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encia y como extensión del culto a los mártires. En<br />
última instancia, en todo santo verdadero -y lo son<br />
todos los que así son reconocidos por la Iglesia- hay<br />
un alma de mártir. Habrá podido consumarse o no<br />
el martirio en ellos. De lo que no hay duda es de que<br />
su amor y entrega a Cristo ha sido lo suficientemente<br />
grande como para llevarles a la muerte si hubiera<br />
sido necesario. En el misal de Bobbio se dice respecto<br />
a san Martín de Tours:<br />
«He aquí un hombre de Dios que puede ser añadido<br />
a los apóstoles y contado entre los mártires. Confesor<br />
en este mundo, él es ciertamente mártir en el<br />
cielo, porque sabemos que Martín no ha fallado al<br />
martirio, sino que ha sido precisamente el martirio el<br />
que ha fallado a Martín» l.<br />
Ahora bien: esa identificación con Cristo, el santo<br />
de los santos, se realiza a través del misterio eucarístico.<br />
La eucaristía es, en efecto, la fuente de toda<br />
santidad. Más todavía: el mártir encuentra en la<br />
mesa eucarística el impulso vigoroso que le empuja<br />
a la donación de su vida por Cristo. No sólo eso. En<br />
esa donación que el mártir hace de su vida, la eucaristía<br />
encuentra su máximo desarrollo y plenitud. La<br />
donación sacrificial de Cristo se consuma en la pasión<br />
del mártir.<br />
Así lo entendió Ignacio de Antioquía, uno de los<br />
mártires más venerables y celebrados de la antigüedad<br />
cristiana. Así lo dejó escrito en sus cartas. Para<br />
él, la eucaristía es la gran fiesta del divino «ágape»,<br />
del amor divino derramado abundantemente en el<br />
corazón de los hombres. Ella nos hace «uno» en<br />
Cristo, identificados con la carne del cordero y embriagados<br />
con su sangre. Ella hace vivir a Cristo en<br />
nosotros; ella alimenta nuestros cuerpos con el mismo<br />
cuerpo de Cristo; ella, finalmente, asimila nuestro<br />
cuerpo al cuerpo resucitado del Señor. Por eso,<br />
para él, el mártir experimenta dramáticamente lo<br />
que es vivido en la eucaristía a través de símbolos<br />
sacramentales. En el mártir, la identificación con Jesucristo<br />
crucificado es una realidad plena, descarnada<br />
y sangrante. Hasta tal punto que, cuando el<br />
mártir muere, no es él; es Cristo quien sufre y muere<br />
con él. Esta es quizá una de las convicciones que<br />
'E. A. Lowe, The Bobbio Missa, Londres 1920, n. 363.<br />
los mártires tenían más claras. En la Passio Felicitatis<br />
et Perpetuae, martirizadas en Cartago el año 203,<br />
se cuenta que la joven matrona Felicidad tuvo que<br />
dar a luz en la cárcel algunos días antes de su martirio.<br />
Ante los gritos de la santa en los dolores del<br />
parto, uno de los soldados le dirigió estas palabras,<br />
mezcladas uno no sabría decir si de compasión o de<br />
ironía: «¿Qué harás, pues, cuando estés en la arena?».<br />
Ella respondió sin más: «Entonces será otro el<br />
que sufrirá en mí».<br />
Esto nos hace comprender por qué la Iglesia celebró<br />
desde el principio la memoria de los mártires<br />
en el marco del banquete eucarístico. La memoria<br />
martyrum no podía celebrarse separada del «memorial<br />
del Señor» en la eucaristía. Porque el natale del<br />
mártir sólo se entiende como un aspecto del misterio<br />
pascual. Por eso la eucaristía se convierte enseguida<br />
en el punto de encuentro en el que convergen<br />
unitariamente la pasión del mártir y la pasión del<br />
Señor, la memoria martyris y la memoria de la pascua.<br />
Como he dicho al principio, el misterio cristiano<br />
es único: el de Cristo y el de sus miembros. Es el<br />
misterio del Cristo total. Por eso no es posible celebrar<br />
la pasión de Cristo sin celebrar, al mismo tiempo,<br />
la pasión de sus miembros. Y al revés. Porque la<br />
pasión de los mártires sólo tiene sentido vinculada y<br />
en comunión con la de Cristo. Celebrar la pascua de<br />
Cristo, como paso de este mundo al Padre, es celebrar<br />
el transitus sacer de los mártires. En ellos, la<br />
pascua del Señor se prolonga, se desarrolla y culmina.<br />
De alguna forma es la pascua de toda la Iglesia,<br />
vinculada a la de Cristo y expresada en el gesto de<br />
los mártires, la que se hace presente en el memorial<br />
eucarístico.<br />
Todo esto nos debe hacer conscientes de que, al<br />
celebrar y hacer presente el misterio de Cristo en la<br />
eucaristía, también el gesto de los mártires se convierte<br />
en «misterio», actualizado y eficaz. Unida a la<br />
pascua del Señor -a la entrega sacrificial de su vida-,<br />
la beata passio martyris se transforma en sacrificio<br />
agradable al Padre y en fuente de salvación para<br />
los hombres. Así, el bautismo y la eucaristía cobran<br />
su expresión máxima, su dimensión más plena,<br />
en el martirio. Dicho con otras palabras: la verdad<br />
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