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La expresión «gran domingo» referida a pentecostés<br />
la encontramos en una de las Cartas Festales<br />
de Atanasia de Alejandría, escrita hacia el 329:<br />
«Comenzaremos el santo ayuno el día 5 de Pharmuthi<br />
(el lunes de la semana santa, día 31 de marzo)<br />
y lo continuaremos, sin solución de continuidad, durante<br />
esos seis días santos y magníficos que son el<br />
símbolo de la creación del mundo. Pondremos fin al<br />
ayuno el día <strong>10</strong> del mismo Pharmuthi, el sábado de la<br />
semana santa, cuando despunte para nosotros el domingo<br />
santo, el día 11 del mismo mes. A partir de ese<br />
momento, calculando siete semanas seguidas, celebraremos<br />
el día santo de pentecostés, que fue prefigurado<br />
antiguamente entre los judíos con la fiesta de las<br />
semanas, cuando se concedía la amnistía y la remisión<br />
de las deudas: era un día de completa libertad.<br />
Siendo para nosotros ese día símbolo del mundo futuro,<br />
celebraremos el gran domingo gustando acá las<br />
arras de aquella vida futura. Cuando al fin salgamos<br />
de este mundo, entonces celebraremos la fiesta perfecta<br />
con Cristo» 14.<br />
El texto, en su conjunto, es de gran interés, ya<br />
que nos permite descubrir cómo todavía en el siglo<br />
IV la Iglesia de Alejandría mantiene intacta la estructura<br />
original de la pascua, precedida de unos días<br />
de ayuno y coronada con los cincuenta días de<br />
pentecostés. Por otra parte, aun cuando las palabras<br />
de Atanasia parezcan un tanto ambiguas, sabemos<br />
por otros escritos afines del mismo autor que la expresión<br />
pentecostés no se refiere al día cincuenta, sino<br />
a los cincuenta días que siguen a la pascua. Este<br />
período de tiempo es denominado por Atanasia el<br />
«gran domingo». Con esta denominación, el obispo<br />
de Alejandría conecta con una antigua tradición que<br />
considera el conjunto de los cincuenta días como un<br />
domingo prolongado, como un único día de fiesta.<br />
Conocemos, a este respecto, un fragmento del<br />
De Pascha, atribuido a Ireneo por el autor de las<br />
Quaestiones et Responsiones ad orthodoxos. En ese<br />
testimonio Ireneo afirma lo siguiente:<br />
«El hecho de no doblar las rodillas el día del Señor<br />
es símbolo de la resurrección, en virtud de la cual,<br />
¡4Carta {estal, 1,<strong>10</strong>: PG 26, l366A.<br />
138 PARA VIVIR EL AÑO LITURGICO<br />
por la gracia de Cristo, hemos sido liberados de los<br />
pecados y de la muerte provocada por éstos. Esta costumbre<br />
proviene de los tiempos apostólicos, como<br />
asegura el bienaventurado mártir Ireneo, obispo de<br />
Lyón, en su libro Sobre la pascua; allí menciona él<br />
también pentecostés, durante el cual tampoco nos<br />
arrodillamos porque éste iguala en solemnidad al domingo,<br />
por la razón que ya hemos indicado» 15.<br />
Con la misma claridad se expresa también Tertuliano,<br />
como ya hemos podido ver a través de alguno<br />
de sus testimonios citados anteriormente.<br />
Todo esto nos confirma la existencia de una tradición<br />
muy antigua, que se remonta a la segunda<br />
mitad del siglo II y se extiende a todas las Iglesias.<br />
Según esta tradición, los cincuenta días que siguen<br />
a la pascua se celebran como si se tratara de un gran<br />
domingo. Todo lo que se atribuye al día del Señor,<br />
por el mismo motivo se aplica también al período de<br />
pentecostés.<br />
Aquí habría que esclarecer las razones que justifican<br />
esta asimilación de pentecostés al día del Señor.<br />
¿Cuáles son las analogías o coincidencias que<br />
ha detectado la tradición cristiana para considerar<br />
el período de pentecostés como un gran domingo?<br />
Además, una vez aclarado esto, sería de gran interés<br />
descubrir las consecuencias que se derivan de este<br />
hecho.<br />
Respecto al primer interrogante, hay que reconocer<br />
que la literatura patrística nos obliga a introducirnos<br />
en la enmarañada y misteriosa selva de la<br />
simbología de los números. Se subraya a este respecto,<br />
con un énfasis excepcional, la consideración<br />
del domingo como día octavo. De esto he hablado en<br />
el capítulo dedicado al domingo. Esta forma de entender<br />
el día del Señor pone en evidencia su dimensión<br />
escatológica. Mientras los siete días de la semana<br />
representan la vida presente, inmersa en el<br />
tiempo, el domingo -día octavo- es símbolo del futuro.<br />
Este juego simbólico de los números era ya conocido<br />
en el Antiguo Testamento. En este sentido, se<br />
habla de la semana de años: «Seis años sembrarás tu<br />
campo, seis años podarás tu viña y cosecharás sus<br />
productos; pero el séptimo año será de completo<br />
¡'Ireneo de Lyón, o. c., 115: PG 6,1364-1365.