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mento y a través de cualquier mediación puede hacerse<br />
efectivo el encuentro del hombre con Dios.<br />
Ningún tiempo, ningún momento determinado puede<br />
atribuirse de forma exclusiva tal prerrogativa.<br />
Willy Rordorf, eximio especialista en el tema del<br />
domingo, imagina estas palabras en labios de Jesús:<br />
«Habéis oído que fue dicho a los antiguos: "santificad<br />
el día del sábado"; mas yo os digo: sólo guarda<br />
el sábado (o un día de fiesta) quien a los ojos de Dios<br />
guarda santos todos los días de su vida» 2. Estas palabras<br />
recogen con fidelidad el pensamiento original<br />
de Jesús y nos ofrecen una base adecuada para responder<br />
a la pregunta inicial con que hemos comenzado<br />
este punto. En efecto, hay que responder afirmativamente.<br />
Es posible celebrar un día de fiesta.<br />
Es posible destacar un día sobre los otros. Posible y<br />
necesario. Porque es una exigencia del ritmo vital<br />
que caracteriza a nuestra existencia humana, inmersa<br />
en el continuo rodar de días y noches, de semanas,<br />
meses y años. Es una exigencia del mismo<br />
latir del corazón, marcado rítmicamente por un<br />
continuo movimiento de subidas y bajadas, de momentos<br />
de tensión y momentos de reposo. Las fiestas<br />
marcan en la vida de la comunidad ese movimiento<br />
vital, rítmico, de actividad y de reposo. La<br />
fiesta no es una evasión de lo real y de lo cotidiano.<br />
Tampoco un coto cerrado y exclusivo para el encuentro<br />
con el Altísimo. Desde una perspectiva cristiana,<br />
la fiesta es la expresión jubilosa y cultual, polarizada<br />
sobre todo en la eucaristía, de una existencia<br />
cotidiana vivida en la fidelidad a Dios. La fiesta<br />
y lo cotidiano, en realidad, no se confunden. Ahora<br />
bien: la fiesta se expresa y se proyecta en lo cotidiano.<br />
y lo cotidiano culmina en la fiesta.<br />
Es indudable que, teorías aparte, la fiesta es necesaria.<br />
Me refiero a la fiesta periódica, la que retorna<br />
regularmente, cíclicamente, como marcando<br />
el paso del tiempo y como rompiendo su inevitable<br />
monotonía. Aquí surge, sin embargo, otra pregunta:<br />
¿Por qué cada ocho días? ¿Por qué el domingo cristiano<br />
fracciona nuestro tiempo en espacios de ocho<br />
días? ¿Hay alguna base cósmica que lo justifique? El<br />
incesante movimiento de la tierra alrededor del sol,<br />
que dura 365 días, provoca el retomo anual de las<br />
2 W. Rordorf, El domingo..., <strong>10</strong>5.<br />
fiestas y de las estaciones. El rodar de la tierra sobre<br />
sí misma, en un espacio de veinticuatro horas, hace<br />
posible los días y las noches, las horas de luz y las<br />
horas de tiniebla, las horas de vigilia y las de sueño.<br />
Es el ritmo de lo cotidiano, el más inmediato y elemental,<br />
en el que cabalga nuestra existencia diaria,<br />
con sus momentos de silencio, de soledad, de oración,<br />
de holganza y de trabajo. Además existe el<br />
ritmo mensual, de treinta días, que depende del movimiento<br />
lunar. Todos estos ritmos -el diario, el<br />
mensual y el anual- están justificados por la misma<br />
naturaleza, por el movimiento cósmico. ¿Cómo se<br />
justifica el ritmo semanal? En realidad, no hay una<br />
justificación natural o cósmica. Originariamente la<br />
semana es el resultado de intereses culturales, sociales<br />
o religiosos. De hecho, el cristianismo es deudor,<br />
en este caso, tanto de la semana judía como de<br />
la semana planetaria de griegos y romanos. El cristianismo<br />
ha hecho una síntesis de ambas, como<br />
puede percibirse aun en los mismos nombres de los<br />
días de la semana.<br />
Queda pendiente sólo un interrogante: ¿Por qué<br />
precisamente el primer día de la semana? ¿Por qué<br />
no otro día? ¿Por qué no el sábado, por ejemplo, de<br />
tanta solera en la tradición religiosa de Israel y tan<br />
vinculado a la experiencia de la alianza?<br />
Los investigadores se preguntan sobre una posible<br />
observancia ( = celebración) precristiana del domingo<br />
3. A este propósito se barajan diversos focos<br />
de influencia que pudieron canalizar de antemano<br />
la significación preponderante del domingo. Se habla<br />
de la influencia de determinados cultos solares<br />
precristianos, como el de Mitra, ampliamente extendidos<br />
en el área del imperio romano. También se hace<br />
alusión, por otra parte, a un antiguo calendario<br />
judío de tipo solar, cuyas huellas se detectan en ciertos<br />
escritos sacerdotales y en Qumrán. Tanto en este<br />
calendario como en los cultos solares el domingo<br />
reviste una importancia excepcional. Junto a estos<br />
dos posibles focos de influencia suele citarse también<br />
el llamado «domingo mandeísta», mantenido<br />
fielmente por la secta bautista mandea, afincada al<br />
este del Jordán. En los escritos de la secta el domin-<br />
'w. Rordorf, El domingo... , 181-192.<br />
PARA VIVIR EL AÑO LITURGICO 51