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Revista Kollasuyo número 1 -L- 1939 – 1895kb - andes

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Su música onomatopéyica, imita el silbido del viento en la paja-brava de los cerros, el<br />

torrente de las aguas, la caída de la lluvia. Y esa música es triste, porque los mismos sonidos<br />

naturales que imita, tienen en esas regiones ecos de queja, de lamento, de llanto a raudales y se<br />

funden con el alma del quechua, que ha heredado los viejos dolores de su raza.<br />

El quechua es un hijo del destino. Su vida la debe a la gran fuerza suprema que gobierna<br />

los seres y las cosas. Ante ella deberá rendir cuenta de sus actos. Mísero ser ante los designios<br />

de la ley sobrenatural, el hombre, sea cual fuere su fortuna, es hijo del destino, y ni propiedades, ni<br />

rango, ni fortuna, le permiten escapar a sus leyes. Los mismos sacerdotes, que son representantes<br />

de Dios, están sujetos, como todos los hombres, a la ley común. Lo que interesa a los hombres es<br />

no enojar a las fuerzas sobrenaturales que han de recibirlos un día, después de la muerte. Y para<br />

ello, hay que hacerles ofrendas, y vivir como justos, porque cuando un hombre hace un bien es<br />

como la tierra que da una buena cosecha.<br />

Así piensa y siente esta raza que viviendo dentro de condiciones materiales primitivas,<br />

posee un hondo sentido moral.<br />

Retorno a<br />

Sócrates<br />

Julio Alvarado.<br />

Armando<br />

El otro día, Roberto, cuando paseábamos conversando amigablemente, te oí decir que el<br />

estudio de las cosas de la naturaleza no tenía atracción para tí y que sólo aquello que es humano<br />

te parecía digno de atención. ¿Por qué te expresaste así? No pude preguntártelo, entonces,<br />

porque hablábamos de cosas que, en el momento, me interesaban más.<br />

Roberto<br />

Recuerdo haberte dicho eso, cuando paseábamos, una tarde, fuera de la ciudad. El cielo<br />

estaba nublado y el paisaje hostil. Talvez me sentía, por eso, más que nunca encerrado en mí<br />

mismo. Mas, en verdad, Armando, es que el mundo, entonces como ahora, no me interesa sino<br />

como un espectáculo. Abrir los ojos, dejar que el mirar resbale por las superficies pintorescas es,<br />

según pienso, todo cuanto podemos hacer delante de las cosas. Pienso que la verdadera<br />

profundidad, el misterio, en fin, reside dentro de nosotros mismos. El mundo, las cosas que nos<br />

rodean, no son sino vibraciones sin ningún sentido. Siento, por eso, una especie de terror a la idea<br />

de salir de mí mismo. De qué me sirve penetrar en el laberinto de las cosas y dominarlas, si, al fin,<br />

me ignoro a mí mismo? Sobre todo, en esta tierra en que vivimos en la cual la vida es una aventura<br />

hacia lo desconocido, sólo aquello que es humano puede ser interesante. Era eso lo que quería<br />

decirte.<br />

Armando<br />

Veo, Roberto, que eres de aquellos 'hombres que jamás se aperciben de que el<br />

pensamiento es apenas una voz milagrosa del espíritu que nos permite olvidar las realidades<br />

cotidianas y sonreír delante de aquello que no podemos evitar. Como un monje o como un profeta<br />

antiguo, encadenas el pensamiento a tus angustias personales.<br />

Roberto<br />

Sí. Necesito saber de dónde vengo, saber a dónde voy, saber para qué existo. La vida,<br />

para ser vivida, debe ser alguna cosa grave y profunda.<br />

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