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bernal, jose manuel - 10

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encia y como extensión del culto a los mártires. En<br />

última instancia, en todo santo verdadero -y lo son<br />

todos los que así son reconocidos por la Iglesia- hay<br />

un alma de mártir. Habrá podido consumarse o no<br />

el martirio en ellos. De lo que no hay duda es de que<br />

su amor y entrega a Cristo ha sido lo suficientemente<br />

grande como para llevarles a la muerte si hubiera<br />

sido necesario. En el misal de Bobbio se dice respecto<br />

a san Martín de Tours:<br />

«He aquí un hombre de Dios que puede ser añadido<br />

a los apóstoles y contado entre los mártires. Confesor<br />

en este mundo, él es ciertamente mártir en el<br />

cielo, porque sabemos que Martín no ha fallado al<br />

martirio, sino que ha sido precisamente el martirio el<br />

que ha fallado a Martín» l.<br />

Ahora bien: esa identificación con Cristo, el santo<br />

de los santos, se realiza a través del misterio eucarístico.<br />

La eucaristía es, en efecto, la fuente de toda<br />

santidad. Más todavía: el mártir encuentra en la<br />

mesa eucarística el impulso vigoroso que le empuja<br />

a la donación de su vida por Cristo. No sólo eso. En<br />

esa donación que el mártir hace de su vida, la eucaristía<br />

encuentra su máximo desarrollo y plenitud. La<br />

donación sacrificial de Cristo se consuma en la pasión<br />

del mártir.<br />

Así lo entendió Ignacio de Antioquía, uno de los<br />

mártires más venerables y celebrados de la antigüedad<br />

cristiana. Así lo dejó escrito en sus cartas. Para<br />

él, la eucaristía es la gran fiesta del divino «ágape»,<br />

del amor divino derramado abundantemente en el<br />

corazón de los hombres. Ella nos hace «uno» en<br />

Cristo, identificados con la carne del cordero y embriagados<br />

con su sangre. Ella hace vivir a Cristo en<br />

nosotros; ella alimenta nuestros cuerpos con el mismo<br />

cuerpo de Cristo; ella, finalmente, asimila nuestro<br />

cuerpo al cuerpo resucitado del Señor. Por eso,<br />

para él, el mártir experimenta dramáticamente lo<br />

que es vivido en la eucaristía a través de símbolos<br />

sacramentales. En el mártir, la identificación con Jesucristo<br />

crucificado es una realidad plena, descarnada<br />

y sangrante. Hasta tal punto que, cuando el<br />

mártir muere, no es él; es Cristo quien sufre y muere<br />

con él. Esta es quizá una de las convicciones que<br />

'E. A. Lowe, The Bobbio Missa, Londres 1920, n. 363.<br />

los mártires tenían más claras. En la Passio Felicitatis<br />

et Perpetuae, martirizadas en Cartago el año 203,<br />

se cuenta que la joven matrona Felicidad tuvo que<br />

dar a luz en la cárcel algunos días antes de su martirio.<br />

Ante los gritos de la santa en los dolores del<br />

parto, uno de los soldados le dirigió estas palabras,<br />

mezcladas uno no sabría decir si de compasión o de<br />

ironía: «¿Qué harás, pues, cuando estés en la arena?».<br />

Ella respondió sin más: «Entonces será otro el<br />

que sufrirá en mí».<br />

Esto nos hace comprender por qué la Iglesia celebró<br />

desde el principio la memoria de los mártires<br />

en el marco del banquete eucarístico. La memoria<br />

martyrum no podía celebrarse separada del «memorial<br />

del Señor» en la eucaristía. Porque el natale del<br />

mártir sólo se entiende como un aspecto del misterio<br />

pascual. Por eso la eucaristía se convierte enseguida<br />

en el punto de encuentro en el que convergen<br />

unitariamente la pasión del mártir y la pasión del<br />

Señor, la memoria martyris y la memoria de la pascua.<br />

Como he dicho al principio, el misterio cristiano<br />

es único: el de Cristo y el de sus miembros. Es el<br />

misterio del Cristo total. Por eso no es posible celebrar<br />

la pasión de Cristo sin celebrar, al mismo tiempo,<br />

la pasión de sus miembros. Y al revés. Porque la<br />

pasión de los mártires sólo tiene sentido vinculada y<br />

en comunión con la de Cristo. Celebrar la pascua de<br />

Cristo, como paso de este mundo al Padre, es celebrar<br />

el transitus sacer de los mártires. En ellos, la<br />

pascua del Señor se prolonga, se desarrolla y culmina.<br />

De alguna forma es la pascua de toda la Iglesia,<br />

vinculada a la de Cristo y expresada en el gesto de<br />

los mártires, la que se hace presente en el memorial<br />

eucarístico.<br />

Todo esto nos debe hacer conscientes de que, al<br />

celebrar y hacer presente el misterio de Cristo en la<br />

eucaristía, también el gesto de los mártires se convierte<br />

en «misterio», actualizado y eficaz. Unida a la<br />

pascua del Señor -a la entrega sacrificial de su vida-,<br />

la beata passio martyris se transforma en sacrificio<br />

agradable al Padre y en fuente de salvación para<br />

los hombres. Así, el bautismo y la eucaristía cobran<br />

su expresión máxima, su dimensión más plena,<br />

en el martirio. Dicho con otras palabras: la verdad<br />

PARA VIVIRELAÑOLlTURGICO 227

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