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Revista Kollasuyo número 1 -L- 1939 – 1895kb - andes

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Nuestro joven pensador subraya su inactualidad al hablar precisamente de problemas<br />

actuales. Como todo filósofo es un enamorado de las ideas, y como todo ideólogo un apasionado<br />

de la razón. Realmente no se puede dar una filosofía irracionalista. De ahí que nuestra época sea<br />

por completo afilosófica. Martín Heideger no representa en verdad sino el suicidio heroico y<br />

consciente de la filosofía. Pues es lo cierto que el hombre nunca ha estado más lejos de la Razón<br />

que en la época presente.<br />

Con ocasión del tricentenario de la publicación del "Método", todos han hablado de<br />

Descartes, y lo han hecho precisamente para subrayar la distancia enorme que nos separa de su<br />

"cógito". El hombre de hoy ya no cree en la existencia de la "ratio". Le parece un extraño mito la<br />

creación de esa Razón abstracta y absoluta, que pretende erigirse en soberana del espíritu y<br />

domar las pasiones, aniquilar los apetitos y matar los deseos: que tiende a dirigir y transformar el<br />

mundo, creando leyes universales, inmutables y eternamente valederas; que promete donar la<br />

"libertad" y la "felicidad" a los hombres, creando una ética imperativa, una estética ideal y una<br />

organización política perfecta. Esta razón que se descubre a sí misma en Descartes, que se funde<br />

con la divinidad en Malebranche y con la naturaleza universal en Espinosa, que crea la ciencia<br />

moderna con Leibniz y Newton; que se dicta leyes a sí misma en Kant y se traza sus límites; que<br />

en Fichte irrumpe en fuerza creadora y revolucionaria, y en Hegel se liga con la realidad material<br />

para crear la unidad suprema; que en los enciclopedistas franceses promete la "libertad", y la<br />

"'justicia" y la "felicidad inalterable", y que con los revolucionarios riega de sangre la nación<br />

francesa; esta razón que por último, y derrotada ya, se llora a sí misma en los versos románticos,<br />

tuvo una vida verdaderamente novelesca, una vida heroica y sanguinaria.<br />

He estado tentado muchas veces de escribir "la vida, pasión y muerte de nuestra señora la<br />

Razón", de esta diabólica señora que quiso geometrizar el mundo y regularizar matemáticamente<br />

la vida humana. Me habría gustado pintar su juventud en el siglo XVII, alimentada de suficiencia y<br />

de esperanzas de dominio; su madurez en el XVIII, cuando pasando de los ensueños a la acción<br />

insurge en los planos de la vida política y social, con el gesto bismarkeano de negar aun el mundo<br />

para que triunfen sus principios, y por último vieja y achacosa, durante el siglo XIX, viviendo el<br />

desencanto de sí misma.<br />

Eso que se llamó el romanticismo no fué en verdad sino la desilusión de los poderes<br />

racionales, la melancolía de la derrotada inteligencia. El romántico es un racionalista que ya no<br />

cree en la razón, que ya no tiene fé en el poder del Ídolo. Porque el verdadero "fantasma", el<br />

verdadero "ídolo", a despecho de Bacon, fué esa razón que quiso secar las fuentes permanentes<br />

de la vida, que quiso encarcelar a la traviesa 'movilidad de la existencia, que quiso acallar los<br />

anhelos, los apetitos, los deseos, y poner diques al hontanar irracional y espléndido de la vida<br />

biológica. Ese ídolo dominó por tres siglos, pues siguió reinando en el corazón de los románticos<br />

que, aunque escépticos de los dones de su poder, no hallaron nada más luminoso en este mundo.<br />

El primer hombre actual es también, por una extraña paradoja, el último de los románticos:<br />

Schopenhauer. El fué el primero en descubrir que la esencia del mundo no era lo racional, sino por<br />

el contrario un poder ciego e inconsciente, que insurge en formas de deseo, de anhelo, de apetito,<br />

y que él lo denomina "voluntad". La inteligencia es apenas una de sus extrañas creaciones. La<br />

diosa Razón es hija de un demiurgo irracional. Pues hasta la conciencia nace de esa Voluntad que<br />

es el poder animador de toda vida.<br />

Pero lejos de sentirse orgulloso de su descubrimiento, el filósofo se duele del dominio sin<br />

límites de esa terrible Voluntad, que para él es productora de dolor. Schopenhauer tiembla ante<br />

esa voluntad insaciable que se devora a sí misma por no poder encontrar nada fuera de ella. Y es<br />

que en el fondo Schopenhauer guardaba culto secreto a la Razón. Esa es la fuente de su<br />

romanticismo. Por eso predica la contemplación, la renuncia, la total inmersión en el mundo del<br />

arte y las ideas. Quiere que el intelecto, ya que no extinguir, por lo menos modere los ímpetus de<br />

esa voluntad ciega. Pugna por anular la vida a fuerza de aplacar sus impulsos. La melancolía<br />

schopenhaueriana es, pues, la del racionalista que contempla la impotencia de la razón; la del<br />

intelectual que mira consternado el desborde de las fuerzas inconscientes. Por eso Schopenhauer<br />

fué el último de los románticos: aborreció la realidad y adoró en lo que no creía.<br />

Nietzsche fue en cambio totalmente el primer hombre nuevo: el primero que afirma el poder<br />

de la voluntad y exalta los valores vitales. Frente al mundo socrático o apolineo, celebra el ímpetu<br />

de vida primigenia que brota del mundo dionisiaco. Desprecia la lógica oficial y la moral burguesa,<br />

y contempla entusiasmado el desborde de lo irracional que fertiliza la existencia.<br />

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