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<strong>el</strong>egancia de sir Osbert tendría que perderos a vos, mi apasionado don Salvatore... Y<br />
escogiendo <strong>el</strong> fuego d<strong>el</strong> teniente de San Cataldo, tendría que renunciar a vos, sir. Oh,<br />
¿por qué?..., ¿por qué?<br />
- ¿Por qué qué? - preguntaron con una sola voz los dos oficiales.<br />
Y doña Viola, bajando la cabeza:<br />
- ¿Por qué no podré ser de ambos al mismo tiempo...?<br />
De lo alto d<strong>el</strong> castaño de Indias se oyó un crujir de ramas. Era Cósimo que ya no<br />
conseguía mantenerse en calma.<br />
Pero los dos tenientes de navío estaban demasiado confundidos como para oírlo.<br />
Retrocedieron juntos un paso.<br />
- Eso jamás, señora.<br />
La marquesa alzó <strong>el</strong> hermoso rostro con su sonrisa más radiante:<br />
- Pues bien, seré d<strong>el</strong> primero de vosotros que, como prueba de amor, para<br />
complacerme en todo, se declare dispuesto incluso a compartirme con <strong>el</strong> rival.<br />
- Señora...<br />
- Milady...<br />
Los dos tenientes, después de inclinarse hacia Viola con una seca reverencia de<br />
despedida, se volvieron uno frente al otro, se tendieron la mano, se la estrecharon.<br />
- I was sure you were a gentleman, signor Cataldo<br />
- dijo <strong>el</strong> inglés.<br />
- Ni yo dudaba de vuestro honor, mister Osberto<br />
- dijo <strong>el</strong> napolitano.<br />
Volvieron la espalda a la marquesa y se dirigieron a los caballos.<br />
- Amigos míos... Por qué tan ofendidos... Tontos... - decía Viola, pero los dos oficiales<br />
ya tenían <strong>el</strong> pie en <strong>el</strong> estribo.<br />
Era <strong>el</strong> momento que Cósimo esperaba desde hacía rato, saboreando la venganza que<br />
había preparado: ahora los dos iban a recibir una muy dolorosa sorpresa. Aunque, al ver<br />
su viril actitud al despedirse de la inmodesta marquesa, Cósimo se sintió repentinamente<br />
reconciliado con <strong>el</strong>los. ¡Demasiado tarde! ¡A estas alturas <strong>el</strong> terrible dispositivo de<br />
venganza ya no podía <strong>el</strong>iminarse! En <strong>el</strong> espacio de un segundo, Cósimo generosamente<br />
decidió advertirles:<br />
- ¡Alto ahí! - gritó desde <strong>el</strong> árbol -, ¡no os sentéis en la silla!<br />
Los dos oficiales alzaron vivamente la cabeza.<br />
- What are you doing up there? ¿Qué hacéis ahí arriba? ¿Cómo os permitís? Come<br />
down!<br />
Detrás de <strong>el</strong>los se oyó la risa de doña Viola, una de sus carcajadas susurradas.<br />
Los dos estaban perplejos. Había un tercero, que al parecer había asistido a toda la<br />
escena. La situación se complicaba.<br />
- In any way! - se dijeron -, ¡nosotros seguimos siendo solidarios!<br />
- ¡Por nuestro honor!<br />
- ¡Ninguno de los dos consentirá en compartir a milady con quien sea!<br />
- ¡Jamás en la vida!<br />
- Pero si uno de vosotros decidiera consentir en <strong>el</strong>lo...<br />
- En ese caso, ¡siempre solidarios! ¡Consentiremos juntos!<br />
- ¡De acuerdo! Y ahora, ¡vamos!<br />
Ante este nuevo diálogo, Cósimo se mordió un dedo por la rabia de haber tratado de<br />
evitar <strong>el</strong> cumplimiento de la venganza. «¡Qué se cumpla, pues!», y se retiró entre las<br />
frondas. Los dos oficiales saltaban al arzón. «Ahora gritan», pensó Cósimo, y se tapó los<br />
oídos. Resonó un doble aullido. Los dos tenientes se habían sentado sobre dos<br />
puercoespines escondidos bajo la gualdrapa de las sillas.<br />
- ¡Traición! - y saltaron al su<strong>el</strong>o, con una explosión de saltos y gritos y vu<strong>el</strong>tas sobre sí<br />
mismos, y parecía que querían tomarla con la marquesa.