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se cada vez más del mundo de la carne para vivir cada<br />
vez con más intensidad la vida en el Espíritu.<br />
Sería un desacierto pensar que esta forma de entender<br />
y de vivir la pascua se contrapone a las formas<br />
anteriores. No hay que ver el enfoque pascual<br />
de los alejandrinos como una alternativa excluyente,<br />
sino como una dimensión complementaria. A nosotros<br />
corresponde ir construyendo una síntesis orgánica<br />
en la que se integren de forma coherente los diversos<br />
aspectos o perspectivas. De este modo conseguiremos<br />
una rica experiencia pascual en la que lo<br />
cultual se proyecte en la vida, evitando, por una parte,<br />
el ritualismo formalista y, por otra, el moralismo<br />
a ultranza.<br />
7. «Comer la pascua»<br />
y «padecer la pascua»<br />
Mientras escribo estas páginas me asalta la preocupación<br />
de que estas reflexiones y estos datos históricos<br />
sugieran en el lector una idea un tanto poética<br />
de la pascua y de que todo lo que vengo diciendo<br />
resuene en sus oídos como música celeste. Por<br />
esto precisamente me preocupa la necesidad de ser<br />
realista sin caer en falsos escapismos románticos.<br />
Cuando decimos que por la pascua «pasamos<br />
con Cristo de este mundo al Padre», ¿qué queremos<br />
decir? ¿Qué significa compartir la muerte y la resurrección<br />
de Cristo? Son frases redondas cuyo sentido<br />
profundo e implicaciones concretas vitales pueden<br />
escapársenos fácilmente de las manos. Tampoco<br />
se trata de dejarnos arrastrar por una fácil demagogia<br />
ni de ceder ante moralismos radicales.<br />
Para dar una respuesta, a mi juicio válida, a estos<br />
interrogantes vaya recurrir a unas expresiones<br />
que ya hemos encontrado al comenzar este capítulo.<br />
Los autores que mediaron en la famosa contienda<br />
de Laodicea, preocupados indudablemente por una<br />
problemática de carácter estrictamente bíblico, opinaban<br />
que Cristo, el año de su muerte, no celebró la<br />
pascua ritual, sino que la padeció en su propia carne.<br />
El autor desconocido de una de las dos homilías<br />
anteriormente comentadas, a quien hemos llamado<br />
86 PARA VIVIR EL AÑO LITURGICO<br />
pseudo-Hipólito, dice refiriéndose a Cristo que «no<br />
era tanto comer la pascua lo que él deseaba, sino padecerla»<br />
(n. 49). Hipólito de Roma, por su parte,<br />
asegura que «en cuanto a la pascua él no la comió,<br />
sino que la sufrió» (fragmento transmitido en el Chronicon<br />
pascbale). De modo parecido se expresan<br />
Melitón de Sardes y Clemente Alejandrino.<br />
De estas expresiones deducimos que para Jesús<br />
lo más importante no fue comer la pascua, sino padecerla.<br />
¿Qué quiere decir «comen> la pascua? Evidentemente,<br />
aquí hay una clara referencia a la celebración<br />
ritual de la pascua. Para Jesús, por tanto, lo<br />
importante no fue la celebración ritual, sino la entrega<br />
de la vida. En el fondo, los controversistas de<br />
Laodicea, a sabiendas o inconscientemente, vislumbraron<br />
la primacía de la pascua «padecida», culminada<br />
en la cruz, sobre la pascua «comida», esto es,<br />
celebrada ritualmente.<br />
Afloran aquí unas derivaciones importantes que<br />
deben caracterizar a la pascua de la Iglesia. La pascua<br />
de la Iglesia no debe ser distinta de la de Cristo.<br />
Como Cristo, la Iglesia también debe ansiar más<br />
«padecer» la pascua que «comerla». Hay aquí latente<br />
una afirmación de la primacía de la pascua vivida,<br />
como compromiso y como entrega sacrificada,<br />
sobre la pascua celebrada. 0, matizando más mi<br />
pensamiento, lo que quiero decir es que la celebración<br />
cultual de la pascua (= «comer la pascua») debe<br />
ser la expresión de una pascua vivida en el esfuerzo<br />
permanente de una comunidad cristiana, que<br />
opta por una comunión más plena en el dolor de los<br />
hombres que sufren, de los marginados y proscritos<br />
de este mundo, de los hombres que luchan por la<br />
justicia, de los hombres que siguen sufriendo en su<br />
propia carne los efectos desastrosos de la culpa original.<br />
Esa es la gran porción de humanidad en la<br />
que la situación de «pasión» se hace más real y más<br />
dramática. La pascua de la Iglesia, como la de Cristo,<br />
debe ser una comunión en la «pasión» de la humanidad.<br />
Lo será en la medida en que las comunidades<br />
cristianas se encarnen en el mundo de los pobres<br />
y de los pequeños. Sólo así la Iglesia podrá ser<br />
germen de un mundo liberado y fermento de una<br />
humanidad nueva. Por eso hay que vivir la pascua<br />
como un proceso de transformación y de cambio.<br />
Vivir la pascua significa enrolarse en el proceso de