Blaze!

Datiel viajaba lentamente, caminando de regreso a su casa, portando un trozo del divino corazón,
pensando en los procedimientos que tendría que realizar sobre el descompuesto cuerpo de su
esposa Amira antes de reanimarla, confiando en poder volver a reunirse con ella. Cuando estuvo
de regreso, tomó el rígido cadáver de su mujer, el cual estaba guardado concienzudamente para
preservarlo lo más posible, procediendo a fortalecer sus extremidades con amarras cosidas sobre
la piel para que no se cayeran al moverse, asegurando especialmente la cabeza, dejándola
acostada sobre una mesa.
Perdóname, Amira, pero esto me duele más a mí que a ti –dijo Datiel, trazando una palabra en la
frente de la occisa con un cuchillo–. Ojalá existiera otra forma…
Datiel escribió la palabra Emet (verdad) con un cuchillo de plata previamente santificado, abriendo
luego el pecho del cadáver de Amira con el mismo instrumento, poniendo junto a su corazón
disecado el trozo de roca mágica, iniciando el rito de animación estándar para gólems.
Sostente de pie, como solamente puede hacerlo la verdad –declaró Datiel, tocando el pecho
seccionado de Amira, el cual se cerró al momento de que el hombre retiró su mano.
Datiel leyó repetidas veces las palabras escritas en el libro sagrado de su religión, llamando de
nuevo a la vida a Amira, mencionando los distintos nombres de dios que tenían para referirse a su
versión del único ser divino, produciendo un temblor en el inmóvil cuerpo de su difunta esposa, el
que se insufló con aire en su zona torácica, rompiendo todas las amarras, emitiendo un desgarrador
grito que se escuchó en las calles cercanas a la vivienda.
¿Amira? –preguntó Datiel, mirando el rostro de su mujer, esperando alguna reacción después del
gran grito.
El cuerpo de Amira comenzó a recomponerse, recuperando la firmeza de sus extremidades,
ganando turgencia en todos sus añejos y secos tejidos, dejando de notarse los huesos y, aunque las
marcas que le dejó la enfermedad que la mató fueron reparadas, su piel quedó grisácea, opaca, sin
vida.
¿Datiel?, ¿dónde estamos? –articuló Amira, antes de abrir sus ojos–. ¡Esta es nuestra casa! ¿Qué
es lo que has hecho, Datiel? Yo… yo acabo de morir, lo sentí, no puedo estar acá… no es posible…
Amira miró a su esposo, entendiendo completamente la situación al ver cómo los años habían
cambiado a Datiel.
¡Por dios mío! No acabo de morir, ¿cuántos años han pasado, Datiel?, ¿qué has hecho para que
vuelva a la vida? –preguntó Amira, visiblemente afectada, con el corazón acelerado, mirando
desorientada hacia todos lados.
Amor mío, hice lo necesario para que pudiéramos estar juntos nuevamente, no sabes los años de
soledad que me costó, pero esta tarde se vieron premiados todos mis esfuerzos –respondió Datiel,
llorando de alegría por haber logrado traer de vuelta a su esposa.
Amira se levantó de la mesa, intentando caminar, trastabillando hasta un espejo, acostumbrándose
155