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tuvo tentación de abusar, y que puso en práctica muy pocas veces en su vida, siempre<br />
con vistas a conseguir importantes resultados, y siempre reportando éxitos.<br />
Comprendió esto: que las asociaciones hacen al hombre más fuerte y ponen de r<strong>el</strong>ieve<br />
las mejores dotes de cada persona, y dan una satisfacción que raramente se consigue<br />
permaneciendo por cuenta propia: ver cuánta gente honesta y esforzada y capaz hay, por<br />
la que vale la pena querer cosas buenas (mientras que viviendo por cuenta propia sucede<br />
más bien lo contrario: se ve la otra cara de la gente, aqu<strong>el</strong>la por la que es necesario tener<br />
siempre la mano en la espada).<br />
O sea que éste de los incendios fue un buen verano: había un problema común que a<br />
todos les interesaba resolver, y cada cual lo anteponía a sus otros intereses personales, y<br />
los compensaba de todo la satisfacción de hallarse en avenencia y estimación con<br />
muchas otras óptimas personas.<br />
Más ad<strong>el</strong>ante, Cósimo entendería que cuando ese problema común ya no existe, las<br />
asociaciones ya no son tan buenas como antes, y que es mejor ser un hombre solo que<br />
no un jefe. Pero entretanto, como era un jefe, se pasaba las noches solo en <strong>el</strong> bosque, de<br />
centin<strong>el</strong>a, sobre un árbol como siempre había vivido.<br />
Si alguna vez veía llamear un foco de incendio, había preparado en la copa d<strong>el</strong> árbol<br />
una campanilla, que podía oírse desde lejos y dar la alarma. Con este sistema, tres o<br />
cuatro veces que estallaron incendios, consiguieron dominarlos a tiempo y salvar los<br />
bosques. Y como la provocación tenía que ver con <strong>el</strong>lo, descubrieron a los culpables en<br />
los dos bandidos Ugasso y B<strong>el</strong>-Loré, y los expulsaron d<strong>el</strong> término municipal. A finales de<br />
agosto comenzaron los aguaceros; <strong>el</strong> p<strong>el</strong>igro de los incendios había pasado.<br />
En esa época sólo se oía hablar bien de mi hermano, en Ombrosa. Incluso a nuestra<br />
casa llegaban esas voces favorables, ésos: «Pero, es tan bueno», «Pero, ciertas cosas<br />
las hace bien», con <strong>el</strong> tono de quien quiere hacer apreciaciones objetivas sobre personas<br />
de distinta r<strong>el</strong>igión, o de partido contrario, y quiere aparecer de mente tan abierta como<br />
para comprender incluso las ideas más alejadas de las suyas.<br />
Las reacciones de la generala ante estas noticias eran bruscas y breves. «¿Tienen<br />
armas?», preguntaba, cuando le hablaban de la guardia contra los incendios creada por<br />
Cósimo, «¿hacen ejercicios?» porque <strong>el</strong>la ya pensaba en la constitución de una milicia<br />
armada que pudiese, en caso de guerra, tomar parte en operaciones militares.<br />
Nuestro padre, en cambio, se quedaba escuchando en silencio, sacudiendo la cabeza,<br />
y no se sabía si era que cada noticia sobre aqu<strong>el</strong> hijo le resultaba dolorosa o si, por <strong>el</strong><br />
contrario, asentía, halagado en <strong>el</strong> fondo, no esperando otra cosa que poder confiar de<br />
nuevo en él. Debía de ser así, de este último modo, porque tras unos días montó a<br />
caballo y fue a buscarlo.<br />
Donde se encontraron era un lugar abierto, con una fila de arbolitos alrededor. El barón<br />
dio vu<strong>el</strong>tas con <strong>el</strong> caballo de arriba abajo dos o tres veces, sin mirar al hijo, aunque lo<br />
había visto. El muchacho, desde <strong>el</strong> último árbol, se acercó salto a salto a árboles cada vez<br />
más cercanos. Cuando estuvo d<strong>el</strong>ante de su padre se quitó <strong>el</strong> sombrero de paja (que en<br />
verano sustituía al gorro de gato salvaje) y dijo:<br />
- Buenos días, señor padre.<br />
- Buenos días, hijo.<br />
- ¿Estáis bien?<br />
- De acuerdo con los años y los sinsabores.<br />
- Me complace veros animoso.<br />
- Lo mismo quiero decir de ti, Cósimo. He oído que te afanas por <strong>el</strong> provecho común.<br />
- Me despierta interés la salvaguardia de los bosques donde vivo, señor padre.<br />
- ¿Sabes que una parte d<strong>el</strong> bosque es de nuestra propiedad, heredada de tu pobre<br />
abu<strong>el</strong>a Elisabetta que en paz descanse?<br />
- Sí, señor padre. Por B<strong>el</strong>río. Crecen allí treinta castaños, veintidós hayas, ocho pinos y<br />
un arce. Tengo copia de todos los mapas catastrales. Es precisamente como miembro de