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Libre - Fundación César Manrique

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te con prados y pastos naturales llevaría a una huella global de la economía española ligeramente<br />

superior a la certificada antes (4,87 ha/hab en 2000); esto es, casi 197 millones de hectáreas.<br />

Desde el punto de vista de la composición porcentual de la huella ecológica, la superficie necesaria<br />

para la absorción de CO 2 emitido por la quema de combustibles fósiles domina el panorama<br />

general en ambos casos con un 67 por 100 en 2000, por lo que parece razonable que, en<br />

la medida de lo posible, la presentación de resultados tenga en cuenta esta circunstancia.<br />

Los datos ofrecidos en la Tabla 6.18. desbrozan la importancia relativa que tiene la apropiación<br />

de capacidad de carga ejercida en cada ecosistema productivo en presencia y en ausencia<br />

del elemento antes mencionado, presentando también la distorsión introducida por las diferentes<br />

estimaciones de la huella de pasto. Discrepancias que afectan sobre todo a la estructura<br />

porcentual cuando se prescinde de la superficie dedicada a la huella energética.Aunque por ambos<br />

métodos la huella ecológica de los cultivos agrícolas domina en casi todo el período las exigencias<br />

territoriales con entre un cuarto y casi un tercio de la ocupación; con la primera alternativa<br />

de la huella de pasto, la ganancia porcentual de la huella agrícola se logra a costa de una pérdida<br />

en porcentaje de los pastos y la huella forestal, mientras que en el segundo caso, el impacto<br />

territorial de la agricultura se mantiene casi constante en porcentaje, aumentando considerablemente<br />

su participación la huella de pastos que crece a un ritmo muy superior a la huella forestal<br />

y marina. No obstante, esta última acapara un mayor protagonismo en los años finales de la<br />

década de los noventa gracias a la influencia de los factores apuntados páginas atrás.<br />

Pero mayor interés presenta la comparación de ambas estimaciones al hablar del déficit ecológico<br />

total, sobre todo al comienzo del período, esto es, en los años cincuenta. Pues cuando pasamos<br />

de la superficie total española (ST) hacia aquella parte ecológicamente productiva (SP)<br />

—que incorpora la zona económica exclusiva marítima 84 — cabe tanto el desequilibrio territorial<br />

como el excedente ecológico. En efecto, en 1955 cada habitante ya disponía de 1,91 hectáreas<br />

para satisfacer su modo de producción, consumo y asimilación de residuos en forma de CO 2 que,<br />

comparado con la huella global para ese año (con el método 1), arrojaba un déficit «tolerable»<br />

de 0,14 ha/hab. Cuarenta y cinco años después las condiciones empeorarán por un doble motivo.<br />

De un lado, el incremento de la población reducirá la disponibilidad de tierra per capita en un<br />

25 por 100 para dejarla en 1,43 ha/hab, circunstancia que no será suficientemente compensada<br />

por el aumento en el rendimiento de las tierras agrícolas y forestales; a lo que hay que sumar la<br />

expansión en las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera.Todo lo cual hace que a finales<br />

de la década de los noventa a nuestro país le hicieran falta más de dos veces la extensión de su<br />

superficie productiva para compensar el déficit ecológico en que había incurrido. Aunque esta conclusión<br />

se verifica también al calcular la huella total incorporando el método 2 para la huella de pastos,<br />

lo cierto es que la situación entre uno y otro extremo del período presenta rasgos diferen-<br />

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