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Revista Kollasuyo número 1 -L- 1939 – 1895kb - andes

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diversos colores anudados repetidas veces. Este medio de expresión, puramente nemotécnico hizo<br />

estremecer de júbilo a los americanistas que trataban de explicar el origen de las razas<br />

americanas. Los chinos usaron primitivamente de este mismo auxiliar para su cronología y<br />

administración, y —coincidencia particular— en Ia China, como en muchos otros pueblos del<br />

Oriente, el kipu llevaba el nombre de koua o kow; comparadas una y otra palabra, se ve que existía<br />

el sonido radical de la k; la ve chinesca, relajada por la pronunciación, bien habría podido<br />

transformarse en p. De aquí la famosa deducción de que la raza quechua procedía de la China,<br />

deducción que sin conocimiento de estos antecedentes se hacen muchos de nuestros vecinos<br />

cuando cuchichean en secreto, y dicen con maliciosa sonrisa que todos tos bolivianos,<br />

especialmente algunos, tenemos mucho de chinos.<br />

Y ya que de nuestros progenitores se trata, permítaseme otra digresión. Muchas de las<br />

palabras quechua tienen la misma cadencia y pronunciación del hebreo, concurriendo la<br />

circunstancia de que ambas lenguas, si bien cuentan con pocas voces, son abundantes en<br />

expresiones, significando una misma palabra distintos objetos o ideas con solo cambiar de acento<br />

o agregarle una letra. A este paralelismo de los dos idiomas se agrega la circunstancia (según<br />

autores que de esto tratan), que la raza quechua es haragana, desconfiada y astuta como la raza<br />

hebrea. De tales supuestas concordancias se dedujo llanamente que teníamos por abuelo al<br />

respetable Abraham.<br />

He aquí como los moralistas nos han hecho chinos por los kipus y hebreos por lo<br />

haraganes. Volviendo ahora al único medio de conservar o trasmitir los conceptos, es indudable<br />

que los kipus no podían prestarse al desenvolvimiento de las letras, porque constituían un arte<br />

elemental que escasamente servía para consignar ideas, restringidas, y aun esas mismas tenían<br />

que apoyarse en indicaciones verbales, previas a la interpretación.<br />

Garcilaso de la Vega, más que ningún otro de los historiadores del Imperio de los Incas,<br />

asevera que no obstante la falta de los signos escritos existía una literatura formada acusando un<br />

alto grado de cultura intelectual. Según él, los bardos entonaban sus himnos él lenguaje métrico<br />

perfecto, semejante en cierto modo a los de la estructura griega; el amor, la gloria militar, la fé<br />

religiosa, todo tenía un; interpretación elevada, embellecida por la ternura del idioma y el nervio de<br />

la expresión; el teatro mismo había adquirido extraordinario desarrollo, siendo los miembros de la<br />

familia regia los que mejor traducían las creaciones de los poetas.<br />

La falta absoluta de la tradición de todos estos supuestos tesoros de la literatura quechua,<br />

ha desvirtuado las afirmaciones del cronista, apoyadas en relatos de dudoso origen. El único<br />

vestigio que parecía hacer honor a la palabra de Garcilaso, el drama Ollantay, que ha sido materia<br />

de largas investigaciones, impotente para resistir a la crítica, ha concluido por confesar su origen<br />

apócrifo, siendo una obra de creación moderna, posterior a la caída del Imperio incásico.<br />

Pero, ya que no hubiesen llegado hasta nosotros las obras dramáticas de la literatura<br />

quechua, por lo menos se habría conservado aquellas joyas que pasan de generación en<br />

generación, que jamás desaparecen de la memoria de los pueblos; los cantos populares, es decir<br />

primeras concepciones del espíritu, depositarías de las supersticiones, las creencias, las<br />

esperanzas y los sufrimientos de toda una raza.<br />

Ya que más no fuese, se habría trasmitido de labio en aquello que forma el medio de<br />

expresión de los dogmas: los himnos religiosos, que son imborrables de la conciencia de los<br />

pueblos que profesan un culto, cualquiera que él sea.<br />

Los Eslavos, los Griegos, todos los pueblos de la tierra en una palabra, han balbuceado el<br />

primer himno en homenaje a la naturaleza; el pastor ha cantado involuntariamente al conducir el<br />

paciente rebaño sobre las escabrosidades de la montaña; el labrador ha cantado al deposita el<br />

grano en el seno de la húmeda tierra; el sacerdote ha cantado al prosternarse delante del ara sobre<br />

la cual se levanta la efigie simbólica de las creencias. "Cantos populares, decía Adam Michieweiz,<br />

vosotros sois el arca santa de la alianza entre los antiguos y los tiempos nuevos; es en vosotros<br />

que deposita una nación los trofeos de sus héroes, la esperanza de la raza, la flor de sus<br />

sentimientos. Vosotros nacisteis con ella y vosotros llegáis a sucumbir también con ella".<br />

Esta ley universal, expresada sentidamente por el poeta, se halla violada por la tradición<br />

quechua; si se exceptúan pocos, poquísimos cantos de dudoso origen atribuidos a los bardos de la<br />

época del Imperio, no se encuentra más que el vacío, acusando a la raza de esterilidad de genio o<br />

de carencia de facultades mnemotécnicas. En nuestro concepto esa vaciedad no puede atribuirse<br />

a una ni a otra causa; la falta de creaciones que pueden revelar la existencia de la literatura<br />

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