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Debido a esta virtud suya se habló mucho entre los cazadores de Ombrosa de utilizarlo<br />

como reclamo, pero nadie se atrevió nunca a disparar sobre los pájaros que se le<br />

posaban cerca. Porque <strong>el</strong> barón, incluso ahora que no estaba muy en su juicio, seguía<br />

imponiendo cierto respeto; se burlaban de él, sí, y a menudo tenía bajo sus árboles un<br />

cortejo de granujas y haraganes que le daban matraca, pero también era respetado, y se<br />

le escuchaba siempre con atención.<br />

Sus árboles ahora estaban adornados con hojas escritas, e incluso con cart<strong>el</strong>es con<br />

máximas de Séneca y Shaftesbury, y con objetos: mechones de plumas, cirios de iglesia,<br />

hoces, coronas, bustos de mujer, pistolas, balanzas, atados unos a otros con cierto orden.<br />

La gente de Ombrosa pasaba las horas tratando de adivinar qué querían decir aqu<strong>el</strong>los<br />

jeroglíficos: los nobles, <strong>el</strong> Papa, la virtud, la guerra, y yo creo que a veces no tenían<br />

ningún significado, sino que servían sólo para aguzar <strong>el</strong> ingenio y para dar a entender que<br />

incluso las ideas más fuera de lo común podían ser las justas.<br />

Cósimo se puso también a componer ciertos escritos, como El canto d<strong>el</strong> Mirlo, El<br />

Picamadero que llama, Los Diálogos de los Búhos, y a distribuirlos públicamente. Es más,<br />

fue precisamente en este período de demencia cuando aprendió <strong>el</strong> arte de imprimir y<br />

empezó a publicar una especie de lib<strong>el</strong>os o gacetas (entre <strong>el</strong>los La Gaceta de las<br />

Urracas), luego todos unificados bajo <strong>el</strong> título: El Monitor de los Bípedos. Se había llevado<br />

a un nogal un tablón, un bastidor, una prensa de mano, una caja de caracteres, una<br />

damajuana de tinta, y se pasaba los días componiendo sus páginas y sacando copias. A<br />

veces, entre <strong>el</strong> bastidor y <strong>el</strong> pap<strong>el</strong> iban a parar arañas, mariposas, y su hu<strong>el</strong>la quedaba<br />

impresa en la página; a veces un lirón saltaba sobre una hoja fresca de tinta y lo<br />

emborronaba todo a golpes de cola; a veces las ardillas cogían una letra d<strong>el</strong> alfabeto y se<br />

la llevaban a su madriguera creyendo que era comestible, como sucedió con la letra Q,<br />

que por su forma redonda y pedunculada tomaron por un fruto, y Cósimo tuvo que<br />

comenzar ciertos artículos Cuien y Cuienquiera.<br />

Todo estaba muy bien, pero yo tenía la impresión de que en esa época mi hermano no<br />

sólo había enloquecido d<strong>el</strong> todo, sino que se estaba volviendo algo imbécil, cosa más<br />

grave y dolorosa, porque la locura es una fuerza de la naturaleza, para bien o para mal,<br />

mientras que la bobería es una debilidad de la naturaleza, sin contrapartida.<br />

En invierno, de hecho, pareció reducirse a una especie de letargo. Estaba colgado de<br />

un tronco en su saco forrado, con sólo la cabeza fuera, como en un nido, y ya era mucho<br />

si, en las horas más calurosas, daba cuatro saltos hasta llegar al aliso sobre <strong>el</strong> torrente<br />

Merdanzo para hacer sus necesidades. Se estaba en su saco leyendo (encendía, al<br />

oscurecer, una lamparilla de aceite), o farfullando para sí, o canturreando. Pero la mayor<br />

parte d<strong>el</strong> tiempo lo pasaba durmiendo.<br />

Para comer disponía de ciertas misteriosas provisiones propias, pero se dejaba ofrecer<br />

platos de potaje o de raviolis, cuando algún alma de Dios iba a llevárs<strong>el</strong>os hasta arriba,<br />

con una escalera. En realidad, había nacido como una superstición entre la gente d<strong>el</strong><br />

pueblo, la de que llevarles una ofrenda al barón daba buena suerte; señal de que él o<br />

suscitaba temor o se hacía querer, y a mí me parece que lo segundo. El hecho de que <strong>el</strong><br />

heredero d<strong>el</strong> título <strong>baron</strong>al de Rondó se pusiera a vivir de pública limosna me pareció<br />

desconveniente; y sobre todo pensé en nuestro difunto padre, si lo hubiese sabido. Por lo<br />

que a mí respecta, hasta entonces no tenía que reprocharme nada, porque mi hermano<br />

había siempre despreciado las comodidades de la familia, y me había firmado un<br />

documento por <strong>el</strong> que, tras haberle abonado una pequeña renta (que se le iba casi toda<br />

en libros) no tenía ninguna otra obligación con él. Pero ahora, viéndolo incapaz de<br />

proporcionarse la comida, probé a hacer subir hasta él, por una escalera de mano, a uno<br />

de nuestros lacayos con librea y p<strong>el</strong>uca blanca, con un cuarto de pavo y un vaso de<br />

borgoña en una bandeja. Creía que iba a rechazarlo, por una de sus misteriosas razones<br />

de principios, y en cambio aceptó en seguida de muy buen grado, y desde entonces, cada<br />

vez que nos acordábamos, le mandábamos al árbol una porción de nuestras comidas.

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