You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
Entonces, dondequiera que fuésemos, siempre teníamos ramas y frondas entre<br />
nosotros y <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o. La única zona de vegetación más baja eran los limonares, pero incluso<br />
en medio se <strong>el</strong>evaban retorcidas las higueras, que más arriba llenaban todo <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o de los<br />
huertos, con las cúpulas de su pesado follaje, y si no eran higueras eran cerezos de<br />
oscuras frondas, o bien tiernos membrilleros, m<strong>el</strong>ocotoneros, almendros, jóvenes perales,<br />
pródigos ciru<strong>el</strong>os, y aún serbales, algarrobos, cuando no era una morera o un añoso<br />
nogal. Acabados los huertos, comenzaba <strong>el</strong> olivar, gris plateado, una nube deshilachada a<br />
media cuesta. Al fondo estaba <strong>el</strong> pueblo amontonado, entre <strong>el</strong> puerto más abajo y la roca<br />
arriba; y también allí, entre los tejados, un continuo despuntar de copas de árboles:<br />
acebos, plátanos, incluso robles, una vegetación más despegada y altiva que se<br />
desahogaba - con un ordenado desahogo - en la zona donde los nobles habían construido<br />
las villas y rodeado con verjas sus parques.<br />
Sobre los olivos empezaba <strong>el</strong> bosque. Los pinos debían de haber reinado un tiempo<br />
sobre toda la comarca, porque todavía se infiltraban en llanos y matorrales, por las<br />
pendientes hasta la playa, y lo mismo los alerces. Los robles eran más frecuentes y<br />
espesos de lo que hoy parece, porque fueron la primera y más preciada víctima d<strong>el</strong><br />
hacha. Más arriba los pinos cedían a los castaños, <strong>el</strong> bosque subía por la montaña, y no<br />
se le veían límites. Este era <strong>el</strong> universo de savia dentro d<strong>el</strong> cual vivíamos nosotros,<br />
habitantes de Ombrosa, sin casi percibirlo.<br />
El primero que paró mientes en <strong>el</strong>lo fue Cósimo. Comprendió que, al ser las plantas tan<br />
espesas, podía, pasando de una rama a otra, desplazarse muchas millas, sin necesidad<br />
de bajar nunca. A veces, trozo de tierra desnuda lo obligaba a larguísimos rodeos, pero<br />
pronto fue experimentado en todos los itinerarios obligados y medía las distancias ya no<br />
según nuestras estimaciones, sino con siempre en la cabeza <strong>el</strong> trazado tortuoso que<br />
debía seguir sobre las ramas. Y en donde ni de un salto se llegaba a la más próxima,<br />
aprendió a usar otros recursos; pero esto lo diré más ad<strong>el</strong>ante; ahora estamos todavía en<br />
la madrugada en que al despertarse se encontró sobre una encina, entre <strong>el</strong> alboroto de<br />
los estorninos empapado de rocío, aterido, los huesos molidos, un hormigueo en las<br />
piernas y los brazos, y se dedicó a explorar <strong>el</strong> nuevo mundo.<br />
Llegó al último árbol de los parques, un plátano. Allá descendía <strong>el</strong> valle bajo un ci<strong>el</strong>o de<br />
coronas de nubes y humo que subía de algún tejado de pizarra, caseríos escondidos<br />
detrás de la sierra como montones de piedras; un ci<strong>el</strong>o de hojas alzadas al de las<br />
higueras y los cerezos; y más bajos ciru<strong>el</strong>os y m<strong>el</strong>ocotoneros extendían robustas ramas; o<br />
se veía, incluso la hierba, hojita a hojita, pero no <strong>el</strong> color de la tierra, recubierta de las<br />
perezosas hojas de la calabacera o con <strong>el</strong> amacollarse de las lechugas o berzas en los<br />
semilleros; y así era a un lado y otro de la uve en que se abría <strong>el</strong> valle cual un embudo<br />
con <strong>el</strong> mar alto.<br />
Y en este paisaje corría como una onda, no visible y ni siquiera, si no de vez en<br />
cuando, audible, pero lo que se oía basta para propagar la inquietud: un estallido de gritos<br />
agudos repentinamente, y después como unos chasquidos, y quizá también <strong>el</strong> crujido de<br />
una rama quebrada, y más gritos, pero distintos, de vozarrones enfurecidos, que iban<br />
confluyendo hacia <strong>el</strong> lugar de donde antes habían llegado los gritos agudos. Luego nada,<br />
una sensación de nulidad, como de un transcurrir, de algo que había que esperar no allí<br />
sino en otro sitio, y en efecto recomenzaba aqu<strong>el</strong> conjunto de voces y ruidos, y los lugares<br />
de probable procedencia estaban, aquí o allá d<strong>el</strong> valle, siempre donde se movían al viento<br />
las pequeñas hojas dentadas de los cerezos. Por eso Cósimo, con la parte de su mente<br />
que navegaba distraída - otra parte de él, en cambio, lo sabía y entendía todo por<br />
anticipado - formuló este pensamiento: las cerezas hablan.<br />
Era hacia <strong>el</strong> cerezo más próximo, o mejor a una hilera de altos cerezos de un hermoso<br />
verde frondoso, que Cósimo se dirigía, y cargado de cerezas negras, pero mi hermano<br />
aún no tenía ojo para distinguir de inmediato entre las ramas lo que ocurría y lo que<br />
dejaba de ocurrir. Se quedó allí: antes se oía ruido y ahora no. Estaba en las ramas más