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el-baron-rampante

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La cárc<strong>el</strong> era una torre a orillas d<strong>el</strong> mar. Un bosque de pinastros crecía allí cerca.<br />

Desde lo alto de uno de estos pinastros, Cósimo llegaba casi a la altura de la c<strong>el</strong>da de<br />

Gian dei Brughi y veía su rostro tras las rejas.<br />

Al bandido no le importaban nada ni los interrogatorios ni los procesos; cualquiera que<br />

fuese <strong>el</strong> resultado, lo iban a ahorcar igualmente; pero su preocupación eran esos días<br />

vacíos allí en la prisión, sin poder leer, y aqu<strong>el</strong>la nov<strong>el</strong>a dejada a medias. Cósimo<br />

consiguió obtener otro ejemplar de Clarisa y se lo llevó al pino.<br />

- ¿Dónde habías llegado?<br />

- ¡Cuando Clarisa escapaba de la casa de mala fama!<br />

Cósimo hojeó un poco y luego:<br />

- Ah, sí, aquí lo tengo. Pues... - y empezó a leer en voz alta, vu<strong>el</strong>to hacia la reja, a la<br />

que se veían agarradas las manos de Gian dei Brughi.<br />

La instrucción de la causa se fue alargando; <strong>el</strong> bandido resistía las torturas; para<br />

hacerle confesar cada uno de sus innumerables d<strong>el</strong>itos se requerían días y días. Pero<br />

siempre, antes y después de los interrogatorios, se quedaba escuchando a Cósimo que le<br />

leía. Cuando terminó Clarisa, viéndolo algo entristecido, Cósimo pensó que Richardson, a<br />

la postre, era un poco deprimente; y prefirió empezar a leerle una nov<strong>el</strong>a de Fi<strong>el</strong>ding, que<br />

con vicisitudes más movidas lo consolara un poco de la libertad perdida. Eran los días d<strong>el</strong><br />

proceso, y Gian dei Brughi sólo tenía en la cabeza los azares de Jonathan Wild.<br />

Antes de que se acabara la nov<strong>el</strong>a, llegó <strong>el</strong> día de la ejecución. En la carreta, en<br />

compañía de un fraile, Gian dei Brughi llevó a término <strong>el</strong> último viaje como viviente. Las<br />

ahorcaduras en Ombrosa se ejecutaban en una alta encina en medio de la plaza.<br />

Alrededor todo <strong>el</strong> pueblo formaba un círculo.<br />

Cuando tuvo la soga al cu<strong>el</strong>lo, Gian dei Brughi oyó un silbido entre las ramas. Alzó <strong>el</strong><br />

rostro. Era Cósimo, con <strong>el</strong> libro cerrado.<br />

- Dime cómo termina - dijo <strong>el</strong> condenado.<br />

- Siento decírt<strong>el</strong>o, Gian - respondió Cósimo -, Jonatán termina colgado por <strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo.<br />

- Gracias. ¡Que sea lo mismo para mí! ¡Adiós! - y dio un puntapié a la escalera,<br />

quedando estrangulado.<br />

El gentío, cuando <strong>el</strong> cuerpo cesó de agitarse, se marchó. Cósimo se quedó hasta la<br />

noche, a horcajadas de la rama de la que colgaba <strong>el</strong> ahorcado. Cada vez que un cuervo<br />

se acercaba para morder los ojos o la nariz al cadáver, Cósimo lo ahuyentaba agitando <strong>el</strong><br />

gorro.<br />

XIII<br />

Con <strong>el</strong> trato con <strong>el</strong> bandido, pues, Cósimo había adquirido una desmesurada pasión<br />

por la lectura y <strong>el</strong> estudio, que mantuvo luego durante toda su vida. La actitud habitual en<br />

que se lo encontraba ahora, era con un libro abierto en la mano, sentado a horcajadas de<br />

una rama cómoda, o bien apoyado en una horqueta como en un pupitre de escu<strong>el</strong>a, con<br />

una hoja encima de una tablilla, <strong>el</strong> tintero en un hueco d<strong>el</strong> árbol, escribiendo con una larga<br />

pluma de oca.<br />

Ahora era él quien iba a buscar al abate Fauch<strong>el</strong>afleur para que le diese clase, para<br />

que le explicase Tácito y Ovidio y los cuerpos c<strong>el</strong>estes y las leyes de la química, pero <strong>el</strong><br />

viejo cura salvo un poco de gramática y algo de teología se ahogaba en un mar de dudas<br />

y de lagunas, y ante las preguntas d<strong>el</strong> alumno abría los brazos y alzaba los ojos al ci<strong>el</strong>o.<br />

- Monsieur l'Abbé, ¿cuántas mujeres se pueden tener en Persia? Monsieur l'Abbé,<br />

¿quién es <strong>el</strong> vicario de Saboya? Monsieur l'Abbé, ¿me puede explicar <strong>el</strong> sistema de<br />

Linneo?<br />

- Alors... Maintenant... Voyons... - empezaba <strong>el</strong> abate, luego se perdía, y ya no<br />

continuaba.

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