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bernal, jose manuel - 10

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Quizá la descripción más concisa y exacta del<br />

acontecimiento pascual de Cristo la encontramos en<br />

aquellas palabras de Juan: «Antes de la fiesta de la<br />

pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de<br />

pasar de este mundo al Padre» (Jn 13,1). Efectivamente,<br />

la pascua, en sentido estricto, no es sino el<br />

«paso de este mundo al Padre»; es decir, el paso de<br />

este mundo, cautivo del pecado, al Padre, meta suprema<br />

de nuestras esperanzas. Con todo, en un sentido<br />

más amplio, podríamos interpretar la totalidad<br />

del misterio de Cristo, desde su encarnación hasta<br />

su muerte, como misterio pascual. En esta perspectiva<br />

precisamente habría que releer aquellas otras<br />

palabras que el mismo Juan pone en labios de Jesú.s:<br />

«Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora deJo<br />

otra vez el mundo y voy al Padre (Jn 16,28). Estas<br />

palabras son, al mismo tiempo, una síntesis del misterio<br />

de Cristo y del misterio pascual. En la primera<br />

parte se hace alusión a la primera fase del misterio:<br />

separación y alejamiento del Padre e inmersión en el<br />

mundo; esto es, en la historia. Se trata del exilio terrestre<br />

o carnal de Cristo. Nunca renunciará éste a<br />

su condición divina -¡sería impensable!-, pero sí a la<br />

gloria que le corresponde como hijo de Dios. Al asumir<br />

su condición de hombre, se hace uno de tantos,<br />

compartiendo todas las inclemencias de la existencia<br />

en el mundo y la fragilidad de la carne, en solidaridad<br />

con todos los hombres. Este gesto solidario<br />

culminará en la cruz, momento supremo en el que<br />

desemboca todo el proceso de humillación y de abajamiento<br />

(kél1osis) de Cristo (ef. Flp 2,5-8). El «santo»<br />

se ha hecho «pecado» para que el hombre recupere<br />

la comunión con el Padre (ef. 2 Cor 5,21); yel<br />

«Señor» se ha convertido en «siervo», obediente<br />

hasta la muerte. Su alejamiento del Padre toca aquí<br />

los niveles más profundos y dramáticos. Es el momento<br />

de la gran soledad de Jesús. El mismo gritará<br />

en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has<br />

abandonado?» (Mt 27,46).<br />

En la cruz, en el instante supremo de la entrega<br />

de su vida, se inicia el proceso de retorno al Padre y<br />

de su glorificación definitiva. Es la vuelta al Padre,<br />

que le inunda de gloria y le colma de santidad. Ahora<br />

aparecerá de nuevo en la plenitud de su gloria y<br />

se sentará, para siempre, a la derecha del Padre<br />

La resurrección es el «sí» de aprobación del Padre<br />

al gesto de obediencia y sacrificio del hijo. Es el<br />

38 PARA VIVIRELAÑOLITURGICO<br />

Padre quien le resucita y le glorifica. De esta manera<br />

desaparece por completo la ambigüedad de la<br />

muerte de Jesús. Desde la resurrección, la muerte<br />

adquiere un sentido de plenitud y de triunfo. Así lo<br />

expresa el himno de la carta a los Filipenses:<br />

«Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el nombre,<br />

que está sobre todo nombre. Para que al nombre de<br />

Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y<br />

en los abismos» (Flp 2,9-<strong>10</strong>).<br />

Desde esta reflexión, apenas esbozada, el misterio<br />

de Cristo es visto como un camino de humillación<br />

y de exaltación, de pasión y de gloria, de muerte<br />

y de vida. El uso de la palabra «paso» con referencia<br />

a la pascua confiere a la totalidad del misterio<br />

de Cristo un estimulante sentido dinámico y una<br />

configuración unitaria e indisociable. Muerte y resurrección,<br />

humillación y gloria, no son dos aspectos<br />

o etapas yuxtapuestas, sino un camino único y<br />

misterioso en el que se encuadra la extraordinaria<br />

aventura del hijo de Dios hecho hombre. A esta<br />

aventura me refiero cuando hablo del acontecimiento<br />

pascual.<br />

2. La pascua como transformación<br />

de la existencia<br />

Hay que retomar aquí la reflexión con que cerraba<br />

el punto anterior. Me refiero a la interpretación<br />

de la pascua como «paso». Es cierto que la tradición<br />

cristiana no se muestra acorde sobre este<br />

particular. Sabemos que un cierto número de Padres<br />

y autores eclesiásticos de los siglos II y III emparentan<br />

la palabra pascha con el vocablo griego pascheil1,<br />

que significa «padecer» (Melitón de Sardes y el autor<br />

anónimo de una homilía pascual del siglo n,<br />

Lactancia, Hipólito de Roma, Gregario de Elvira y<br />

Gaudencio de Brescia). Tal derivación es completamente<br />

falsa. La palabra pascha es un vocablo de origen<br />

hebreo, no de origen griego. Sin embargo, no es<br />

tanto la derivación etimológica lo que dichos autores<br />

pretenden asegurar cuanto las consecuencias catequéticas<br />

y teológicas de la misma. En el fondo, el<br />

uso de tan descabellada etimología es, más que nada,<br />

un recurso retórico o pedagógico, apoyado en la<br />

afinidad fonética de ambos vocablos. Pascha, pues,

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