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el-baron-rampante

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al hombre d<strong>el</strong> árbol, la sábana extendida, <strong>el</strong> gentío, aspectos extraños d<strong>el</strong> mundo.<br />

También Cósimo había alzado la cabeza, y miraba con atención <strong>el</strong> globo.<br />

Cuando de pronto la mongolfiera fue cogida por una racha de lebeche; comenzó a<br />

correr con <strong>el</strong> viento girando como una peonza, e iba hacia <strong>el</strong> mar. Los aeronautas, sin<br />

perder <strong>el</strong> ánimo, se afanaban por reducir - creo - la presión d<strong>el</strong> globo y al mismo tiempo<br />

arrojaron <strong>el</strong> ancla para tratar de aferrarse a algún agarradero. El ancla volaba plateada en<br />

<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o colgada de una larga cuerda, y al seguir oblicuamente la carrera d<strong>el</strong> globo ahora<br />

pasaba sobre la plaza, y estaba poco más o menos a la altura de la cima d<strong>el</strong> nogal, hasta<br />

<strong>el</strong> punto de que temimos que golpeara a Cósimo. Pero no podíamos suponer lo que un<br />

instante después verían nuestros ojos.<br />

El agonizante Cósimo, en <strong>el</strong> momento en que la soga d<strong>el</strong> ancla le pasó cerca, pegó un<br />

salto de aqu<strong>el</strong>los que le eran habituales en su juventud, se agarró a la cuerda, con los<br />

pies en <strong>el</strong> ancla y <strong>el</strong> cuerpo encogido, y así lo vimos volar lejos, arrastrado por <strong>el</strong> viento,<br />

frenando apenas la carrera d<strong>el</strong> globo, y desaparecer hacia <strong>el</strong> mar...<br />

La mongolfiera, tras atravesar <strong>el</strong> golfo, consiguió aterrizar luego en la otra orilla.<br />

Colgada de la cuerda estaba sólo <strong>el</strong> ancla. Los aeronautas, demasiado ocupados en<br />

mantener <strong>el</strong> rumbo, no se habían dado cuenta de nada. Se supuso que <strong>el</strong> viejo moribundo<br />

había desaparecido mientras volaba en medio d<strong>el</strong> golfo.<br />

Así desapareció Cósimo, y no nos dio siquiera la satisfacción de verlo volver a la tierra<br />

muerto. En la tumba de la familia hay una est<strong>el</strong>a que lo recuerda con <strong>el</strong> escrito: «Cósimo<br />

Piovasco de Rondó - Vivió en los árboles - Amó siempre la tierra - Subió al ci<strong>el</strong>o.»<br />

De vez en cuando interrumpo lo que escribo y voy a la ventana. El ci<strong>el</strong>o está vacío, y a<br />

nosotros los viejos de Ombrosa, acostumbrados a vivir bajo aqu<strong>el</strong>las verdes cúpulas, nos<br />

daña los ojos mirarlo. Se diría que los árboles no han resistido, después de que mi<br />

hermano se marchó, o que los hombres han sido presa de la furia d<strong>el</strong> hacha. Además, la<br />

vegetación ha cambiado: no más acebos, olmos, robles: ahora África, Australia, América,<br />

la India alargan hasta aquí ramas y raíces. Las plantas antiguas han retrocedido hacia lo<br />

alto: en las colinas los olivos, y en los bosques de los montes, pinos y castaños; más<br />

abajo la costa en una Australia roja de eucaliptus, <strong>el</strong>efantesca de ficus, plantas de jardín<br />

enormes y solitarias, y todo <strong>el</strong> resto son palmeras, con sus mechones despeinados,<br />

árboles inhóspitos d<strong>el</strong> desierto.<br />

Ombrosa ya no existe. Mirando <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o despejado me pregunto si en verdad ha<br />

existido. Aqu<strong>el</strong>la profusión de ramas y hojas, bifurcaciones, lóbulos, penachos, diminuta y<br />

sin fin, y <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o sólo en r<strong>el</strong>umbrones irregulares y recortados, quizá existía solamente<br />

para que pasase mi hermano con su ligero paso de chamarón, era un bordado hecho<br />

sobre la nada que se asemeja a este hilo de tinta tal como lo he dejado correr por páginas<br />

y páginas, atestado de tachaduras, de remisiones, de borrones nerviosos, de manchas,<br />

de lagunas, que a ratos se desgrana en gruesas uvas claras, a ratos se espesa en signos<br />

minúsculos como semillas puntiformes, ora se retuerce sobre sí mismo, ora se bifurca, ora<br />

enlaza grumos de frases con contornos de hojas o de nubes, y luego se atasca, y luego<br />

vu<strong>el</strong>ve a enroscarse, y corre y corre y se devana y envu<strong>el</strong>ve un último racimo insensato<br />

de palabras, ideas, sueños, y se acaba.<br />

FIN

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