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Revista Kollasuyo número 1 -L- 1939 – 1895kb - andes

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Las observaciones de la historia han demostrado este hecho incontrovertible: la sumisión<br />

de los pueblos antiguos está en relación de la grandiosidad material de sus monumentos; las<br />

pirámides de Egipto están acusando a los Faraones de haber realizado un gigantesco remedo de<br />

las obras de la naturaleza a costa de las angustias de millares de esclavos; las anchas y colosales<br />

vías peruanas, midiendo la extensión de cuatrocientas leguas de rutas abiertas sobre los hombros<br />

de las montañas o alzándose soberbias sobre la profundidad de los abismos, llevan el sello de la<br />

servidumbre por el esfuerzo personal obligatorio que denuncian y por el inmenso <strong>número</strong> de brazos<br />

exigidos para dominar su extensión.<br />

No lejos de la imperial ciudad del Cuzco, sobre una meseta llana y arenosa, se alza como<br />

un gigante desconocido en todo el contorno un dolman destinado, acaso, para la inmolación de las<br />

víctimas que demandaba el dogma primitivo de la raza creyente y fervorosa. ¿De dónde ha surgido<br />

aquel pedestal granítico extraño a las condiciones del suelo? Veinte mil hombres le arrastraron<br />

desde la veta nativa que corta el seno de la montaña a las diez leguas del arenoso recinto. Aquel<br />

inmenso cubo que parece labrado por los cíclopes, recorrió pesadamente las ondulosas colinas,<br />

descendió a los ásperos valles, remontó las cumbres impulsado por diez mil brazos que oprimían<br />

su base, arrastrado por otros diez mil que le abrían paso sin rendirse a la fatiga ni acobardarse<br />

ante el peligro. Un día el gigante de piedra tuvo miedo de escalar la montaña, y desprendiéndose<br />

de las manos de sus conductores, rodó sobre sus guardianes que seguían sus huellas y aplastó<br />

con su enorme peso centenares de cabezas humanas. Los hijos de las victimas que vieron<br />

después al coloso aprisionado en la comarca donde la voluntad de su soberano le quiso encerrar,<br />

le bautizaron con el nombre de la piedra que ha sudado sangre.<br />

Y bien. Esta es la huella, no del poder inteligente y libre de un pueblo sino de la sumisión<br />

de la raza pronta a sacrificarse en religiosa obediencia del Señor dispensador de la vida. Hasta<br />

aquí la declaración de los monumentos; veamos la delación de la inteligencia.<br />

El pueblo incásico carecía de medios para expresar sus conceptos; es decir, no poseía<br />

educación intelectual. Las ciencias, el cultivo de la poesía y el arte de consignar los sucesos<br />

pasados mediante signos convencionales, eran privilegio de la clase noble, vinculada por la sangre<br />

al monarca: los amautas, o sean los filósofos, los haravicus o sean los bardos, y los kipocomaes, o<br />

sean los cronistas o descifradores de los Kipus, salían de la sangre real. La sabiduría que era el<br />

dote de un escaso núcleo no alcanzaba más allá de la familia depositaria del poder y acaso en este<br />

privilegio científico y refinamiento de educación, consistía el secreto de la autoridad y firmeza del<br />

gobierno. Entre el pueblo que todo lo ignora y la nobleza que todo lo sabe, hay la distancia del<br />

Señor al vasallo. De este modo el vasallaje se perpetúa esclavizado por su propia ignorancia. La<br />

centralización absorbía como un inmenso pólipo toda la vida del Estado y sofocaba hasta las<br />

palpitaciones del cerebro.<br />

Esta centralización característica de toda civilización embrionaria ejerció naturalmente su<br />

influencia desecante sobre la inteligencia He ahí por qué no ha podido formarse la literatura<br />

quechua. Las noticias que hemos alcanzado hasta el presente acerca del desarrollo de las bellas<br />

letras durante el reinado de los Incas, apenas revelan ensayos deficientes que no pueden constituir<br />

una literatura propia, tomando es palabra en su sentido genuino.<br />

Para su formación faltaba, sobre todo, el medio tradicional; decir, el signo escrito. Uno de<br />

los primeros historiadores del Perú consigna que esta carencia de escritura fué debida a un golpe<br />

de autoridad. Antes del gobierno de Yupanqui, las letras habían despertado tanto los sentimientos<br />

de libertad, que el Inca alarmado de su influencia decretó la abolición de la escritura bajo las más<br />

severas penalidades; desde entonces los signos desaparecieron de la civilización peruana.<br />

Indudablemente el cuento es bonito, pero desgraciadamente está en pugna con la buena<br />

lógica. Para que se extinguieran hasta los últimos vestigios de la escritura peruana, habría sido<br />

menester destruir o desvastar los monumentos, primeras páginas donde el hombre imprime con<br />

caracteres imborrables las concepciones de su espíritu; además es un hecho humanamente<br />

imposible borrar las cifras de que se ha servido todo un pueblo con un solo mandato de la<br />

autoridad. Para esto habría sido preciso arrancar la facultad de la memoria del cerebro de toda la<br />

raza.<br />

Se han encontrado, es cierto, algunos ejemplares de signos esculpidos sobre la roca, pero<br />

estos signos, por su combinación y forma, revelan un origen anterior a la civilización incásica.<br />

Dejando la fábula de lado, la verdad es que los quechuas no poseían otro medio para<br />

consignar algunas ideas generales que los kipus, que como se sabe, eran pequeños cordeles de<br />

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