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Blaze!

Esta es la historia de Blaze, la más grande guerrera que podrás encontrar... Entrenada en artes esotéricas y militares por sus maestros Echleón y Bel, respectivamente, Blaze recorre las tierras medievales en la búsqueda de aventuras y peligros a los que enfrentarse, en parte para pasar el tiempo y también para perfeccionarse. No hay mal que se le resista, tampoco bien que le aguante, la verdad es que es mejor no cruzarse en su camino, sobre todo si está enojada. Sigue aquí sus peripecias, aprende un poco de sus habilidades y conoce a los demás personajes que le harán la vida imposible. https://blaze.000webhostapp.com

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Entrenada en artes esotéricas y militares por sus maestros Echleón y Bel, respectivamente, Blaze recorre las tierras medievales en la búsqueda de aventuras y peligros a los que enfrentarse, en parte para pasar el tiempo y también para perfeccionarse.

No hay mal que se le resista, tampoco bien que le aguante, la verdad es que es mejor no cruzarse en su camino, sobre todo si está enojada.

Sigue aquí sus peripecias, aprende un poco de sus habilidades y conoce a los demás personajes que le harán la vida imposible.

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Capítulo 14 – El día en que <strong>Blaze</strong> conoció a Albert.<br />

Albert bajó su barbilla, mirando hacia el piso, bañando su mejilla izquierda con una cálida y salada<br />

lágrima. El acongojado joven inspiró profundamente…<br />

¡Mi pie, acabo de atravesar mi pie con un clavo! –vociferó ferozmente Albert, al ver como su<br />

extremidad inferior estaba perforada por un clavo pegado a un madero–. ¡¿Quién fue el @#$%&<br />

que dejó esto tirado aquí?!<br />

Los religiosos acompañantes del muchacho explotaron en carcajadas, golpeándose el abdomen por<br />

el dolor que les producía el ataque de risa, sintiendo que lo ocurrido era una forma de<br />

ajusticiamiento divino infligido a Albert por su manera de ser. Un par de los productos comprados<br />

cayeron de la carreta que cargaban los hombres, siendo robadas por algunos de los más pobres<br />

habitantes de la ciudad, sin que los hermanos se percataran del robo.<br />

¡Maldición, me duele mucho! –grito Albert, intentando agacharse para retirar la tabla, pero el<br />

movimiento terminó causándole más dolor en el pie, lo que hizo que cayera sentado sobre su<br />

trasero.<br />

Los religiosos seguían riéndose, sus rostros se encontraban enrojecidos por el esfuerzo, pareciendo<br />

que fueran a morir por ahogamiento. Albert aullaba de dolor, sólo atinando a girar en el empedrado,<br />

como si estuviera encendido en llamas, precipitándose hacia uno de los puestos dispuestos en el<br />

centro del comercio, chocando con un comprador.<br />

¿Quién se atreve a golpearme? –escuchó Albert decir a una enojada voz femenina, siendo<br />

levantado del suelo por el cuello de su camisa, sintiendo como algunas de las fibras de su ropaje<br />

cedían ante el fortísimo agarre.<br />

No me golpee, señora, perdóneme –respondió el asustado muchacho, cubriéndose el rostro con<br />

ambos brazos mientras giraba su cabeza hacia un lado.<br />

¡¿SEÑORA?! –bramó <strong>Blaze</strong>, sujetando en el aire a Albert por la ropa con una sola mano, moviéndole<br />

a la fuerza su brazo derecho para descubrirle el rostro, contactando su blanquecina piel–. ¡Mírame,<br />

idiota! ¿te parece que sea una señora?<br />

La maga se encontró con que había agarrado a un escuálido y blanquecino jovencito, de cabello<br />

rubio levemente ondulado, el que caía sobre sus ojos con un flequillo desordenado, mientras que el<br />

resto del pelo le cubría las orejas, alargándose detrás de su nuca, sin llegar a caer sobre sus<br />

hombros. Sus azules ojos dejaban entrever una inocencia inesperada en alguien adulto, con una<br />

nariz medianamente prominente y redondeada en su punta, y una boca de delgados labios. Por su<br />

parte, Albert divisó un rostro demoníaco, con un ceño fuertemente fruncido que parecía penetrar<br />

el tabique nasal de la mujer y unos ojos que destellaban fuego infernal, mientras que su boca estaba<br />

poblada de afilados dientes dispuestos a hundirse en su enclenque figura. Los religiosos ahora reían<br />

por el entuerto que se había metido el herido muchacho.<br />

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