto,<br />
<strong>el</strong> abu<strong>el</strong>o de los actuales marqueses, discípulo de Linneo, había removido toda la extensa<br />
parent<strong>el</strong>a que la familia tenía en las cortes de Francia e Inglaterra, para hacerse enviar las<br />
más preciadas rarezas botánicas de las colonias, y durante años los navíos habían<br />
desembarcado en Ombrosa sacos de semillas, haces de esquejes, arbustos en macetas,<br />
e incluso árboles enteros, con enormes envoltorios de panes de tierra en torno a las<br />
raíces; hasta que en aqu<strong>el</strong> jardín crecieron - decían - una mezcla de s<strong>el</strong>vas de la India y<br />
de América, si no de Nueva Holanda.<br />
Todo lo que podíamos ver nosotros eran las hojas oscuras de una planta recién<br />
importada de las colonias americanas, la magnolia, que asomaban por <strong>el</strong> borde de la<br />
tapia, y de cuyas ramas negras brotaban unas carnosas flores blancas. Desde nuestra<br />
morera Cósimo saltó a lo alto de la tapia, dio algunos pasos manteniendo <strong>el</strong> equilibrio y<br />
luego, sosteniéndose con las manos se descolgó al otro lado, donde estaban las hojas y<br />
las flores de la magnolia. Desapareció de mi vista; y lo que ahora diré, como muchas de<br />
las cosas de este r<strong>el</strong>ato de su vida, me las refirió él mismo después, o bien las obtuve de<br />
testimonios dispersos y conjeturas.<br />
Cósimo estaba en la magnolia. Aunque de ramas compactas, este árbol era practicable<br />
para un muchacho experto en toda clase de árboles como mi hermano; y las ramas<br />
resistían su peso, aún cuando eran no muy gruesas y de una madera tan blanda que<br />
Cósimo las p<strong>el</strong>aba con la punta de sus zapatos, abriendo blancas heridas en <strong>el</strong> negro de<br />
la corteza; y envolvía al muchacho en un fresco perfume de hojas, cuando <strong>el</strong> viento las<br />
movía, y <strong>el</strong> verdear de sus caras ora era opaco, ora brillante.<br />
Pero era todo <strong>el</strong> jardín lo que olía, y si Cósimo todavía no lograba recorrerlo con la<br />
vista, tan irregularmente denso era, ya lo exploraba con <strong>el</strong> olfato, y trataba de distinguir los